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—Desde luego, Tarod, si estás preocupado y puedo ayudarte, éste es precisamente mi oficio.

Detectó de nuevo un matiz de desgana. Themila pareció no advertirlo, pues dijo:

— He puesto al corriente a Kael de todo lo que me dijiste, Tarod, aunque puede que no sea bastante para que ella pueda hacer una interpretación total. Si...

—Hay más —dijo Tarod.

— ¡Oh...! Entonces, la noche pasada...

—La noche pasada, sí —dijo él, mirando fijamente la piedra de su anillo, que brillaba malévolamente a la luz del fuego.

Themila frunció los labios y se recogió la falda.

—Entonces no perderé más tiempo, sino que dejaré que discutáis el asunto entre los dos —dijo firmemente—. No —atajó a Tarod que iba a invitarla a quedarse—, esto no es de mi incumbencia, y no quiero entrometerme. Cuando hayáis terminado, Kael, ¿podré tener el placer de almorzar contigo?

Y sin darles tiempo a replicar, se encaminó resueltamente hacia la puerta.

Kael Amion se sentó rígidamente en uno de los bancos que flanqueaban la larga mesa. Miró largo rato a Tarod con sus ojos desvaídos pero cándidos antes de decir:

—Veamos. Si hay algo más de lo que ya me ha dicho Themila, creo que debería saberlo, si es que tengo que ayudarte.

Tarod se sentó en el borde de la mesa, resiguiendo distraídamente con un dedo una vieja estría de la madera. No era fácil hablar, relatar en voz alta las monstruosas pesadillas, la visita, la impresión de horror impotente que había sentido durante el encuentro, fuese sueño o realidad, con su propia fantástica imagen. Pero en cuanto empezó a fluir el vacilante caudal de palabras, se abrieron por sí solas las compuertas de su locuacidad y contó a Kael sus experiencias y su miedo con la misma facilidad con que lo habría hecho a Themila. La vidente escuchó sin hacer comentarios y, cuando al fin terminó Tarod su relato, se hizo un largo silencio. La anciana parecía sumida en una honda reflexión, y al fin la ansiedad de Tarod pudo más que él.

—Señora..., ¿puedes ayudarme?

Ella levantó la cabeza y le miró como si se hubiese olvidado de su presencia, y los pálidos ojos azules se fruncieron en el arrugado semblante.

—No... no lo sé.

El tono de su voz le inquietó, pero rechazó este sentimiento. Antes de que pudiese hablar, ella cruzó las manos, las miró y siguió diciendo:

—Lo que me has dicho.., escapa a mi competencia normal, Tarod. No pretendo ser omnisciente y debo confesar que tus... experiencias.., son muy raras y tal vez sin precedentes. Aunque tal vez es mejor así. —Una débil sonrisa se dibujó en sus labios, pero evidentemente le había costado algún esfuerzo—. Necesito un poco de tiempo..., tiempo para meditar sobre lo que me has dicho y consultar alguno de los viejos textos. —Levantó de nuevo la mirada—. Hasta hoy has tenido paciencia; sólo te pido que tengas un poco más.

Él experimentó un sentimiento de frustración, pero nada podía hacer; la petición de Kael era bastante razonable y, al menos, le había dado un poco de esperanza. Se levantó.

—Señora Kael, te doy las gracias. Tendré paciencia. Y rezaré a Aeoris para que tus meditaciones sean fructíferas.

Kael hizo el signo del Dios Blanco delante del pecho... aunque un tanto apresuradamente.

—Sí —dijo—. Reza a Aeoris...

Esperó a que la alta figura de Tarod hubiese desaparecido detrás de la puerta y entonces, agarrándose al borde de la mesa, se puso dificultosamente en pie. Le temblaban las manos y tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para impedir que le temblaran también las pie r-nas. El corazón le latía con fuerza, dificultando la respiración, y Kael esperó fervientemente que su inquietud no se hubiese contagiado al joven Iniciado. Pues lo que había visto mientras él contaba su historia le había hablado tan fuerte como una voz física. El Mal.

Sin que se lo propusiera, su memoria retrocedió súbitamente a aquella noche en que, años atrás, ella y su escolta habían encontrado al niño Tarod en el puerto de montaña. Él les había salvado entonces la vida, pero también había demostrado el dominio inconsciente de un poder que la aterrorizaba. Había temido que este poder creciese sin que la disciplina de la Iniciación pudiese controlarlo, y ahora parecía que sus temores habían tenido fundamento. La fuerza que llamaba a Tarod a través de sus sueños no era enviada por los dioses blancos.

Poco a poco, la Señora Kael se encaminó a la puerta. Vería más tarde a Themila y se disculparía por haber faltado a la cita para el almuerzo; en este mo mento, su estómago se rebelaba contra la idea de comer. Se detuvo en el umbral y miró hacia atrás. Después, dominando un escalofrío, caminó muy tiesa en dirección a las habitaciones de invitados del Castillo.

Era ya hora avanzada cuando Tarod buscó a Themila. De nuevo la encontró en el comedor, pero, a esta hora, el salón era un hervidero de actividad. Los criados estaban preparando la cena y los pocos glotones que habían llegado temprano se habían sentado ya a las largas mesas y se entretenían bebiendo vino de una jarra.

Themila se sobresaltó cuando la voz de Tarod interrumpió sus cavilaciones. Estaba sentada delante del fuego, al parecer observando distraídamente las llamas, pero cuando levantó los ojos, éstos parecieron sumamente turbados.

— Lo siento — dijo Tarod —, no quería asustarte. Pero pensé que tal vez sabrías el paradero de la Señora Kael.

—¡Oh, dioses...! —Themila volvió a mirar el fuego. Estaba temiendo este momento...

Él frunció el ceño, con aprensión.

— ¿ Qué quieres decir?

Themila había empezado a levantarse, pero lo pensó mejor y se sentó de nuevo.

—Tarod..., Kael se ha ido. Se marchó esta mañana.

— ¿Qué se ha marchado?

Themila asintió con la cabeza.

— Intenté convencerla, pero... no quiso quedarse. Me dio un mensaje para ti, Tarod, pero... he estado retrasando el momento de decírtelo.

—Entonces, por el amor de los dioses, Themila, ¡dímelo de una

vez!

Lo había dicho más vivamente de lo que pretendía, pero su inquietud se estaba convirtiendo rápidamente en franca alarma.

Ella le miró y desvió de nuevo la mirada.

— Nunca la había visto reaccionar de esta manera. Me dijo que te dijese que... que no puede ayudarte. Que nada puede hacer.

Tarod tragó saliva.

— ¿Me estás diciendo que se negó ?

— ...Si.

El bullicio sociable y familiar del comedor pareció hallar- se, de pronto, a un mundo de distancia. Que una vidente se negase a dar consejo a alguien que lo necesitaba era algo inaudito... y más tratándose de una vidente de la fama de Kael Amion... Se quedó pasmado por su rechazo y tuvo que esforzarse para recobrar la voz.

—¿Qué... qué motivo te dio para negarse?

—Ninguno. Pero... — Themila pestañeó súbitamente, y sus ojos

estaban nublados—. Creo que tenía mucho miedo...

CAPÍTULO 5

Cinco días después de la fiesta de Primero del Trimestre, Tarod empezó a preguntarse en serio si estaba del todo cuerdo.

Los sueños se habían repetido, como se temía; cada noche eran peores y, aunque había empleado todos los re cursos de su fuerte voluntad para controlarlos, nada había conseguido. Por último, dándose cuenta de que el poder de su propia mente era incapaz de dominar las pesadillas, había recurrido desesperadamente a las prácticas ortodoxas del Círculo. Tal vez le faltaba fe en el complicado exorcismo que realizaba, o tal vez no; en todo caso, sus esfuerzos fracasaron, y la cara sonriente de su torturador sobrenatural había predominado sobre los furiosos y vocingleros habitantes de la pesadilla durante todas las horas de la noche.

El sexto día, a media mañana, se levantó tambaleándose de la cama, ojeroso y agotado, y mientras se vestía, tratando de ignorar el hecho de que sus manos estaban temblorosas, miró casualmente su propia imagen en un espejo.