—Sé tan bien como tú lo que ha conseguido, o mejor dicho, lo que no ha conseguido últimamente nuestra hechicería — dijo pausadamente, mirando a Tarod con ojos cándidos—. ¿Tienes tú una respuesta mejor?
Tarod suspiró.
—Antes de poder dar una respuesta, uno tiene que saber la naturaleza de la pregunta.
— Cierto. Si necesitábamos una confirmación, ambos hemos oído esta noche la prueba. La amenaza se ha cernido sobre nosotros como una tormenta en el horizonte, y desde que murió mi padre...
—Lo sé.
Tarod trató de borrar la idea que últimamente se le había ocurrido con demasiada frecuencia. Como Keridil, era escéptico en lo tocante a las coincidencias, pero el hecho de que los inquietantes sucesos hubiesen cobrado fuerza e intensidad desde el fallecimiento del Sumo Iniciado estaba muy lejos de ser tranquilizador. Aunque se decía una y otra vez que no podía haber ninguna relación, era incapaz de olvidar el extraño y delirante encuentro con aquel ser llamado Yandros...
Se sobresaltó cuando Keridil le dio unas palmadas en el hombro.
—Tarod, éste no es tiempo ni lugar oportuno para especulaciones. Dentro de siete días tendré que viajar a la Isla de Verano, para presentar personalmente mis respetos al Alto Margrave. Si consigo hacerle ver la gravedad de los problemas de las provincias, tal vez podamos hacer algo para intentar resolver la situación a un nivel ex> térico.
— El Alto Margrave es poco más que un niño.
—Sin embargo, encarna el poder temporal. Y he oído decir que no destaca por su inteligencia, sino por su experiencia. Actualmente, es lo mejor que podemos hacer para los Margraviatos.
—¿Y los Warps? —preguntó en voz baja Tarod.
— ¡los Warps...! Ésta es otra cuestión, ¿verdad? Yo puedo ser el Sumo Iniciado, Tarod, pero soy lo bastante realista para reconocer que, como hechicero, soy un niño de pecho en comparación contigo.
Y si tú no tienes soluciones, entonces el Círculo es tan impotente como dices.
Tarod desvió la mirada, pero Keridil tuvo tiempo de ver en los ojos de su amigo algo que sólo pudo interpretar como dolor. En un murmullo, añadió:
—No te aflijas. Mentes más grandes que las nuestras han luchado durante generaciones con la naturaleza de los Warps, y han fracasado. No es nada ignominioso. Y la frustración es algo con lo que todos hemos aprendido a vivir. —Desde la antesala llegó un ruido de carcajadas, seguido de los sonidos de los instrumentos musicales que afinaban—. Escucha —dijo Keridil—. Hay mucha gente resuelta a pasar la noche divirtiéndose. Sabe Aeoris que he estado a punto de olvidar que hoy se está celebrando una fiesta; pero no es demasiado tarde para ponerle remedio. Reunámonos con los invitados, Tarod. Si podemos olvidar durante un rato, tal vez el panorama nos parezca menos lúgubre por la mañana.
Tarod le miró brevemente y sacudió la cabeza.
—Lo siento, Keridil. Tienes razón; estamos aquí para una celebración, y yo he tenido la culpa de dejarme impresionar demasiado por otras cosas.
Sonrió cuando alguien en la sala contigua empezó a tocar un manzón, instrumento de mástil largo y de siete cuerdas que requería un alto grado de habilidad musical. El músico era muy experto y, a los pocos momentos, una voz de mujer entonó una vieja y pegadiza canción que Tarod conocía muy bien. Sin añadir palabra, dio unas palmadas en la espalda a Keridil y ambos se dirigieron al salón.
Al entrar en la cámara débilmente iluminada, Tarod deseó ardientemente poder librar su mente de las dudas y temores que le atosigaban y que eran causa remota de su inquietud esta noche. No había querido preocupar a Keridil con sus sospechas precisamente hoy, pero, por alguna razón, las palabras habían brotado de sus labios antes de que pudiese detenerlas. Además, y por encima de las pruebas que habían dado esta noche los Margraves , tenía la íntima convicción de que algo terrible y furiosamente malo estaba ocurriendo, algo con lo que no se podía luchar. Por mucho que lo intentase, no podía borrar aquel sentimiento; ni podía rebatir la certidumbre de que los recientes acontecimientos estaban inextricablemente relacionados con la ex traña predicción de Yandros sobre la misión que él tendría que cumplir.
Sentía una enorme frustración en su interior y cerró ambos puños, sintiendo que los bordes del anillo se hincaban en la palma de su mano izquierda. Muchas intuiciones, muchas sospechas, pero no sabía nada... , y la larga espera de alguna señal, de algún movimiento de las fuerzas, fuesen cuales fueren, que poseía Yandros, se le estaba haciendo casi insoportable.
Bruscamente, se pellizcó la nariz con el índice y el pulgar. Estaba cansado, y el gesto fue un intento de vencer la fatiga, así como de romper el hilo desagradable de sus pensamientos. No había prestado atención a la música ni a las personas que le rodeaban y, al terminar la canción, le sorprendió la fuerza de los aplausos y se dio cuenta de que el salón estaba lleno a rebosar. Keridil aplaudía con entusiasmo, uniendo su voz al coro de los que pedían más, y, por primera vez, Tarod miró hacia el reducido espacio del centro del salón donde se hallaban los improvisados artistas. El que tocaba el manzón estaba encorvado sobre su instrumento, templando delicadamente las cuerdas, y cuando la luz de las velas se reflejó en el pequeño pendiente de oro que llevaba el hombre en una de sus orejas, supo Tarod que era Ranil Trynan, hijo de uno de los mayordomos del Castillo. La manera en que había logrado introducirse en aquella reunión era un misterio, pero su habilidad como músico le abría puertas que de otro modo habrían permanecido cerradas para él, y cuando al fin levantó la cabeza, la sonrisa dibujada en su fino y astuto semblante demostró que se consideraba en su elemento natural.
Sin embargo, y a pesar de la visible satisfacción de Ranil, era la cantante que estaba a su lado quien más llamaba la atención. De momento, Tarod no reconoció a la alta joven de voz suave de contralto, pues se había mudado el hábito y despojado del velo de Hermana Novicia. Entonces levantó la cabeza, y los oscuros ojos castaños de Sashka se fijaron en los de él con el mismo aire desafiador que recordaba Tarod de su anterior encuentro.
Los labios de Tarod se torcieron en una fría sonrisa, y se alegró al ver que ella se ruborizaba. Entonces hizo la joven un imperioso ademán a Ranil y el joven tocó los primeros acordes de una canción que era ahora popular en la Tierra Alta del Oeste; una melodía complicada que exigía un gran esfuerzo tanto por parte del que tocaba como de la que cantaba. Sashka empezó a cantar, y dos de los oyentes más entendidos aplaudieron inmediatamente su valor al intentar una pieza tan difícil. Tarod sintió que la música calmaba sus excitadas emociones; entrecerrando los ojos verdes, dejó que la melodía invadiese su mente y le arrastrase con el resto del público, hasta que la voz de Keridil en su oído le sacó del ensueño.
— No había oído cantar así a nadie en muchos meses... Me pregunto si será un bardo femenino.
Tarod sacudió la cabeza y dijo, sin pensarlo:
— No. Es una Novicia, de la Residencia de la Tierra Alta del Oeste.
—¡Ah sí...! —Keridil le guiñó un ojo—. Ahora la recuerdo; es la joven con quien estuviste bailando después del banquete. Te felicito por tu buen gusto, Tarod. ¿Cómo se llama?
Consciente de que Keridil estaba tratando bonachonamente de turbarle, Tarod correspondió a su guiño con una mirada absolutamente impasible.
—Sashka Veyyil.
—¿De los Veyyil Saravin? —El Sumo Iniciado arqueó las cejas—. Entonces es un buen partido, bastante rica. — Hizo una pausa y añadió—: Y también hermosa... Tiene un aire extraño, como si pudiese desafiar a cualquier hombre. —Su tono fue malicioso al proseguir—: Todo lo contrario que Inista Jair.