Выбрать главу

Una imagen fue formándose en su visión interior. Al principio, era demasiado imprecisa para tener sentido, pero al fortalecerse el pulso en lo más hondo de su conciencia, también la imagen adquirió más intensidad. El mundo real se estaba desvaneciendo; ya no percibía el frío ni el viento ni el duro suelo; se sentía como suspendida en un limbo extraño e imprevisible.

Con sorprendente brusquedad, la imagen astral que tenía delante se definió de pronto. Cyllan se encontró mirando, a través de lo que parecía una ventana de vago perfil, una habitación iluminada por una sola antorcha que ardía lánguidamente en un soporte clavado en la pared. Había dos personas, y estaban muy juntas: una mujer de largos y hermosos cabellos castaños, y un hombre mucho más alto, moreno, que tenía un aire en cierto modo familiar...

El corazón se le encogió desesperadamente al reconocer el cuerpo esbelto de Tarod. Si esta visión era real, y no tenía motivos para creer lo contrario, sus propias fantasías habían quedado reducidas a cenizas.

Sin embargo, la razón, luchando por romper este tupido velo de dolor, le recordó que la ominosa sensación que la había despertado no tenía nada que ver con sus propios deseos incipientes; había sido un presagio, y un presagio que hacía que todos los sentimientos personales fuesen fútiles y no significasen nada. Mordiéndose el labio, se esforzó en concentrarse en el cuadro expuesto a su mirada interior, queriendo comprender, tratando de desterrar los celos inútiles que la agitaban. Y vio que el hombre alto y de cabellos negros se movía y volvía la cabeza, como si pudiese percibir su presencia astral, y a punto estuvo de cortarse la lengua con los dientes cuando, en aquel instante, cambió de forma y, en su lugar, apareció una cara espantosa, desconocida pero familiar, que le sonreía con malevolencia.

Aquel hombre se parecía tanto a Tarod que hubiesen podido ser gemelos, pero tenía los cabellos rubios como el oro, y un instinto profundo dijo a Cyllan que no era, que no podía ser humano. Su sonrisa se acentuó y ella vio que sus ojos cambiaban de color, que parecía estar hablando pero de manera que no oía sus palabras; de pronto, se sintió sofocada por una niebla pegajosa, mortífera, maligna...

-No...

Su propia voz, surgiendo en una protesta involuntaria, rompió el frágil velo del hechizo, y Cyllan se echó atrás y estuvo a punto de caerse mientras el mundo físico volvía a su sitio y la envolvía con su frío abrazo. Temblando por la impresión de haber recobrado tan violentamente la conciencia, empezó a ponerse en pie... y se quedó petrificada. Había alguien al otro lado de la Península, más allá de las tiendas y las carreteras y los puestos de los vendedores. Un personaje alto y tétrico, envuelto en una capa larga o un manto que le cubría todo el cuerpo, la estaba mirando. Un aura peculiar, como los engañosos fuegos fatuos de los pantanos de las Llanuras, resplandecía a su alrededor y hacía que sus cabellos brillasen como el oro.

El corazón de Cyllan empezó a palpitar dolorosamente al sentir de nuevo el miedo que había experimentado durante el sueño. Se apretó los ojos con las palmas de las manos, sacudió violentamente la cabeza y volvió a mirar.

Allí no había nadie.

— Aeoris...

Susurró esta palabra entre los apretados dientes, como un ensalmo, e hizo al mismo tiempo, involuntariamente, un signo supersticioso contra el mal. Aunque sus ojos la hubiesen engañado, no así su mente; fuese real o ilusorio, aquel personaje era significativo. En cuanto a la naturaleza de lo que significaba... eso era otra cuestión, y se necesitarían una mentalidad más desarrollada y un poder más grande de los que ella poseía para desentrañar aquel misterio.

Temblando, recogió rápidamente sus piedras y volvió corriendo al campamento de los vaqueros. Al mirar hacia el Castillo, le pasó por la cabeza la idea de volver allí, buscar al Adepto de cabellos negros y contarle sus presentimientos; pero la rechazó furiosamente. No tenía ninguna prueba, y sus motivos eran demasiado confusos...

Al tumbarse una vez más en el suelo y arrebujarse en la manta, su miedo era como una pequeña brasa que se negase a apagarse. Las lunas se estaban poniendo, dando paso a la verdadera oscuridad... Un pony pataleó y resopló, sobresaltándola. Se esforzó en recobrar el aplomo y se hundió más entre los pliegues de la manta, cerrando los ojos y rezando para que viniese el sueño y la librase de la noche.

Cyllan no era la única alma desvelada aquella noche. De vuelta en sus habitaciones, Tarod llevaba casi dos horas sentado, contemplando el patio del Castillo. Allí ardían todavía las antorchas, calentando las negras piedras frías y proyectando una luz apacible y amable sobre el escenario; junto a la puerta, un vigilante solitario bostezó y empezó a andar despacio de un lado a otro, para estirar las entumeci das piernas; un gato se deslizó entre las columnas con alguna finalidad particular.

Tarod deseaba ardientemente poder dormir, pero sabia que era imposible. ¿Cuántas noches había pasado en vela junto a esta ventana, maldiciendo las largas horas de oscuridad, pero temeroso incluso de tratar de descansar? Esta vez no era miedo, sino un torbellino emocional distinto; la imagen de una cara ovalada y blanca en la oscuridad, un cuerpo suave y flexible, una voz dulce... Ella se había alejado tan rápidamente, que no había tenido tiempo de aclarar los confusos sentimientos que se profesaban; sin embargo, ahora habría dado la mitad de su vida para estar de nuevo con ella. Y si esta confusión de angustia y alegría era amor, entonces éste se había apoderado de él con toda su fuerza.

Una y otra vez se atormentaba con preguntas. ¿Se había precipitado e ido demasiado lejos? ¿La había ofendido? ¿O lo único que ella buscaba era un coqueteo intrascendente para pasar el tiempo en el Castillo? La vulnerabilidad era algo que raras veces turbaba a Tarod; pero ahora se sentía desesperadamente vulnerable, aunque una parte de él se alzaba contra su propia flaqueza. Se preguntaba si, a pesar de sus modales desenvueltos, no estaría también Sashka insegura de sí misma. Si era así, él había traspasado los límites del decoro, y lo más probable era que ella no se atreviese a encontrarse de nuevo con él...

Bruscamente, se puso en pie y empezó a pasear por la habitación. Se sentía como un animal enjaulado... Había demasiadas preguntas sin contestación, y no podía hacer nada para aproximarse a una solución. Sashka poseía la llave de la jaula; sólo ella podía darla o retenerle a su antojo, y este conocimiento le hacía sufrir.

Dándose cuenta de que su inquieto paseo no hacía más que empeorar las cosas, Tarod volvió junto a la ventana y se disponía a sentarse de nuevo cuando oyó, o creyó oír, un ruido en la puerta exterior. Por un instante, sintió un destello de esperanza irracional, pero la reprimió, diciéndo se que no había sido más que una ilusión.

Entonces lo oyó de nuevo. No era una llamada con el puño o con los dedos; era como si alguien tratase de llamarle la atención sin que lo advirtiese nadie más.

La sangre le latía con anormal e incómoda rapidez mientras cruzaba la estancia y descorría el cerrojo. Abrió la puerta... y Sashka, con un fino camisón y sin más abrigo que un chal sobre los hombros, le miró fijamente desde el pasillo en penumbra.

—No podía dormir...

Se deslizó en la habitación y Tarod se echó atrás, demasiado pasmado para hablar. La puerta se cerró con un chasquido muy ligero pero que hizo vibrar todos los nervios de su cuerpo. Sashka recorrió en silencio la habitación con la mirada, abriendo mucho los ojos y captando todos los detalles. Por fin Tarod pudo recobrar la voz.