—Así pues —dijo al fin Themila, todavía pasmada por la idea de la experiencia de Keridil —, tu viaje ha sido un gran éxito. Me alegro mucho, Keridil...
Él le sonrió cariñosamente.
—Sin embargo, Themila, me alegro de estar de nuevo en casa. A pesar de nuestro clima norteño. El Castillo sigue atrayéndome, y no puedo estar mucho tiempo lejos de él.
Permanecieron unos minutos en silencio, como dos buenos amigos, y después Keridil dijo:
—¿Dónde está Tarod? Pensaba que se reuniría esta noche con nosotros.
—Y lo hará. —Themila pareció fijarse, de pronto, en una pequeña cicatriz que tenía en la mano—. Le pedí que me dejase estar primero un rato contigo. He pedido a Gy neth que cuando llegue Tarod nos sirva una cena en privado, aquí.
Algo en su voz la delató. Keridil se inclinó hacia adelante.
—¿Pasa algo malo, Themila?
—Malo..., bueno..., sí, creo que sí.
Sin pretenderlo él, una idea pasó inmediatamente por la mente de Keridil. Algo entre Tarod y Sasbka... pensó, con un ligero destello de esperanza que le hizo avergonzarse. Sintió un escalofrío de culpa; rechazó la idea, trató de convencerse de que no la había tenido jamás.
— ¿Qué ha pasado?
Themila eligió sus palabras con cuidado.
—No ha pasado nada todavía, Keridil. Pero, hace ocho días, Ta-rod nos pidió ayuda. Lo hizo con rodeos, ya sabes cómo es, pero el mensaje fue bastante claro. Y creo que tiene algo que ver con los sueños que provocaron antes aquel desastre.
Keridil silbó suavemente entre los dientes.
—Pensaba que todo esto era agua pasada...
—También yo lo pensaba. Se le ve muy cambiado desde que se restableció, y particularmente desde que tiene a Sashka. Pero lo veo, Keridil. Ha vuelto la antigua oscuridad.
— ¿Y qué me dices de Sashka? —preguntó el Sumo Iniciado, forzando sus palabras—. ¿Está todavía en el Castillo?
— Afortunadamente, no. Volvió a la Tierra Alta del Oeste hace algún tiempo, y ahora está con su familia, haciendo los preparativos para la boda. Creo que... —Themila vaciló, preguntándose si estaría abusando de la confianza deposita da en ella; pero decidió que no—: Creo que ha escrito a Tarod, tratando de persuadirle de que vaya junto a ella. Él no lo hará.., y tampoco la traerá de nuevo al Castillo.
—Si estás en lo cierto, será muy prudente por su parte. Pero ¿por qué... ? —y Keridil se interrumpió al oír que llamaban a la puerta.
Themila pareció aliviada.
—Confiemos en que pronto lo sabremos —dijo.
Tarod firmó al pie de la página, vertió arena fina sobre la tinta y la secó. Había deseado ardientemente explicar la verdad a Sashka, pero al fin lo había pensado mejor y no lo había hecho. Solamente le había dicho, en la carta, que asuntos vitales del Círculo le obligaban a permanecer en el Castillo..., lo cual era verdad..., pero que dentro de pocos días saldría de la Península e iría a reunirse con ella en la Residencia de la Tierra Alta. Entonces podrían hablar los dos con Kael Amion y tomar las últimas decisiones para la boda. Mientras escribía esto, había rezado en silencio para que pudiese cumplir su promesa. Lo que proyectaban hacer Keridil y Themila y él podía ser muy arriesgado... , pero era la única manera de dar respuesta a unas preguntas que tenían que ser contestadas antes de que se atreviese a dar más pasos para lograr su propia felicidad. Fuese como fuere, pronto sabría si lo habían conseguido.
Aunque no lo había demostrado, había sentido un alivio enorme cuando Keridil había accedido a su petición de entrar en el Salón de Mármol. Tarod creía que éste, como punto central de los poderes peculiares del Castillo, era el único lugar donde la mágica operación que proyectaba podía tener alguna esperanza de éxito. Yandros se le había aparecido allí una vez... Por consiguiente, era probable que lo hiciese, o se viese obligado a hacerlo, de nuevo. Y con tres mentes, en vez de solamente la suya, aumentaría en gran manera el poder generado por ellas. Sin embargo, Tarod se había mantenido firme en una cuestión, frente a las objeciones de Keridil.
— No — había dicho, en respuesta a la sugerencia del Sumo Iniciado sobre la naturaleza del ritual—. No quiero ninguna estructura ceremonial de rigor, Keridil. Ni Oración ni Exhortación, ni Círculo, ni Triángulo.
— ¡Entonces es imposible! Aunque pudiésemos conseguir el poder sin los preparativos adecuados, ¡sería un suicidio! ¡Estás haciendo caso omiso de todas nuestras tradiciones!
—Entonces, permíteme entrar en el Salón de Mármol, y haré solo mi trabajo. No quiero comprometeros, a ti y a Themila, contra vuestra voluntad — dijo tercamente Tarod.
—No seas ridículo. Ni Themila ni yo permitiríamos que te enfrentases con una situación como ésta sin nuestra ayuda. Además — reconoció Keridil—, estoy tan ansioso como tú de saber la verdad, Tarod. Si Yandros te amenaza, está amenazando al Círculo y, dejando aparte las consideraciones de amistad, esto hace que el asunto sea también de mi incumbencia. Está bien; ya que te empeñas en ello, haremos la invocación tal como tú deseas. —Hizo una pausa—. Pero no sería muy bien visto, si llegase a saberse.
— No hay razón para que se sepa.
— No... De todos modos, me gustaría tomar la precaución de hacerlo por la noche. Puedo ser el Sumo Iniciado, Tarod, pero estoy obligado bajo juramento a no hacer nada contra la voluntad de la mayoría del Círculo. —Cruzó las manos y las miró fijamente—. Creo que esta noche, cuando se ponga la segunda luna, será un buen momento para empezar.
Tarod selló la carta; después apagó las velas y se dirigió al vestíbulo desierto. Por la mañana partiría un correo a caballo, que cruzaría Han en su camino hacia Wishet. Dejó la carta en el lugar en que el mensajero la recogería, antes de cruzar el zaguán en dirección a la enorme puerta del patio, que estaba entreabierta. Al salir a la noche, una figura menuda se desprendió de la profunda sombra.
—Tarod... —Themila le asió del brazo—. Keridil nos espera en la biblioteca.
El asintió con la cabeza y la miró.
—Todavía estás a tiempo de cambiar de idea. No te censuraré por
ello.
Themila ni siquiera le respondió; sólo le apretó el brazo y le condujo en dirección a la columnata. El patio estaba desierto y en silencio; las dos lunas se habían puesto y, al levantar la cabeza, Tarod sólo pudo distinguir los altos muros del Castillo como zonas más densas de negrura contra el nublado cielo. Caminaron rápidamente pero sin hacer ruido. Themila se estremeció de frío, mientras Tarod pensaba en lo que se disponía a realizar. Creía que había hecho bien en contar a sus amigos la verdad sobre Yandros y la promesa que él había hecho a cambio de su vida... , aunque todavía no se había atrevido a hablar de la relación que tenía esto con la muerte de Jehrek. Creía que era mejor guardar silencio sobre esta cuestión, a pesar de cuanto pudiese decirle su conciencia.
Casi habían llegado a la columnata, que era como una sombra rayada delante de ellos, cuando un instinto atávico hizo que Tarod mirase de nuevo al cielo. De momento, no vio nada alarmante; después, tiró bruscamente de la hechicera.
— Themila...
Ella miró, frunció el ceño y dijo, en un murmullo:
— ¿Qué es?
Tarod no respondió inmediatamente. Sus sentidos estaban en consonancia con algo que parecía surgir del suelo bajo sus pies: algo amenazador, lejano, pero que se iba acercando; una vibración que resonaba en todos sus nervios.
—Las nubes... —dijo al fin—. Se están rompiendo..., mira. Hay luz detrás de ellas...
Themila miró en la dirección que él le indicaba y contuvo bruscamente el aliento, al reconocer también la extraña amalgama de colores que empezaban a teñir el cielo, detrás del banco de nubes que se estaba desintegrando rápidamente. Las propias nubes se deshacían en jirones, y ahora sintió también Themila la lejana vibración subterránea y oyó el primer y remoto alarido de una voz letal en el norte.