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Apenas se reconoció. Sus ojos verdes habían perdido el brillo y estaban empañados, tenía los cabellos desgreñados y parecía haber envejecido diez años.

—¡Por todos los dioses!

Se apartó del espejo y descargó un puñetazo sobre la mesa, indiferente al dolor de su brazo. La tensión de su mente se estaba acercando al límite soportable, y estaba tan lejos como siempre de hallar la solución. No podía siquiera presumir por qué era atacado por aquellos sueños y por el ser que parecía dirigirlos, pero, a menos de que pudiese encontrar respuesta a esa pregunta o conseguir algún alivio del tormento de sus pesadillas, sabía que podía perder la razón.

Como había hecho en las tres mañanas anteriores, buscó la botella que estaba sobre la mesilla de noche. El vino no era un remedio contra los sueños, pero le ayudaba a pasar los días, y llenó con él una copa, derramando bastante líquido al hacerlo. Estaba a punto de llevarse la copa a los labios, cuando alguien llamó a la puerta exterior. Por un instante, recordó Tarod la experiencia astral de unas noches atrás; pero entonces una voz conocida le llamó desde el pasillo.

— Soy Keridil. ¿Estás ahí?

Tarod dejó la copa, de mala gana. En los últimos días, su estado de ánimo le había impulsado a evitar toda compañía, a menos que fuese absolutamente necesaria, pero sabía que tendría que enfrentarse con el mundo alguna vez, si no quería llamar la atención sobre él y su condición mental. Poco a poco se acercó a la puerta y descorrió el cerrojo.

—¡Tarod! —Keridil entró en la habitación y observó con inquietud la cara de su amigo—. Hace una hora que te estoy buscando; no esperaba encontrarte aquí a estas horas.

Tarod hizo un ademán que era medio de rechazo y medio de disculpa.

—Lo siento, Keridil. He estado... preocupado.

—Y no era una preocupación sin importancia, por lo que veo. Por el amor de Aeoris, Tarod, ¿qué te sucede?

Tarod iba a volverse, pero Keridil le agarró de un brazo.

—¡No eludas la pregunta! Hace días que apenas te dejas ver y, cuando lo haces, te muestras taciturno e inquieto. Si puedo hacer d-go...

Tarod le interrumpió.

—Nadie puede hacer nada, Keridil. Agradezco tu interés, pero es algo que me afecta a mí y a nadie más.

— ¡No estoy de acuerdo! Y no lo digo solamente por la amistad que te profeso. — La irritación brilló un instante en los ojos de Keridil; fuese cual fuere la causa, Tarod no había aceptado de buen grado el ofrecimiento de ayuda—. Como mi padre, tengo el deber de velar por tu bienestar como Iniciado, aparte de otras consideraciones. Que te ausentes constantemente del Círculo no es bueno para ti ni para nadie.

Tarod se soltó el brazo con un movimiento brusco.

—Mi intervención no sería beneficiosa para nadie en este momento, puedes creerme.

Keridil se mordió la lengua para no replicar con acritud, al darse cuenta de que, contrariamente a su primera impresión, no era un estado de ánimo transitorio. Tarod era casi siempre imprevisible, pero ahora... Recordó una conversación con Themila, en que ella le había dicho que su amigo estaba preocupado por los sueños. ¿Sueños? Seguramente hacía falta algo más que una pesadilla para producir un cambio semejante.

Tarod estaba de pie junto a la ventana, contemplando el patio, y Keridil decidió que era mejor mostrarse discreto que intentar seguir sondeando a su amigo. Dijo:

—Pienses lo que pienses sobre tu valor para el Círculo en la actualidad, Tarod, lo cierto es que ahora eres necesario.

—Se acercó también a la ventana—. ¿No has notado el cambio?

—¿El cambio? —dijo Tarod, sin prestar demasiada atención a la pregunta.

Keridil se estremeció.

—La tensión en el aire. Ha estado aumentando durante toda la mañana. Nadie se lo explicaba, hasta que el centinela de la torre informó que había visto las Luces del Espectro.

Se sintió aliviado cuando sus últimas palabras atrajeron finalmente toda la atención de Tarod.

— ¿Luces del Espectro? ¿Y son visibles a esta hora del día?

—Claramente visibles. Yo mismo he subido a la torre para observarlo. —Keridil hizo una mueca al recordar el esfuerzo que había tenido que hacer para subir aquella escalera de caracol que parecía interminable—. Sólo puede significar una cosa: se acerca un Warp, y de los grandes; tal vez el más grande que habremos visto en muchos años. Por esto he tratado de encontrarte. Mi padre ha ordenado que todos los Adeptos, del quinto grado para arriba, se reúnan en el Salón de Mármol. Tenemos que celebrar un Rito Superior y tratar de averiguar algo sobre la naturaleza del Warp. —Keridil guiñó un ojo a Ta-rod—. Pensé que te interesaría más que a nadie participar en esto... ¿O acaso te falla la memoria?

Un antiguo recuerdo de su último día en la provincia de Wishet... Pero aquello no le había ocurrido a Tarod, sino a un niño sin nombre y sin clan que desconocía su propia fuerza latente. Aquel niño había muerto hacía mucho tiempo.

Tarod sonrió, breve pero afectuosamente.

—No eres muy diplomático, Keridil, pero has conseguido recordarme mis obligaciones. Adelántate; yo me reuniré contigo lo antes que pueda.

Al cruzar el patio vacío cinco minutos más tarde, Tarod se reprendía en silencio por no haber advertido el cambio en la atmósfera. Como había dicho Keridil, había una tensión que iba en aumento; incluso las losas sobre las que andaba parecían cargadas con ella, y el aire estaba denso y extraña mente inmóvil. Al mirar al cielo, vio las primeras señales delatoras; un débil matiz indescriptible enturbiaba el azul propio del verano, y los primeros juegos de luz empezaban a percibirse a lo lejos. Estuvo tentado de subir a la alta torre y ver con sus ojos las Luces del Espectro, aquella extraña aurora que resplandecía a veces en el horizonte del norte y que normalmente sólo era vis i-ble en plena noche; pero la urgencia del llamamiento de Keridil le hizo renunciar. Y quizás el trabajo que le esperaba le permitiera olv i-dar durante un tiempo sus preocupaciones y obtener el ansiado alivio.

La atmósfera sofocante se estaba intensificando rápidamente y, al llegar Tarod a la columnata, se detuvo y miró atrás a través del patio. Casi todas las ventanas habían sido cerradas; no se veían señales de vida, y solamente la fuente, que seguía manando, daba algún movimiento a la escena. Mientras observaba, empezó a camb iar la luz; de pronto, el agua de la fuente perdió su brillo y se hizo incolora y muerta. Y una sombra misteriosa y de origen desconocido pareció llenar el patio. Escuchando atentamente, Tarod pudo distinguir el primer y débil zumbido de la tormenta que se acercaba, un eco casi imperceptible para la percepción humana. Se estremeció con lo que podía ser una sensación de premonición, o un recuerdo, se volvió y echó a andar rápidamente a lo largo del pasillo.

Hasta en el laberinto de pasadizos de los sótanos del Castillo podía sentirse la inexorable aproximación del Warp. La ligera distorsión del tiempo y el espacio que aislaba al Castillo del mundo exterior servía también de barrera contra la furia de aquellas tormentas, aunque, como ocurría con muchas de las propiedades del Castillo, nadie sabía exactamente cómo ni por qué; pero la presencia de un Warp producía siempre un efecto inquietante en sus habitantes. Los viejos temores y supersticiones eran difíciles de eliminar incluso dentro del Círculo, y todos aquellos que no habían sido llamados por el Sumo Iniciado habían cerrado sus puertas y ventanas con cerrojo hasta que pasase el temporal.

La propia actitud de Tarod frente a los Warps era una extraña mezcla de inquietud y fascinación. Su miedo a las tormentas había terminado el día en que se había enfrentado a una de ellas y sobrevivido; sin embargo, su mero poder titánico seguía inspirándole respeto. Hubiera querido saber algo más sobre la naturaleza de estos terribles fenómenos, pero sentía instintivamente que los intentos del Círculo por descorrer el velo del misterio estaban condenados al fracaso. Era ésta la tercera vez en poco más de un año que Jehrek había convocado a los Adeptos superiores para procurar averiguar algo sobre la fuerza que se ocultaba detrás de los Warps. Hasta ahora, sus esfuerzos habían resultado vanos, y Tarod estaba convencido de que en esta ocasión pasaría lo mismo.