Tratando de recobrar su concentración, miró su propio cuerpo sobre la cama. La inquietante llamada resonaba ahora en su conciencia, como si, al rechazar las trabas del plano físico, se hubiese hecho más vulnerable a la fuente del mensaje. Tarod no había sido nunca reacio a jugar con fuego, y siempre había salido indemne; pero, en las otras ocasiones, había estado bajo su propio y único control. Ahora su posición había cambiado un poco; otras fuerzas tiraban de él, y parecía que su voluntad no era bastante fuerte para contrarrestarlas. Ni podía, aún, empezar siquiera a especular sobre lo que podían querer de él.
Durante un rato —pudieron ser minutos u horas, no tenía manera de saberlo—, Tarod se mantuvo alerta. Entonces, al fin, sonó una llamada en la puerta.
Su reacción instantánea fue pensar que la llamada se había producido en el plano físico, que alguien, sin querer, había venido a molestarle. Irritado, trató de volver a su cuerpo físico, pero algo le retuvo, le apartó de su objetivo, sumió su mente en un negro torbellino que se cerró a su alrededor. La habitación se desintegró en un caos y se rehizo con la misma rapidez. Pero ahora su aura se había estabilizado, vibrando con luz y energía.
Tarod estaba en un plano más alto; tal vez el cuarto o el quinto. Pero él no había querido que ocurriese...
Inopinadamente, volvió a sonar la llamada en la puerta, y Tarod supo al instante que se había equivocado en su primera suposición. La puerta exterior de sus habitaciones estaba cerrada con cerrojo y, sin embargo, el visitante, fuese quien fuese o lo que fuese, estaba en la puerta interior, inmediatamente delante de él.
Consciente de que la atmósfera estaba demasiado silenciosa, demasiado fría, Tarod pasó a un lado de la habitación, lo más lejos posible de la puerta, antes de permitir que su mente formase una sola y rotunda palabra.
Abrete...
Casi antes de que la orden tomase forma, la puerta giró sobre sus goznes, ¡y Tarod vio su propio doble en el umbral!
Retrocedió, sobresaltado. La cara era inconfundible, y los cabellos... Pero la imagen inmóvil estaba envuelta en un manto negro. Y ni siquiera ahora pudo confiar en sus primeras impresiones, pues la figura se estaba transformando.
La cara familiar permanecía, pero los cabellos se volvían dorados y los ojos cambiaban constantemente de color.. , y ya no podía ver el cuerpo de la aparición, pues había quedado envuelto de súbito en una luz que variaba con todos los colores del espectro, como cuando se acercaba un Warp.
—¿Quién eres? — , Tarod trató de disimular el miedo que traslucía la muda pregunta. Por toda respuesta, la visión sonrió, y su sonrisa fue de exquisito orgullo y desdén. Tarod se sintió atraído sin remedio por aquel ser y, al aproximarse sus mentes, le invadió una abrumadora sensación de poder. Era el conocimiento que había deseado con tanto ardor...
Se estremeció violentamente cuando una barrera invisible se interpuso entre él y la brillante visión. Con tenacidad Y con desesperación, trató de derribarla, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, y llegó un momento en que se dio cuenta de que aquel ser se había ido, dejando la habitación vacía y sin vida.
Las fuerzas intangibles ya no le sostenían. Consciente de su fracaso, Tarod volvió a su cuerpo y abrió los ojos. Estaba temblando convulsivamente, y el frío que sentía era tal que tenía los miembros entumecidos. Se levantó tambaleándose y se dirigió a la chimenea, donde la leña estaba preparada pero no había sido encendida. Le temblaban las manos y el fuego no prendía bien; después de cinco minutos renunció al intento y volvió a su cama, dejando que la leña ardiese sin llama.
A pesar de las cuatro mantas con que se cubría, Tarod siguió temblando. Parte de su mente quería pensar en las implicaciones de su extraña experiencia, pero otra parte, más enérgica, reaccionó violentamente contra la idea. Lo que ahora necesitaba realmente, se dijo cerrando los ojos, era dormir, dormir sin soñar.
Tarod pudo dormir aquella noche, pero fue un sueño lleno de pesadillas que le atacaban desde la oscuridad. Había voces agudas, estridentes; caras de gárgola que le hacían muecas dondequiera que mirase y, por encima de todo, la aparición de cabellos de oro, con su sonrisa sagaz y desdeñosa. Tarod daba vueltas en la cama, tratando de librarse de las visiones de su ojo interior, pero las imágenes se hacían más salvajes y enloquecedoras. De vez en cuando, el sonriente espectro tomaba todo el aspecto de Tarod, de manera que los ojos multicolores se volvían verdes y los cabellos permanecían negros, enmarañados sobre los sonrientes y cambiantes semblantes.
Tarod fue despertado al fin por el sonido de su propia voz gritando sin palabras, y se sentó en la cama y vio que la fría luz del amanecer se filtraba a través de la cortina. El brasero se había apagado, pero todavía flotaban en el aire restos del humo del incienso, que ahora olía amargo y acre. La impresión de fracaso gravitaba fuertemente sobre él, y tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para levantarse y acercarse a la ventana a contemplar la luz del día.
El patio estaba tranquilo. Solamente unos pocos criados iban de un lado a otro, atareados con sus deberes de la mañana, y el ruido que hacían parecía amplificarse en el silencio. La niebla velaba las cimas de las cuatro torres, y Tarod podía oír débilmente, a lo lejos, el rumor del mar. Pero el apacible escenario no le tranquilizó en absoluto, antes bien aumentó su propia inquietud.
Mientras observaba, alguien salió por una pequeña puerta y cruzó el patio en dirección al comedor. Themila Gan Lin, que desde aquella distancia parecía una muñeca, caminaba despacio como sumida en una honda reflexión; junto a ella, una mujer con el hábito blanco de las Hermanas de Aeoris le hablaba, agitando graciosamente una mano.
La Señora Kael Amion..., y, de pronto, Tarod recordó la conversación que había mantenido con Themila la noche pasada. Ella le había recomendado que viese a Kael y, aunque ahora creía que sus experiencias habían ido más allá del ámbito de la interpretación de los sueños, seguro que no tenía nada que perder si pedía consejo a la anciana Hermana. Un poco más animado, alisó apresuradamente el arruga do vestido con el que había dormido y salió de sus habitaciones para ir al encuentro de las dos mujeres.
En el comedor habían encendido la chimenea para combatir el frío que era todavía intenso en las mañanas de verano, y Themila y Kael se estaban calentando las manos delante de las llamas cuando llegó Tarod.
Themila levantó la cabeza al oír sus pasos.
—Esta mañana te has levantado temprano, Tarod. Él sonrió.
— Pero, al parecer, no he sido el primero. Buenos días, Señora Kael.
La anciana vidente correspondió a su saludo con un breve y grave movimiento de cabeza, y Themila dijo:
—Es una hermosa mañana, pero me temo que no para ti, Tarod. Pareces cansado, como si no hubieses dormido.
Él se sorprendió y se sintió un poco molesto por su franqueza en presencia de Kael Amion, pero Themila se anticipó y siguió diciendo:
— Me he tomado la libertad de hablar a Kael de nuestra conversación. —Sonrió de soslayo a la vidente. Espero que ambos perdonéis mi atrevimiento.
Tarod miró rápidamente de una a otra.
—Al contrario, ¡te lo agradezco! Es decir..., si la Señora consiente en...
Pensó que la mirada que le dirigió Kael Amion tenía una extraña expresión, pero sus palabras fueron bastante ecuánimes: