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Tarod dirigó al pelirrojo una de sus miradas más despectivas.

—Te doy las gracias por recordarme mi deber, Rhiman —dijo fríamente, sin preocuparse de bajar la voz—. Pero tal vez si tú quisieras centrar tu atención en asuntos más importantes no tendríamos que hacer perder más tiempo al Sumo Iniciado.

Rhiman se sonrojó y Jehrek dirigió una severa mirada a los dos hombres. Tarod observó por el rabillo del ojo que Keridil disimulaba una sonrisa. Entonces el Sumo Iniciado dijo con ligera acritud:

— ¿Podemos empezar...?

Los Adeptos inclinaron la cabeza al unísono y Jehrek empezó a entonar la Oración y Exhortación con que siempre se iniciaba el Rito Superior. Tarod se esforzó en prestar atención a las conocidas frases que se perdían en la inmensidad del Salón, pero le resultaba difícil. Algo tiraba de su mente, apartándola de lo que hubiese debido ser centro esencial de la ceremonia, y tuvo que confesarse que todo aquello le fastidiaba. El ritual era de una gravedad excesiva; demasiados preparativos innecesarios antes de que pudiese hacerse algo... Consciente de que debía armonizar sus sentidos con los de los otros, se concentró en el círculo negro alrededor del cual se hallaban reunidos, tratando de emplearlo como punto focal. Pero todavía una distracción persistente e insidiosa le apartaba de lo que hubiese debido ser su objetivo. La voz de Jehrek se hizo ahora hipnótica, ai pasar el Sumo Iniciado al estado próximo al trance que señalaba el momento en que comenzaba el ritual propiamente dicho. Alrededor de Tarod, todos sus compañeros murmuraban las respuestas a la Exhortación y él movía los labios al mismo tiempo, pero ningún sonido brotaba de su garganta. De pronto, vio su anillo y pareció que la piedra había cobrado vida propia, reflejando colores imposibles y mirándole como un ojo deslumbrador e inhumano. Pudo sentir que empezaba a emanar energía del círculo de Adeptos, al tiempo que sus mentes se unían y entrelazaban, pero la suya propia permanecía extrañamente apartada, como observando.. , y el círculo negro del suelo parecía crecer, extenderse, como una flor oscura...

Vuelve...

Esta palabra entró tan inesperadamente en su cabeza que tuvo que morderse la lengua para no lanzar un grito.

Vuelve... Recuerda... Tiempo...

Tiempo... Decían que el Salón de Mármol tenía la llave del Tiempo... Tarod cerró los ojos, tratando de anular la inoportuna interferencia y de concentrarse en la tarea inmediata; pero era imposible. Tiempo. La clave, la llave...

Su vecino inmediato sintió su estremecimiento y le dirigió una mirada rápida y ansiosa. La cara de Tarod estaba petrificada como una máscara, reflejando su lucha contra aquella influencia en su mente, que se hacía cada vez más fuerte y agobiante. Por un instante, tuvo la impresión de que las miradas de las siete estatuas sin rostro convergían sobre él, de que las paredes y el techo del Salón se le venían encima, y entonces abrió los ojos, esforzándose en vencer su desorientación, y vio el círculo negro del suelo. Pero ya no era un simple mosaico; era un vórtice, un torbellino que había surgido del suelo, proyectándose hacia el infinito y tratando de arrastrarle con él. El zumbido del Warp, allá en lo alto, parecía estar en su cerebro y empujarle en su ruidosa carrera, y Tarod se tambaleó, perdiendo el equilibrio...

El sueño, aquel ser..., tenían algo que ver con el, algo que ver con este Salón...

—¡Tarod! —oyó vagamente que le llamaba una voz. Pensó que era Keridil, pero el tono parecía diferente. ¡Espera, padre! ¡Debemos interrumpir la ceremonia! Tarod se está...

Tarod no oyó lo que siguió diciendo Keridil. En ese momento, un muro de oscuridad, surgido de ninguna parte, cayó de lleno sobre él. Al recibir el golpe, percibió la imagen fugaz de una estrella de siete puntas y luz cegadora, antes de caer inconsciente al suelo.

—Casi no has comido nada. —Themila Gan Lin le hablaba como a un niño rebelde—. Vamos, come. Ya oíste lo que dijo Grevard.

Tarod levantó la cabeza y le sonrió irónicamente.

—Falta de vitalidad en la sangre, causada por no tomar el alimento necesario para conservar la buena salud, tanto mental como física.

Y demasiado consumo de vino.—Su imitación del tono severo del médico la hizo sonreír—. Sí, Themila, oí que decía Grevard.

Ella no se dejó intimidar.

—Entonces, come. O te obligaré a hacerlo a la fuerza, ¡y no creas que no soy capaz de ello!

Él volvió su atención al plato bien surtido que le había puesto delante. No tenía apetito, pero comería para complacerla. Y, sin duda, Grevard tenía razón: había descuidado sus propias necesidades durante los últimos días, y el diagnóstico del médico podía, en buena lógica, explicar su desvanecimiento en el Salón de Mármol.

Pero Tarod no estaba seguro de que la lógica pudiese aplicarse a su caso. Y cuando miró a Keridil por encima de la mesa, supo que su amigo estaba pensando, más o menos, lo mismo que él.

— ¡Keridil! — dijo suavemente Tarod, pero algo en su voz puso sobre aviso al otro. Decidió ser franco—. Por la cara que pones, diría que no estás más de acuerdo que yo con el diagnóstico de Grevard.

Keridil le miró fijamente.

—No, no lo estoy. Pero tú tienes una ventaja sobre mí, Tarod. Yo no puedo conocer tus pensamientos más íntimos... ni tus recientes experiencias.

Themila los miró a los dos.

—Si sugieres, Keridil, que Tarod está...

Keridil levantó una mano, imponiéndole silencio.

—Aprecio tus instintos maternales, Themila. Yo mismo he sido objeto de ellos con frecuencia; pero sabes tan bien como yo que aquí hay algo más que la sencilla explicación de Grevard. Y te diré, con el debido respeto, que tú no estuviste hoy en el Salón de Mármol, no viste su cara...

Tarod lamentó que no estuviesen en lugar distinto del atestado comedor. Aquí había demasiado ruido, demasiadas charlas y risas, demasiadas interrupciones. Él había pasado la última hora sometido al reconocimiento de Grevard y al consiguiente sermón, y sólo había aceptado las prescripciones del médico porque discutirlas le habría pues to en mayor aprieto con el Sumo Iniciado. Jehrek, tan preocupado por el bienestar de sus Adeptos como por el éxito de los ritos del Circulo, se había puesto furioso al enterarse de la negligencia de Tarod en el cuidado de su salud. Keridil le había dicho que, después de que se lo hubieran llevado apresuradamente del Salón, los restantes Adeptos habían intentado continuar el Rito Superior, pero habían perdido el ímpetu y nada habían conseguido. Pero ahora, Tarod tenía la impresión de que había cumplido con su deber, y lo único que deseaba era escapar.

Pero Keridil y Themila no se lo permitirían. Themila sabía ya lo de los sueños, aunque no con detalle; Keridil sospechaba lo suficiente para querer ahondar más en el asunto. Y no pasaría mucho tiempo antes de que atasen cabos.

Él no había querido confiar en nadie. Desde que Kael Amion había rechazado sorprendentemente su petición de ayuda, se había mordido la lengua, sintiéndose demasiado inseguro para arriesgarse a una segunda negativa. Pero Keridil y Themila eran sus más íntimos y queridos amigos. Si no podía confiar en ellos, no podía confiar en nadie. Y tal vez, a fin de cuentas, podrían tranquilizar su mente...

Ellos estaban esperando que hablase. Tarod dijo, pausadamente:

—Tienes razón, Keridil. Hay algo..., pero éste no es lugar para contarlo. Venid conmigo a mis habitaciones y os explicaré todo lo que pueda.

A Tarod le sorprendió el alivio que sintió cuando, al fin, hubo acabado de contar su historia. Sus dos compañeros habían escuchado, sin interrumpirle, su relato de cómo los sueños le atormentaban cada noche y su descripción del desastroso intento de observar el fenómeno desde el plano astral. Cuando terminó de hablar, Themila asintió lenta mente con la cabeza.