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—Tengo que irme —dijo, mirando de nuevo temerosamente al hombre—. Uno de nuestros hombres viene hacia acá; mi tío debe de estar buscándome...

Tarod examinó al boyero con la mirada y dejó de prestarle atención.

— ¿Te quedarás para las celebraciones? — preguntó.

Los ojos ambarinos se fijaron un instante en los de él.

—Creo.., creo que si. Al menos por un tiempo.

—Entonces, tal vez volvamos a vernos.

— Espero que así sea...

No esperó a que él respondiese, sino que dio media vuelta y se alejó rápidamente.

—¿Dónde has estado? —gritó el flaco boyero en cuanto ella pudo oírle.

Cyllan miró por encima del hombro y vio que Tarod se encaminaba de nuevo al Castillo.

—Mirando las casetas —dijo.

—Ya veo. La dama no tiene ahora nada que hacer, ¿verdad? — Fue a darle una bofetada, pero Cyllan la esquivó, gracias a su experiencia—. ¡Vuelve a las tiendas! Hay que preparar la comida, y si te imaginas que alguien va a hacer tu trabajo, ¡estás muy equivocada! — De pronto la miró maliciosamente, al darse cuenta de que ella seguía todavía con los ojos la alta figura del Iniciado que se estaba alejan do—. Y harás mejor en no mirar tan alto, chica —añadió con tono mordaz—. ¡Tienen rameras mejores que tú en el Castillo!

Cyllan se sonrojó y se mordió la lengua para no replicar airadamente. Después de una última mirada atrás, se volvió y siguió al ganadero hacia el puente.

Alguien más estaba observando con especulativo interés a Tarod, que entraba en el patio del Castillo y se encaminaba a la puerta principal. Gracias a la influencia de su padre, Sashka había ocupado un sitio desde el que podía ver perfectamente los actos del día; se había fijado en el hombre de cabellos negros que había tomado parte en el desfile, y éste había despertado su interés. Después de la ceremonia, le había visto con el Sumo Iniciado y comprendido claramente que los dos eran íntimos amigos. Una discreta investigación le había revelado su nombre y grado, cosa que le interesó aún más. No solamente le parecía atractivo su aire de fría arrogancia, sino que pensó que debía de ser un hombre influyente en la jerarquía del Castillo.

Le gustaría conocerle, y creyó que no le resultaría difícil, durante el banquete de la noche, lograr que se lo presentaran. Además, podría facilitarle un encuentro con el propio Sumo Iniciado...

Se volvió a su padre y apoyó cariñosamente los finos dedos en su brazo dijo: —Padre...

El le sonrió afectuosamente, sintiéndose orgulloso de ella.

—Sí ¿hija mía?

— Padre, ¿querrás hacer algo por mí? ¿Un gran favor? Esta

noche, durante el festín...

CAPÍTULO 9

—Y ahora, amigos míos, compañeros Adeptos, buenas Her manas y Señores... —Keridil hizo una pausa para recorrer el salón con la mirada y sonrió, vacilando con cierta timidez—. Sólo me queda daros humildemente las gracias por vuestra bondad y por los buenos deseos que me habéis prodigado hoy. Mi gratitud por el honor que me hacéis no puede expresarse con palabras, pero prometo solemnemente que haré cuanto esté en mi poder para corresponder a la fe que habéis puesto en mí. Espero y pido a los dioses que sepa mostrarme digno de vosotros. Gracias, amigos míos, y que Aeoris os bendiga a todos.

Los aplausos que sonaron al terminar el Sumo Iniciado su discurso fueron tan moderados como exigía la ocasión, pero el calor con que fueron recibidas sus palabras era inconfundible. Gracias a su juventud y su auténtico atractivo, reforzados por la rigurosa educación que le había dado Jehrek, Keridil descubría, con gran sorpresa por su parte, que su popularidad estaba asegurada desde el principio. Todavía tenía algún recelo, pero los acontecimientos del día habían contribuido mucho a fortalecer su vacilante confianza.

Cuando se levantó de su silla en la mesa de la presidencia del comedor del Castillo y se extinguieron los aplausos, unos músicos ocuparon su puesto en la galería del fondo del salón y tocaron las primeras notas de un baile de ceremonia. Keridil miró un momento a su alrededor; después tendió una mano a Themila Gan Lin, invitándola a bailar. Se movieron con majestuosa gracia entre la doble hilera de espectadores y, cuando hubieron terminado de dar la vuelta al salón, otros empezaron a bailar a su vez, hasta que la pista se llenó de abigarradas parejas con revuelo de faldas y destellos de joyas que brillaban a la luz de las largas hileras de velas y antorchas.

Sentado en su lugar en la mesa de la presidencia, Tarod observaba el baile, sonriendo ligeramente. Él había sugerido al Sumo Iniciado que eligiese a Themila como pareja en el importantísimo primer baile; una maniobra diplomática encaminada a asegurar que ninguna familia noble pudiese alegar, con vistas al futuro, que su hija casadera había sido preferida a otras. Con ello había conseguido también frustrar las intenciones del terrateniente Simik Jair Sangen, padre de Inista, que tuvo que contentarse con la seguridad de que tendría tiempo sobrado de hablar más tarde con el Sumo Iniciado. Y había habido otros, ai-siosos de conseguir una audiencia, que habían estado fijándose en Tarod como su mejor aliado en potencia, ya que era de todos conocida su gran amistad con Keridil.

Tarod encontraba sumamente irritantes los halagos, las maquinaciones y los ocasionales intentos de soborno. Hasta ahora, había conseguido dominar su genio vivo, consciente de que no le haría ningún favor a Keridil si perdía los estribos, pero su paciencia se estaba agotando. Una vez más, dio silenciosamente gracias a los dioses por haber resistido la tentación de participar en la vida política del Círculo; por muy encumbrado que hubiese sido el cargo que hubiera podido alcanzar, los sacrificios que le habría costado le habrían resultado insoportables.

De pronto, se dio cuenta de una presencia a su lado. Se volvió de mala gana, preparándose para otro encuentro con algún padre inoportuno, y se sorprendió al encontrarse con los cándidos ojos castaños de una mujer más joven que él.

Ella sonrió y levantó el fino velo translúcido que llevaba para que él pudiese verle bien la cara. Una Hermana Novicia, y era hermosa. A pesar de su tendencia al ascetismo, Tarod era tan susceptible como cualquiera a la belleza femenina, y esta joven tenía un atractivo que no podía compararse con el de las adorables pero un tanto insulsas hembras con quienes había tenido fugaces y generalmente muy breves amoríos. Había como un desafío en su expresión y en el voluntarioso pero agradable perfil de la barbilla; el porte confiado de su alta y graciosa figura revelaba que estaba acostumbrada a mandar y a ver cumplidos sus deseos. Tarod le sonrió a su vez e inclinó cortésmente la cabeza.

— ¿En qué puedo servirte?

Visto de cerca, pensó Sashka, era aún más imponente de lo que parecía de lejos; su gracia natural adquiría un aspecto ligeramente intimidante a causa de su poco corriente estatura y de la constante fijeza de sus ojos verdes. Sin embargo, algo en él, un aura, habría dicho su Maestra de Novicias, hizo que su pulso se acelerase de un modo que la intrigó y la excitó. Era muy atractivo, y presumió que había lugares recónditos en su naturaleza que merecían ser explorados por una mujer dotada del valor necesario para ello. Sashka creía que el valor era una cualidad de la que ella no carecía, y su objetivo inicial, que era persuadir a Tarod de que le presentase al Sumo Iniciado, empezó a parecerle menos apremiante.

Decidió mostrar la misma confianza fría de Tarod, en vez de mostrarse tímida, y señaló solemnemente las parejas que bailaban.