Conque así estaba la cosa... Se lo había temido...
—Si es esto lo que piensas, ¡puedes elegir entre mil o más, Sash-ka! Pero no a ése... Tiene una mirada peligrosa que no me gusta nada.
—Es un Adepto de séptimo grado.
Esperó a que la información surtiese efecto y se alegró al ver que la severa desaprobación de su padre empezaba a flaquear.
— ¿De séptimo...?
—Sí. Y sólo tiene unos pocos años más que yo; lo cual quiere decir que le espera un gran futuro. El clan podría esperar un trato mucho mejor...
—Por los dioses, niña, no estarás pensando...
—No estoy pensando en nada, padre, por ahora... Pero me gustaría volver a verle.
Frayn comprendió que estaba vencido. Desde que era pequeña, Sashka le había manipulado como si fuese arcilla en sus manos. Si quería estudiar las posibilidades de una alianza con el alto Adepto de cabellos negros, nada podría hacer él para impedírselo. Y si el hombre era un séptimo grado, tenía que confesar que el enlace podía ser conve niente...
—Vamos, padre. —Le estrechó las manos, sonriendo alegremente, y con ello acabó de desarmarle —. Esto es una fiesta. No me pongas mala cara... Divirtámonos con el baile y, durante un rato, ¡no pensemos en el futuro!
—... Es un arduo problema, Sumo Iniciado, y no me importa confesar que nuestros recursos han disminuido mucho al tratar de luchar contra esta plaga. —El Margrave de la provincia de la Esperanza hizo una mueca y sacudió la cabeza gris, mirándose los zapatos con hebillas de plata—. Durante las dos últimas lunas, nuestras villas y pueblos han sufrido no menos de cinco ataques de los bandidos, y esto sin contar los incidentes que pueden no haber llegado a mis oídos. Es como si todas las bandas se hubiesen unido en alguna clase de organización.. , o como si estuviesen impulsadas por alguna fuerza exterior.
Keridil vio que Tarod fruncía rápidamente el ceño y, al mirarle, asintió casi imperceptiblemente con la cabeza. Las palabras del viejo Margrave habían hecho sonar una campana inquietante en el fondo intuitivo de su mente, y no le sorprendió que Tarod sintiese algo parecido. Otras provincias le habían informado ya del súbito e inexplicable aumento de las actividades de grupos de bandoleros. Caravanas de mercaderes asaltadas; rebaños diezmados; pequeñas aldeas remotas saqueadas, y mieses quemadas en los campos...; algo que amenazaba con adquirir las proporciones de una epidemia. Y parecía no haber motivo ni razón para ello; no había aparecido ningún cabecilla bajo cuyo mando se uniesen las bandas. Aparentemente, las pandillas de bandoleros habían aumentado independientemente sus actividades, pero con una coordinación que indicaba que actuaban de consuno. No podía ser mera coincidencia.
—Desde luego, protegemos a la gente de la provincia lo mejor que podemos —siguió diciendo el Margrave, con voz cansada—. Pero sólo tenemos un número reducido de voluntarios a nuestra disposición, y todavía menos hombres de armas capacitados para adiestrarles. —Sus negros ojos se fijaron brevemente en los de Keridil, y éste reconoció una súplica en ellos; la tercera de la noche—. Si fuese posible que unos pocos Iniciados, no más de dos o tres, pudiesen estar con nuestras fuerzas... La destreza de los espadachines del Castillo es legendaria...
Keridil suspiró, lamentando tener que repetir la respuesta que había dado a los Margraves de la provincia Vacía y de las Grandes Llanuras del Este.
—Desgraciadamente, Señor, sólo tienen capacidad para combatir en los torneos. Tal vez hubo un tiempo en que los Iniciados representaron un papel como agentes de la ley, además de campeones, pero — y sonrió forzadamente— nuestras tierras han estado en paz durante tanto tiempo que no podríamos representar ese papel aunque quisiéramos.
—Sin embargo, la mera presencia de hombres del Círculo...
—Asustaría menos de lo que tú y yo quisiéramos a una pandilla de bandoleros resueltos —dijo Keridil. Se sentía frustrado por su incapacidad de ofrecer al hombre algo más que consejo y consuelo; las palabras no resolverían los problemas de la Provincia de la Esperanza, pero eran todo lo que tenía. Al cabo de un momento, añadió—: Sin embargo, llamaré personalmente la atención del Alto Margrave sobre el asunto cuando nos reunamos.
—Desde luego... viajarás a la Isla de Verano cuando terminen las celebraciones... — El viejo asintió con la cabeza, tratando de poner a mal tiempo buena cara—. Bueno, Sumo Iniciado, te doy las gracias por haberme escuchado. No quería agriar las fiestas con nuestros problemas, pero...
— No has hecho tal cosa, antes al contrario; te agradezco que me hayas llamado la atención sobre ellos.
El Margrave se volvió para marcharse, pero Tarod dijo de pronto:
—Los bandidos, Margrave, ¿son los únicos que causan problemas en la Esperanza?
El Margrave se detuvo.
—Discúlpame, pero no sé exactamente qué quieres decir...
—Me preguntaba, Señor, si habéis experimentado un aumento igualmente súbito en otras clases de daños. —Miró a Keridil—. Algo ha llegado a mis oídos esta tarde, y nuestra propia experiencia lo confirma. Margrave, ¿ha aumentado la frecuencia de los Warps?
El viejo se pasó la lengua por los labios.
— Ahora que lo mencionas, sí... Durante los meses pasados, en realidad desde la muerte del anciano Sumo Iniciado, se han producido varlos Warps. —Se estremeció súbitamente—. Son cosas que uno prefiere olvidar con la mayor rapidez posible, y por esto no creí... Pero supongo que no puede haber relación entre ambas cosas, ¿verdad?
—Relación directa, no —convino Tarod—. Pero me pregunto si el aumento simultáneo de ambas cosas podría indicar la existencia de algo que todavía ignoramos.
Advirtió la mirada aguda de Keridil, pero la expresión del Mar-grave seguía siendo de perplejidad.
—Si hay una relación, Señor, ¡que Aeoris nos ampare! — dijo sinceramente—. Pero confieso que la idea escapa a mi comprensión.
En cuanto se marchó el viejo, Keridil se volvió a Tarod.
—No me habías dicho nada de tus sospechas.
—¿Cómo podía hacerlo? Nada había sabido de las acciones de los bandidos hasta esta noche. Pero ahora que lo sé, si las añado a nuestras propias y recientes experiencias en el Castillo, tengo una impresión que no me gusta, Keridil. Algo se está cociendo, y lo huelo.
—Seguramente la lógica nos dice que no puede haber relación posible entre los Warps y los ataques de los bandidos, Tarod.
— ¡Maldita sea la lógica! — dijo vivamente Tarod, y enseguida bajó la voz, consciente de que los que se hallaban cerca de ellos estaban escuchando—. La lógica es buena para la gente como el Margrave de Esperanza, y conviene que así sea; nadie espera que explore más allá de los límites de lo que puede ver y tocar. Pero se supone que nosotros trascendemos tales restricciones. ¿O estamos empezando a olvidar nuestro verdadero objetivo?
—Esto es absurdo...
—¿Lo es, Keridil? —Los ojos verdes de Tarod brillaron con fiereza—. ¿No nos estaremos engañando, aquí en nuestra fortaleza, sin nadie que nos contradiga o nos juzgue o señale nuestros defectos? Tres Margraves han pedido la ayuda del Círculo esta noche, ¿y qué hemos podido ofrecerles? ¡Nada! ¡Somos impotentes! Tal vez el viejo tenía razón; tal vez serviríamos mejor a este país como una fuerza de mercenarios que como una comunidad de hechiceros.
Aunque trató de disimularlo, la censura impresionó a Keridil; sobre todo porque reflejaba sus propias frustraciones. La frecuencia de los Warps había preocupado mucho a Jehrek, y desde su muerte habían aumentado aún más. Sin embargo, todos los esfuerzos del Círculo para comprender las razones de aquel súbito cambio que parecía afectar a todo el mundo habían sido inútiles, por no hablar del descubrimiento de su origen. Pero Tarod era el primero en expresar con palabras la gran inquietud que había estado incubándose en lo más hondo de Keridil.