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Rhiman se tomaba la esgrima muy en serio, y el hecho de que una combinación de rapidez, astucia y suerte hubiese dado la victoria a Tarod era para él un insulto casi intolerable. Ahora, el pelirrojo se levantó y a punto estuvo de volcar su silla.

— Tengo cosas mejores que hacer que discutir con necios y cobardes —gritó—. Si me necesitas , Themila, ya sabes dónde encontrarme.

Y salió, cerrando de golpe la puerta a su espalda.

Themila suspiró.

— Rhiman Han es un enemigo peligroso, Tarod. No tenías que haberle recordado aquella derrota.

— Sería más peligroso como amigo...

La antipatía que Tarod sentía por él había aumentado recientemente. En especial desde que había descubierto el origen de algunas malévolas observaciones referentes a su noviazgo con Sashka. Rhi-man no era el único que se alegraría del regreso de Keridil.

Themila se levantó y empezó a guardar los papeles, pensando que era prudente cambiar de tema.

—Hablando de Keridil, ¿has leído la carta que envió desde Shu-nhadek?

—Sí. Me he alegrado al saber su opinión sobre el nuevo Alto Margrave. Parece que el muchacho tiene una buena cabeza sobre los hombros.

— ¡Así habla el Anciano del Círculo! —Themila rió—. Ten cuidado, Tarod, ¡o todavía haremos de ti un Consejero!

—Gracias, pero me conformo con seguir siendo lo que soy.

— ¿De veras? Ultimamente he empezado a preguntarme si es así.

Él la miró rápidamente.

— ¿Qué quieres decir?

Themila volvió a sentarse.

—Tarod, ¿eres feliz? He visto la alegría que sientes por causa de Sashka, y me he regocijado por ti, pero... ¿Eres feliz por ti mismo? — Vaciló y después se arriesgó a decir lo que pensaba—. Sinceramente, hay algo en tu aura que ha empezado a recordarme cómo eras hace unos meses... antes de la muerte de Jehrek.

Tarod no dijo nada; sólo siguió mirándola, y ella, animada, prosiguió:

— Después de tu... fiebre, pareció que habías recobrado el ánimo, pero ahora es como si volvieras a aquel tiempo pasado. ¿Son de nuevo los sueños, Tarod?

— Themila..., me dijiste que no eras vidente...

—No hace falta serlo para ver lo que es evidente. Sobre todo conociéndote, como yo te conozco, desde que eras niño. —Le tomó una mano y la sujetó cuando él trató delicadamente de retirarla—. ¿Verdad que no estaría bien que empezaras tu nueva vida con Sashka mientras se cierne todavía una nube sobre tu cabeza?

Esto era tan parecido a sus propios pensamientos que sintió una punzada de dolor. En su última carta, entregada por uno de los criados de su padre, que había cabalgado desde Han con este fin, Sashka le había explicado que debía permanecer un poco más de tiempo con su familia, pero le pedía que se reuniese con ella para que, según sus propias palabras, sus padres pudiesen «ver con sus ojos por qué te amo con todo mi corazón». Pero aunque ansiaba ir, estar con ella, comprendía el riesgo que tendría que correr y esto le retenía. No podía mezclar a Sashka en esto; tenía que librarse de ello, para poder cumplir sus promesas con la mente y el corazón tranquilos.

Pero ¿cómo podía revelarse contra Yandros, si lo único que sabía de la naturaleza y las intenciones de aquel ser extraño eran los recuerdos confusos de un sueño febril?

Y Themila era lo bastante lista para haber adivinado que había vuelto a soñar últimamente: no las monstruosas pesadillas del pasado, sino extrañas experiencias medio astrales, que eran dominadas por una pulsación fuerte y profunda, como si algún péndulo gigantesco marcase eternamente el paso del tiempo justo más allá del borde de la conciencia. No comprendía el significado de los sueños, pero sabía que eran importantes. La hora de que había hablado Yandros se estaba acercando...

Miró una vez más a Themila; después tomó la decisión sobre la que había estado reflexionando durante varios días. No podía desafiar él solo a Yandros; pero con ayuda de alguien en quien pudiese confiar, tal vez tendría una posibilidad...

—Themila —dijo—, todavía no quiero explicártelo todo.

La hechicera le miró cariñosamente.

—Sabes que te ayudaré en todo lo que pueda. Pero ¿no puedes decirme ahora lo que es?

El sacudió la cabeza.

—No. Perdóname, pero tengo que esperar la vuelta de Keridil. Necesito el consentimiento del Sumo Iniciado, así como su ayuda, para lo que quiero hacer.

—Muy bien, Tarod; no insistiré. Pero quiero, a mi vez, pedirte

algo.

—Lo que quieras —dijo él, con una sonrisa—. Sabes que puedes hacerlo.

Ella asintió con la cabeza, con semblante temeroso.

—No te retrases más de lo necesario. Tengo la impresión..., sólo una impresión, fíjate bien..., de que podría ser muy imprudente...

—Keridil, ¡cuánto te envidio! —Themila sonrió ampliamente al Sumo Iniciado, al hacer chocar sus copas de vino—. Brindo por tu éxito, ¡y por tu evidente buena salud! Y demos gracias a Aeoris de que hayas regresado sano y salvo.

Ambos hicieron la señal tradicional y, después, Keridil se retrepó en su silla con un suspiro de satisfacción. Se alegraba de poder pasar la primera velada después de su regreso al Castillo en compañía de sus más íntimos amigos. Mañana volvería a asumir la carga de sus responsabilidades, pero esa noche quería gozar de un breve respiro del ceremonial.

—El color moreno de mi piel se debe más al viento del oeste que al sol — dijo irónicamente—. Por los dioses que no creía que en Shu y en Chaun del Sur pudiese hacer tanto frío en esta estación.

—Pero la Isla de Verano... —dijo Themila.

—Ah, esto es otra cuestión. Es muy hermosa, Themila, con bellos jardines, soberbios terrenos de caza, y la corte del Alto Margrave es... — Sacudió la cabeza, incapaz de encontrar palabras para describir lo que había visto—. ¡No sabía que pudiese haber tanto arte en este mundo! Mira, la piedra es una especie de cuarzo y, al amanecer y al anochecer, el palacio brilla como una enorme joya cuando las facetas de cristal reflejan la luz sesgada... Y aunque la isla es pequeña, se diría que es un gran continente, dada la variedad de cosas que contiene. — El recuerdo le hizo sonreír—. Cuando te vas a las playas orientales y miras hacia el mar, y piensas que más allá del horizonte no hay nada, nada, hasta el fin del mundo...

Ella se echó a reír.

— Pero ¿qué me dices de la vista que tenemos aquí, desde el Castillo?

—Lo sé... , pero hay una gran diferencia. Hacia el norte, la perspectiva es escalofriante, desolada; pero aquí, el mundo parece lleno de vida y de esperanza. —Keridil levantó la mirada, confuso—. Perdona; empiezo a hablar como un bardo de tercera clase.

—Tonterías. —Themila se inclinó hacia adelante—. ¿Y la Isla Blanca? ¿La viste también?

La expresión del Sumo Iniciado se serenó, y ella vio un destello de reverencia en sus ojos.

— Oh, si... Sólo desde lejos, naturalmente; nadie, salvo los guardianes, puede poner allí los pies, a menos que se haya convocado un Cónclave. Pero pasamos lo más cerca posible de allí antes de atracar en el puerto de Shu-Nhadek. Había una niebla espesa, pero pude ver la cima del Santuario.

Themila contuvo el aliento. Todos los Iniciados ansiaban ver el lugar más sagrado de toda la tierra, una pequeña isla frente a la costa del lejano sur. Según la leyenda, era allí donde Aeoris había tomado forma humana y ordenado a sus seis hermanos que emprendiesen la última batalla contra los poderes del Caos. Y allí, en el corazón de un antiguo volcán, estaba el Cofre que nunca había sido abierto, y nunca lo sería si las fervientes plegarias de Themila eran escuchadas. Solamente en caso de una terrible catástrofe, podría un Sumo Iniciado, en presencia del Alto Margrave y de la Matriarca de la Hermandad, abrir la sagrada reliquia y llamar de nuevo a la tierra a los Señores del Orden.