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—Sashka... —La razón quiso imponerse a la emoción—. Tus padres... Si descubren que has salido...

Ella sacudió la cabeza, haciendo ondear sus cabellos.

—Están durmiendo, Tarod. No se despertarán hasta mañana.

No dijo nada de la reprimenda con que la había recibido su padre cuando volvió a sus habitaciones (para su enojo, la había estado esperando), ni de los polvos vegetales que ella había echado disimuladamente en el vaso de vino caliente y con especias de aquél, cuando, enfurruñado, había consentido al fin en irse a la cama. Las técnicas que estaba aprendiendo en la Residencia de la Hermandad empezaban ya a dar resultado.

Después de que su padre se durmiera, había permanecido largo rato delante del espejo de su propio dormitorio, dejando que sus m-nos recorriesen con pausada languidez los contornos de su cuerpo, mientras discutía consigo misma lo que debía hacer. ¿Podía haber interpretado mal la mirada que había visto esa noche en los ojos del hombre de cabellos negros? Creía que no, pero siempre existía la posibilidad de que sólo hubiese pretendido jugar con ella, y sería una tonta si se imaginaba que era más lista y más experimentada que un Adepto del séptimo grado. Sin embargo, un infalible instinto femenino le decía que había hecho bien en apartarse de él cuando lo hizo, por mucho que su propia naturaleza la indujese a todo lo contrario. Por encima de todo, no quería parecer demasiado atrevida, no quería que

Tarod se formase una mala opinión de ella. Otros hombres, y había conocido unos cuantos como tantas muchachas de su edad y posición, podían ser manipulados con facilidad; pero este hechicero era diferente. Ella le deseaba, pero sabía que no podía conquistarle con sencillas maniobras.

Pero ahora recibió la respuesta a la pregunta que la había atormentado desde que se había despedido tan precipitadamente de él. Al alargar Tarod la mano, deseando pero temiendo tocarla, se acercó más, y los dedos de él le rozaron el hombro.

— ¿Por qué te marchaste tan de repente? — dijo Tarod, con voz ronca.

— Porque... tenía que hacerlo. — Agachó la cabeza—. Creo que te tuve miedo.

— ¿Y ahora?

— No. Ahora no...

Tarod le asió los brazos, atrayéndola hacia él. Ella jadeó, involuntaria pero dulcemente, al sentir sus labios en el cuello; después cedió al abrazo y él la estrechó con más fuerza. Durante un momento, permanecieron inmóviles; después, inesperadamente, él la soltó y retrocedió.

Sashka comprendió y, al darse cuenta de que él no estaba seguro de sí mismo, sintió aumentar su propio poder. Sonrió, súbitamente confiada y queriendo tranquilizarle, y él vio reflejada en su cara la respuesta a su esperanza. La tomó de la mano y echó a andar hacia la habitación interior. Ella le siguió, sumisa, sabiendo que había triunfado.

El dormitorio estaba casi a oscuras, iluminado solamente por el tibio resplandor del fuego moribundo de la chimenea. Tarod parecía una sombra en la penumbra, pero el cuerpo que apretaba contra el de ella era real... Sashka cerró los ojos, y el suave chasquido de la puerta al cerrarse le pareció de una contundencia que la hizo estremecerse con una emoción que jamás había sentido hasta entonces...

—¿Casarte con ella?

Keridil miró fijamente a Tarod desde el otro lado de la habitación y, aunque la sorpresa era lo que predominaba en su semblante, otros sentimientos más difícilmente descifrables se ocultaban debajo de la superficie.

Tarod le miró a su vez, frunciendo ligeramente los párpados.

—¿Es una idea tan desconcertante?

—No, no, claro que no. Sólo.., sorprendente. —Keridil encogió los hombros—. Precisamente tú... Me cuesta imaginar que quieras renunciar a tu independencia.

No era la reacción que Tarod había esperado, y el resentimiento se mezcló con su contrariedad. Había decidido seguir la tradición del Círculo y pedir al Sumo Iniciado que bendijera formalmente su boda; pero la respuesta de Keridil había agriado lo que habría debido ser ocasión de regocijo.

Suavemente, pero con un deje de acritud, dijo :

—Y tal vez te cueste aún más imaginar que me haya desviado de mi camino para unirme con una Veyyil Savarin.

Keridil enrojeció intensamente.

—¡No quise decir eso! —Se volvió a medias, y entonces se detuvo e hizo un brusco e irritado ademán—. Lo siento, Tarod; tal vez he estado descortés; lo hice sin querer. — Una débil sonrisa se dibujó en sus labios—. Pero incluso tú debes reconocer que ha sido una noticia inesperada.

Apaciguado hasta cierto punto, Tarod asintió con la cabeza y Ke-ridil añadió:

— Tampoco habría previsto que te atuvieses tanto al protocolo. Una precipitada fuga con la chica, en una noche oscura, me habría parecido más propio de tu carácter.

Tarod se echó a reír y la tensión desapareció. El Sumo Iniciado se dirigió a un pequeño armario cerrado. Estaban en la que irónicamente llamaba su habitación de las jaquecas (el antiguo despacho de Jehrek), en la que atendía la mayoría de los asuntos oficiales en los que empleaba ahora la mayor parte de la jornada. Abrió el armario y sacó una botella de cristal negro y dos pequeñas copas de plata.

—Sólo para ocasiones especiales y situaciones desesperadas — dijo Keridil. Descorchó la botella, vertió un dedo de un líquido de brillante color zafiro en cada copa y tendió una de ellas a Tarod—. Lo destilan en la provincia Vacía, extrayéndolo de flores de un arbusto que sólo florece una vez cada quince años, y su nombre es impronunciable. Pero apuesto a que todo un clan de vaqueros se emborracharía con un cuarto de botella.

Tarod esbozó una sonrisa.

— Ocasiones especiales y situaciones desesperadas... ¿Qué...

—Lo primero, ¡te lo aseguro! Ahora que he tenido unos minutos para hacerme a la idea... Pero no, hablando en serio, Tarod, te felicito de todo corazón. —Keridil levantó su copa e hizo la señal de la bendición de Aeoris—. Has elegido bien, y también ella. Brindo por ti y por la novia.

Sorbieron ceremoniosamente el licor y, después, Keridil se dejó caer en un sillón y puso los pies sobre la mesa; movimientos demasiado casuales con los que intentaba disimular su súbita turbación.

—Bueno..., ¿cómo ha reaccionado Frayn Veyyil Saravin ante la perspectiva de tenerte por yerno?

— Todavía no lo sé.

—¿No has hablado con él?

— No.

Esa mañana (era el último día de las fiestas de investidura del Sumo Iniciado) Tarod le había dicho a Sashka que pediría una entrevista con Frayn sin más dilaciones. Ella le habla sonreído con ojos maliciosos, mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

—No hay prisa, amor mío —le había dicho—. Además, mi padre no pondrá inconvenientes.

Él la había besado.

— Pareces muy segura...

— ¡Muy segura! Mi padre es un hombre ambicioso, Tarod. Cuando sepa que voy a casarme con un Adepto de séptimo grado del Círculo, ¡estará encantado! Oh, no me mires de esta manera... Sé lo que sientes en lo tocante al rango y a los privilegios, y comparto tu desdén. Pero ¿qué mal hay en sacar partido de sus ilusiones?

Y él había capitulado, como había cedido en todo durante estos seis últimos días de locura. Frayn Veyyil Saravin podía esperar... Nada importaba a Tarod, salvo el hecho casi increíble de que, después de sólo cinco días y noches febriles, Sashka hubiese accedido a ser su esposa...

Volvió a la realidad presente, al oír que Keridil decía:

—Bueno, si yo estuviese en tu lugar, no lo demoraría mucho. Seguro que una muchacha como Sashka tiene muchos pretendientes. Cuanto antes os prometáis, ¡tanto mejor!

¿Había todavía un matiz de rencor en sus palabras al parecer intrascendentes? Tarod recordó la discusión que habían tenido la primera noche de las fiestas, cuando Keridil había puesto, o parecido poner, en duda sus intenciones. Pero rechazó esta idea. Llevaban demasiado tiempo siendo amigos para que los celos enturbiasen el asunto.