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—Entonces, la tercera posibilidad es que hay algo que te preocupa.

Tarod contempló el salón, donde los múltiples colores de capas y de faldas se confundían al mezclarse los invitados.

—Sí, Themila. Algo me preocupa.

— ¿Puedes decirme qué es?

—No. O al menos... —Tarod pareció discutir en silencio consigo mismo, acariciando el borde de la copa con su mano delgada e inquieta. De pronto dijo—: ¿Sabes interpretar los sueños, Themila?

—Sabes muy bien que no. Pero si es un sueño lo que te preocupa yo diría que para un hechicero del séptimo grado...

El la interrumpió con un bufido:

—Como yo no he pasado nunca del tercer grado siento un poco más de respeto por esta distinción — dijo Themila con cierta acritud.

— Lo siento; no era mi intención ofenderte. Pero creo que tal vez es ésta la raíz de todo el problema.

— ¿Tú rango? —se asombró ella.

— En cierto sentido... — De pronto la miró fijamente y ella se sobresaltó al ver el brillo de sus ojos verdes. Por un instante, Tarod parecía peligroso—. Themila, ¿hasta qué punto crees en la observancia de las doctrinas del Circulo?

Themila trató de interpretar el motivo de aquella pregunta y no lo consiguió. Prudentemente, dijo:

—La respuesta no es fácil, Tarod. Si lo que quieres decir es si acepto sin comentarios todo lo que me dicen, entonces respondo que no. Pero la sabiduría inherente a nuestras enseñanzas tiene una fuente impecable.

—El propio Aeoris..., sí. —Tarod hizo el breve signo impuesto por la tradición cuando se pronunciaba el nombre del dios. Era una costumbre seguida por todos los Iniciados, pero ella tuvo la inquietante impresión de que, para él, no era más que un reflejo casual—. Pero ¿podemos estar seguros de que interpretamos acertadamente esta sabiduría? A veces siento que los rituales, las celebraciones masivas y demás nos están cegando. El poder del Círculo es indiscutible. Pero es un poder muy limitado.

Themila empezó a darse cuenta de a donde quería ir a parar, y se le encogió el corazón. Había estado esperando esto, temiéndolo, desde que el joven Tarod había empezado sus estudios bajo la tutela del Círculo. Desde el principio, había sido evidente que su talento innato por la hechicería dejaría pronto muy atrás a sus maestros y, a medida que se fue desarrollando, la principal preocupación de los Iniciados había sido enseñarle a controlar unos poderes que podía ejercer con demasiada facilidad. En esto habían tenido éxito, aunque el carácter independiente y en cierto modo rebelde de Tarod había sido a veces un obstáculo. Pero Themila, que le conocía mejor que nadie salvo Keridil, creía que, a la larga, Tarod querría más de lo que podía darle el Círculo. Ostentaba el séptimo grado sencillamente porque era el máximo y se hallaba en un callejón sin salida, pues, a menos que eligiese dedicarse a las funciones más esotéricas de un Iniciado, cosa que, conociendo a Tarod, Themila sabía que no haría nunca, el Círculo tenía muy poco más que ofrecerle.

Eligiendo cuidadosamente sus palabras, le dijo:

—¿Estás pensando, entonces, en el posible poder de la mente individual, sin la protección de la liturgia?

—¿Protección? —preguntó Tarod—. ¿No será restricción?

A pesar de que había estado esperando algo parecido, Themila se sobresaltó.

—Lo que estás sugiriendo va en contra de todas nuestras enseñanzas —protestó—. ¡Es casi una herejía!

—Según nuestros sabios, sí. Lo que puedan opinar los dioses es otra cuestión.

Empezaba a ir demasiado lejos. Dándose cuenta de que este curso de ideas tenía que ser interrumpido antes de que se desbordase, The-mila alargó una mano para sujetar los dedos de Tarod, que se disponía a llenar de nuevo las copas de vino. El se detuvo.

—Tarod, creo que es mejor que no sigamos con este tema, al menos de momento. Antes me preguntaste si sabía interpretar los sueños. Lo que necesitas es una vidente; tal vez deberías hablar con Kael Amion.

Tarod pareció sorprendido.

—¿La Señora Kael? ¿Está hoy aquí? No la he visto...

—Está aquí, aunque no pudo ocupar su sitio entre los dignatarios. Su energía ya no es la de antes.

Kael Amion podía darle la respuesta que tan desesperadamente necesitaba, pensó Tarod. Él estaba demasiado cerca del sueño y necesitaba el contrapeso de una visión desde fuera.

Themila movió la cabeza en dirección al otro lado del salón

—Si quieres un presagio —dijo— Kael viene hacia nosotros.

Tarod se volvió rápidamente y vio la frágil figura vestida de blanco de la anciana vidente, que avanzaba despacio pero con paso resuelto hacia el banco donde se hallaban sentados. Sin embargo, le contrarió observar que no iba sola. Caminando respetuosamente a su lado, cogiéndola del brazo, venía Keridil. Y detrás de éste, siguiéndole obstinadamente, iba una muchacha linda y rolliza, de llamativos cabellos rojos, que lucía un atavío que expresaba riqueza más que buen gusto.

—Inista Jair, de la provincia de Chaun —dijo Themila en voz baja a Tarod—. Su padre es el hombre que ha estado acaparando a nuestro Sumo Iniciado desde que terminó el banquete. Creo que está pensando en una boda.

—¿Con Keridil? —Tarod arqueó las oscuras cejas, divertido—. ¡No me parece un enlace adecuado!

— Tampoco a mí. Pero el hijo del Sumo Iniciado es un buen partido.

Tarod lanzó una carcajada, que disimuló rápidamente tosiendo, y se levantó al acercarse el trío.

Tarod se inclinó sobre la mano de Kael Amion y la vieja Hermana escrutó con perspicacia su semblante. Había visto pocas veces al niño desamparado a quien había socorrido antaño, y le sorprendió, no muy agradablemente, el cambio experimentado por éste. Inista Jair mostró menos tacto; abrió mucho los ojos al serle presentado el hechicero de negros cabellos, intimidada por la mirada de aquellos extraños ojos verdes, y se sentó lo más lejos que pudo de él. Todos hablaron de cosas intrascendentes durante un rato, pero Tarod estaba inquieto. No podía dirigirse a Kael en presencia de los demás; sin embargo, la necesidad de hablar con alguien que pudiese ayudarle le apremiaba. Finalmente, no pudo aguantar más tiempo la ambigua situación y se puso en pie.

—Señora..., Themila..., disculpadme, pero tengo que irme. Miró a Themila un largo momento, esperando que comprendiera la silenciosa súplica de su mirada. Antes de que alguien pudiese decir algo, les hizo una reverencia y se alejó rápidamente en dirección a la puerta de doble hoja al fondo del salón.

Inista Jair se volvió a Keridil.

— ¿Es amigo tuyo? —preguntó, recobrando su confianza ahora que se había ido la causa de su desconcierto—. ¡Me cuesta creerlo! Sois tan diferentes como... como... —y no encontró la analogía.

Keridil deseaba en secreto que sus deberes no se extendiesen a tener que dar conversación a muchachas casaderas , bonitas pero de cabeza hueca, como Inista. Pero desde su elección como miembro joven del Consejo, su padre había insistido en que tomase más responsabilidades sobre sus hombros. Todo era parte de su educación para cuando tuviese que desempeñar el cargo de Sumo Iniciado, pero a veces Keridil encontraba muy pesada esta carga. A su manera bonachona, envidiaba la relativa libertad de Tarod para hacer lo que quisiera. Pero en ese momento, si la expresión de la cara de su amigo no le había engañado, no envidió los pensamientos de Tarod.

La muchacha seguía mirándole, y él le sonrió con exquisita cortesía.

—Yo no estaría tan seguro, Inista —dijo—. En muchas cosas, Tarod y yo nos parecemos más de lo que puedes imaginarte.

La puerta exterior de sus habitaciones se cerró ruidosamente detrás de Tarod, que se dirigía a su dormitorio. Otro golpe, esta vez de la puerta interior, y Tarod arrojó su capa a un lado antes de correr furiosamente la cortina de terciopelo de la ventana y tumbarse en la cama.