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— Es lo que yo desearía — dijo—. En realidad, pensé que tal vez cuando vuelvas de la Isla de Verano...

— ¡Por los dioses, no me lo recuerdes! — Keridil hizo una mueca—. Tengo que partir mañana al amanecer, y no me complace la perspectiva de un viaje de quince días a caballo, con séquito o sin él.

—Hay mucha más gente ansiosa de ver con sus ojos al nuevo Sumo Iniciado. Además, en cuanto llegues a la corte del Alto Margra-ve, ¡piensa en nosotros, pobres Iniciados que nos quedaremos tiritando de frío mientras tú disfrutas del sol del sur!

— Y de las pesadillas que tendré despierto, pensando en lo que harán esos viejos tontos del Consejo sin que yo pueda impedírselo — replicó agriamente Keridil —. La mayoría de los miembros más antiguos hubiesen debido retirarse hace ya mucho tiempo. Sólo el sentimiento de sentirse en deuda con ellos hizo que mi padre no realizase cambios que eran necesarios.

—Sin embargo, cuando vuelvas...

—Oh, sí, cuando vuelva... Quiero reformar nuestra comunidad. Tarod, y te hago responsable de este sentimiento. ¿Recuerdas lo que me dijiste la primera noche de las celebraciones, después de que escucháramos las quejas de los Margraves? Tenias razón: estamos estancados, y en peligro de convertirnos en poco más que un anacronismo inútil. Los Warps, la actividad de los bandidos, todo nos lleva a una situación que amenaza con ser incontrolable, mientras nosotros permanecemos sentados, sin hacer nada. — Keridil se puso en pie, impulsado por sus propios pensamientos, y paseó nerviosamente por la estancia—. Esa noche me prestaste un gran servicio y no lo olvidaré.

Y necesitaré que me ayuden los Adeptos que, como tú, piensan en el futuro y no en el pasado.

—Sólo tienes que pedirlo. Yo no tengo intención de abandonar el Castillo; pienso traer a Sashka a vivir conmigo.

—Sí..., sí, desde luego. —Keridil frunció el entrecejo, como si hubiese olvidado el matrimonio de Tarod —. Entonces, cuando regrese, habrá que poner en marcha muchas cosas. —Miró al otro hombre—. Sé que puedo confiar en ti.

—De pronto, pareció romper el hilo de sus pensamientos y tomó de nuevo su copa—. Mientras tanto, vuelvo a brindar por ti, amigo mío. ¡Eres un hombre más afortunado de lo que te imaginas!

Cuando Tarod se hubo marchado, Keridil se dejó caer una vez más en el sillón bellamente tallado que la tradición le obligaba a ocupar durante las reuniones que se celebraban en esta habitación. Sabía que tenía que irse a la cama si quería estar en condiciones de emprender el viaje por la mañana; pero también sabía que no podría dormir.

Esa noche no se había comportado demasiado bien. Hubiese debido alegrarse por la felicidad de su amigo, regocijarse sinceramente con él. En cambio, el gusanillo de la envidia había envenenado la entrevista.

No tenía derecho a sentirse celoso. Sashka Veyyil había elegido libremente y, según había reconocido él mismo, elegido bien. Pero mientras el futuro de Tarod parecía ahora bien encarrilado hacia la felicidad, Keridil tenía la impresión de que el suyo estaba nublado por la incertidumbre y por obligaciones que habría dado cualquier cosa por no tener que cumplir. No se trataba de la libertad que le había sido tan severamente restringida al morir su padre; desde la infancia, había sido educado para ello, y su carácter era lo bastante fuerte para hacer frente a la situación. Parte de él, aunque una parte pequeña, disfrutaba con la pompa y las circunstancias inherentes a su nuevo papel. No; eran otras obligaciones, más personales, las que le dolían.

Su padre, al menos así lo creía él, había pensado que debía casarse pronto, y en su última entrevista, que había terminado con aquella horrible tragedia, habla expresado claramente su deseo de que se cas ara con Inista Jair. Una boda muy conveniente. Inista sería un perfecto complemento de la posición del Sumo Iniciado; su educación era impecable, y también sus cualidades. Jehrek había querido elegir lo mejor para su único heredero. Y Keridil, como hijo amante y sumiso, no podía actuar contra el que había sido, efectivamente, el último deseo de su padre.

Y Tarod iba a casarse con Sasbka Vejyil...

Era ridículo; apenas si había cambiado una docena de palabras con aquella Hermana Novicia de cabellos castaños. Pero habían bastado para convencer a Keridil de que, comparadas con ella, todas las Inista Jair del mundo eran como tosco granito al lado de una joya. Oh, Keridil debía hacer lo que se esperaba de éclass="underline" casarse con Inista, engendrar un hijo que le sucediese cuando fuese, a su vez, a reunirse con Aeoris. Pero mientras Tarod y su esposa viviesen entre ellos, ¿podría sentirse nunca contento?

Imprudentemente, agarró la botella de negro cristal y llenó su copa hasta el borde. Era mejor despertar mañana sintiendo martillazos en la cabeza que pasarse toda la noche sin dormir y con la envidia royéndole las entrañas como una enfermedad.

¿Estaba ella yaciendo esta noche con Tarod? Las habladurías se propagaban como un incendio en el Castillo, y eran demasiados los que hablaban de la puerta cerrada de Tarod y de la ausencia de la joven de las habitaciones destinadas a las Novicias para que el rumor no fuese tomado en serio. Y hacía solamente unos minutos que Keridil había dado su beneplácito a la unión, obligándose a desterrar los celos de su mente. Cuando volviese de la Isla de Verano, se completarían las formalidades y Sashka Veyyil quedaría ligada a otro hombre.

No era que estuviese enamorado de ella, se dijo tristemente Keri-dil. Ni siquiera podía decir que la conociese bien, y el amor era algo muy distinto que las punzadas de un enamoramiento a distancia. Pero esta situación podía cambiar con peligrosa facilidad y, si su único consuelo estaba en los encantos de Inista Jair, era ciertamente un consuelo muy pobre...

Apuró su copa y cuando levantó para guardar de nuevo la botella, el suelo pareció vacilar bajo sus pies. El licor había surtido efecto, pero no lo bastante para eliminar la sensación de frustración. Tal vez, se dijo, su estancia en el sur le ayudaría a ver las cosas bajo una perspectiva más alentadora; cuando regresase, quizás se daría cuenta de que todo había sido una tempestad en un vaso de agua. Pero, en el fondo de su corazón, dudaba de que fuese así.

Alguien llamó con golpes vacilantes a la puerta, y el anciano Gy-neth Linto, el mayordomo de Jehrek que servía ahora al hijo de éste, asomó la cabeza.

—Oh, discúlpame, Señor; creía que te habías retirado a descansar. Iba a apagar las luces.

Se disponía a marcharse, pero Keridil se lo impidió con un ademán.

—Has hecho bien, Gyneth. Precisamente iba ahora a acostarme. No tenías que haberme esperado.

—No ha sido ninguna molestia, Señor —Gyneth esbozó una de sus vagas y amables sonrisas y cruzó la habitación. Empezó a apagar metódicamente las velas, una a una—. Las antorchas del patio han sido también apagadas, Señor, al terminar las fiestas. La mayoría de la gente que estaba en la Península se ha marchado ya; aunque hay unos cuantos que esperan para desearte mañana un buen viaje.

—Sí. Sí, gracias.

—Y yo mismo he terminado de hacer el equipaje y de cargarlo, Señor, para que todo esté a punto para que puedas partir temprano. — El anciano hizo una pausa y miró a Keridil antes de apagar una vela humeante—. ¿Te ocurre algo, Señor? ¿Te encuentras mal?

El viejo Gyneth era demasiado perspicaz para sentirse tranquilo. Keridil le dirigió una sonrisa forzada y sacudió la cabeza.

—No, Gyneth, estoy bien. Sólo un poco cansado; esto es todo. Te deseo buenas noches.

— Gracias, Señor. Buenas noches.