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— Sí — dijo distraídamente Tarod.

Keridil guardó silencio durante un rato, mientras ambos escuchaban la música. Después, en voz baja pero en un tono ligeramente distinto, dijo:

—Sería una imprudencia indisponerse con su clan. Son muy influyentes.

Tarod frunció el ceño y le miró. Había percibido algo en la voz de Keridil que insinuaba celos, y esto era impropio de él.

— No tengo la menor intención de cruzarme en su camino — dijo—. Esta noche ha sido la primera vez que he visto a esa muchacha.

— Sin embargo, está cantando esta canción para ti y sólo para ti; puedo verlo en sus ojos —replicó Keridil—. Pero temo que cualquier pequeña aventura con ella podría traer dificultades.

Tarod sintió una fría irritación y sus ojos centellearon al mirar al otro hombre. Le encolerizaba aquella envidia tan desacostumbrada en

Keridil, y todavía le enojó más que éste pusiera en tela de juicio su moralidad.

—Me imagino que la Señora es mayor de edad y puede decidir sobre sus preferencias — dijo, con voz helada—. Aunque, desde luego si crees que mi reputación es dudosa, tienes evidentemente el deber de ponerla en guardia contra mí. Es decir, si piensas que con ello puedes disuadirla.

Antes de que Keridil pudiese responder, se apartó de él y se abrió paso en dirección a la ventana, desde donde podría observar mejor. Sashka le siguió con la mirada y, cuando creyó que había captado la de él, dejó que se perfilase en su semblante una dulce y vacilante sonrisa.

—Sashka. —Tarod asió la mano de la joven y se inclinó sobre ella—. Gracias por tu canción. Lo que habría podido ser una aburrida y triste celebración se ha convertido, gracias a ti, en algo magnífico.

Mientras hablaba, le sorprendió descubrir que el cumpli do había brotado fácil y sinceramente de sus labios. Siempre había sido capaz de representar el papel de cortesano, pero raras veces decidía hacerlo; cuando lo hacía, una parte cínica de su mente se daba perfecta cuenta de que las palabras no eran más que un medio fácil de conseguir un fin interesado. En cambio, delante de esta muchacha de rostro patricio y ojos cándidos, sólo podía decir la verdad. En sus dos breves encuentros, ella le había causado un efecto profundo, y el sentido resultante de vulnerabilidad era algo a lo que Tarod no estaba acostumbrado.

Sashka bajó la mirada, dejando que sólo una pequeña parte de su deleite se trasluciese en su expresión.

—Gracias. Pero temo que estoy muy desentrenada; mis estudios no me dejan mucho tiemp o libre para otras actividades más placenteras.

— Menosprecias tu talento.

Todavía tenía asida su mano y, por el rabillo del ojo, vio que Ke-ridil les estaba observando desde el otro lado del salón. Por fin terminó la velada y los invitados se retiraron, menos unos cuantos empecinados que continuaron sentados, bebiendo y hablando en voz baja junto a la casi apagada chimenea. El padre de Sashka no aparecía por ninguna parte, como tampoco ninguna de las Hermanas mayores, pero Sashka no daba señales de querer marcharse.

—Había esperado —dijo suavemente — que podría volver a bailar contigo esta noche. Pero parece que estabas demasiado ocupado para rescatarme por segunda vez.

Él sonrió débilmente.

— ¿A pesar de la desaprobación de tu padre? ¡No quiero incurrir en la cólera de un Veyyil Saravin!

—Oh, eso... —Sashka tuvo el acierto de ruborizarse ligeramente—. No tienes que hacer caso de su mal humor. Sólo estaba enfadado conmigo porque quería presentarme al Sumo Iniciado y no me había encontrado en ninguna parte.

Tarod miró involuntariamente hacia el lugar donde había estado Keridil, pero éste se había marchado de allí. Volvió a sentir un poco de irritación y replicó fríamente:

—Si era esto lo que querías, sólo tenías que decírmelo.

—No he dicho que fuese lo que yo quería. —La mirada de Sashka contenía ahora un inconfundible desafío—. Y creo que soy lo bastante mayor para tomar mis propias decisiones en estos asuntos.

La irritación se desvaneció y Tarod rió, complaciente.

—¡Fuera de mi intención dudarlo, Señora!

— Entonces, ¿no podríamos continuar lo que fue tan bruscamente interrumpido?

Tarod se dio cuenta de que la muchacha empleaba su seducción y su habilidad para llevarle por donde ella quería, pero sus artimañas no parecieron importarle. Sentía un fuerte deseo de tocarla, de introducir las manos en la mata de cabellos cobrizos, de probarla, de explorarla, de descubrir la clase de mujer que se ocultaba debajo de la belleza y de la astucia. Era una sensación obsesionante, nueva para él, y no estaba seguro de cómo debía reaccionar.

Sashka, en cambio, no tenía dudas. Su segundo encuentro con el alto Adepto de negros cabellos había más que confirmado las primeras impresiones que se había formado de él, y ahora que tenía otra oportunidad de expresar su interés sin interferencias familiares, estaba resuelta a sacar de ella el mayor partido. Viendo que Tarod vacilaba ante su audaz pregunta, añadió, bajando mucho la voz:

—Mi padre y mi madre se han ido a descansar hace ya mucho rato, pero yo no podría dormir aunque quisiera. Estoy demasiado.. , animada.

Las palabras eran ambiguas, en el mejor de los casos, y Tarod sonrió y le asió la mano una vez más.

—A sí, ¿qué puedo hacer para entretenerte?

Ella encogió ligeramente los hombros, en un ademán que sugería mucho más de lo que expresaba superficialmente.

—Me gustaría dar un paseo —dijo—. Hace una noche tan e>-pléndida... He oído decir que hay cientos de personas acampadas fuera de las murallas del Castillo. Sus hogueras deben ofrecer una vista muy espectacular.

El cansancio que Tarod había sentido momentos antes desapareció, de pronto, de su cuerpo y de su mente sin dejar rastro. Señaló la puerta, a través de la cual estaban saliendo los últimos invitados.

— Entonces, si puedo acompañarte... Ella sonrió maliciosamente.

— ¿Sin el permiso de mi padre?

—Tu permiso es el único que me importa.

—Entonces, ya lo tienes.

Consciente de una excitación interior que iba rápidamente en aumento, Sashka le permitió que la llevase al débilmente iluminado pasillo.

CAPÍTULO 10

Bajo el misterioso doble cenit de las dos lunas, Tarod y Sashka estaban juntos de pie sobre la alta muralla del Castillo, contemplando el paisaje que se extendía ante ellos. Keridil había ordenado que el Laberinto permaneciese abierto durante el resto de las festividades, suspendiendo la barrera sobrenatural que separaba el Castillo del mundo exterior, y el lejano contorno de la costa era vagamente visible bajo el cielo de estaño.

Debajo de ellos, y tan lejos que parecían irreales como juguetes, las tiendas de los que habían acampado en la Península se agrupaban en racimos desparramados, iluminadas por la luz centelleante de más de cien pequeñas fogatas. Aquellos fuegos se extendían hacia lo lejos, al otro lado del puente, y la brisa traía débiles sonidos que indicaban que el jolgorio continuaba en algunos lugares.

Sashka estuvo largo rato mirando al suelo, sin hablar. La embargaba un sentimiento de gloriosa supremacía producido por el hecho de estar a tan gran altura, y de no haber sido por las cuatro titánicas y melancólicas torres del Castillo que empequeñecían incluso las murallas y que ella prefería no mirar, igual habría podido estar en el techo del mundo. Cautelosamente, para no romper el hechizo de la noche, dirigió una mirada al hombre que tenía a su lado. La luz de la luna endurecía los ángulos de su perfil, haciéndole parecido a un ave de presa; el viento apartaba los cabellos de su cara, y sus ojos se movían inquietos. Sashka se acercó un paso más, permitiendo que su manga le rozase una mano cuando él se acercó a su vez.