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El personaje parecía pequeño en comparación con las grandes estatuas negras inmóviles a su espalda, y sin embargo había algo en él que las hacía parecer insignificantes a su lado. Los cabellos de oro caían sobre sus hombros, y los ojos sesgados, que constantemente cambiaban de color en el rígido semblante, observaron con divertido desdén a los tres humanos antes de fijarse definitivamente en Tarod. Entonces cambió la expresión en una de afecto, y los maliciosos labios sonrieron.

—Saludos, hermano —dijo Yandros—. Me alegro de reunirme al fin contigo.

CAPÍTULO 12

Tarod comprendió.

En el momento en que Yandros había pronunciado su nombre, había sabido finalmente la verdad, y este conocimiento era como una enfermedad que le roía el alma. Había caído en la trampa montada para él; había abierto la puerta que hubiese debido permanecer cerrada para siempre y, al dar vuelta a la llave, se había condenado. Había empleado el poder que poseía sin preguntarse acerca de su origen. Y durante todo el tiempo, el aiillo había sido el foco... Tarod se dio cuenta de que Keridil y Themila avanzaban lentamente para colocarse a su lado, y lamentó amargamente su decisión de comprometerles en lo que hubiese debido ser un enfrentamiento singular entre Yandros y él. Habría dado cualquier cosa para invertir el tiempo, para cambiar el ahora horrible e inevitable curso de los acontecimientos; pero era demasiado tarde.

Keridil fue el primero en hablar. Con una confianza que confirmó la creencia de Tarod de que el Sumo Iniciado no sabía con qué clase de ente tenía que habérselas, preguntó:

—¿Quién eres?

Yandros se echó a reír.

— Haces preguntas impertinentes, amigo mortal. Tal vez deberías mirar a Tarod para saber la respuesta.

Keridil miró rápidamente al hombre de cabellos negros que estaba a su lado. La cara de Tarod habla palidecido; éste no dijo nada y Keridil se enfrentó una vez más con Yandros, adoptando una actitud casi ritual y contemplando al ente con ojos firmes y fríos. Esto era muy adecuado en las ceremonias del Círculo, pero Tarod sabía que no produciría el menor efecto en Yandros.

—No solemos llamar a seres como tú para contestar nuestras preguntas — dijo severamente Keridil.

A pesar de su aparente aplomo, sentía que pisaba un terreno poco seguro; la insistencia de Tarod en que prescindiese de los procedimientos normales de evocación significaba que no podía confiar enteramente en que aquel ente obedeciese sus órdenes. Y sus dudas crecían a cada momento...

Yandros sonrió y arqueó, divertido, las cejas perfectas.

— ¿Cómo yo? Pero aquí está la cuestión, Sumo Iniciado. ¿Quién soy yo? Tú no me reconoces... , pero sí Tarod, ahora. —La expresión de afecto se pintó de nuevo en los ojos multicolores al mirar a Tarod, y añadió pausadamente—: Ha pasado mucho tiempo.

—¡Maldito seas! —dijo Tarod, volviéndose y cerrando los puños—. ¡Déjame en paz!

—¿En paz, hermano? Has tenido muy poca últimamente. Y tuviste poca antes de que yo te ofreciese la vida como parte de nuestro pacto.

Una mano se cerró sobre los dedos de Tarod, quien sintió que Themila se había acercado más a él.

— ¿Y quién ha sido el artífice del tormento de Tarod? — preguntó ella—. De no haber sido por ti, ¡no habría sufrido en absoluto!

Yandros le hizo una pequeña reverencia.

—Has dado en el clavo, Señora, pero debo corregirte. De no haber sido por nosotros, Tarod habría muerto en Wishet el día en que mató a su primo sin querer. —Sonrió—. Demasiado para el cuerpo y la mente de un niño, Tarod. Aquella vida temprana debió ser muy dura para ti.

Keridil aguzó la mirada.

— ¿Fuiste tú el instrumento de su llegada al Cas tillo?

—Fuimos nosotros. —Yandros se volvió de espaldas. Con naturalidad se acercó a la primera estatua sin rostro y apoyó una mano casi cariñosa sobre la piedra negra—. El parecido no es perfecto, pero fue aceptable para nosotros en su tiempo. Lástima que un esfuerzo tan abnegado fuese destruido por la ignorancia... ¿Recuerdas cuando estaban enteras, Tarod? ¿Recuerdas cómo dirigíamos a los artesanos, cómo inspirábamos sus sueños?

Se echó a reír y el sonido de su risa hizo que vacilase el valor de Keridil. Éste miró desesperadamente a Tarod, en busca de ayuda. Preguntas indecibles y sospechas y temores vagos y odiosos se agitaban en su mente, atizados por las crípticas referencias de Yandros; pero Tarod rehuyó su mirada.

— Mira las estatuas, Sumo Iniciado — ordenó Yandros, y Keridil tuvo que obedecerle a pesar suyo—. ¿Qué ves?

Keridil tragó saliva.

—Nada, salvo unas figuras de granito con las caras destruidas.

—¿Sabes lo que representan?

— No...

—Entonces, mira de nuevo.

El ente extendió con gracia una mano, y tanto Keridil como Themila lanzaron una exclamación ahogada al ver que, por un momento fugaz, los colosos de piedra tomaban otro aspecto. En aquel instante volvieron a estar enteros, como lo habían estado siglos antes, y Keridil sintió un terrible vértigo al reconocer dos de aquellas orgu-llosas pero espantosamente maléficas caras talladas en piedra.

—Tarod... —Se volvió de nuevo, desesperadamente, a su viejo amigo—. Tarod, ¡tienes que ayudarme! Si sabes lo que esto significa, lo que esto presagia...

— Lo sabe, mortal — le interrumpió Yandros —. ¿Cuánto tiempo ha pasado, Tarod, desde que tú y yo hicimos nuestro pacto? ¿Cuánto tiempo hace que quité la vida al Sumo Iniciado en pago de la tuya?

Themila lanzó un breve grito involuntario de angustia, y Keridil se puso rígido.

—¿Qm...?

Tarod había sabido que esto tenía que pasar. Yandros no desdeñaría la oportunidad, y sintió el frío de la desesperación en la boca del estómago. La cara de Keridil estaba gris a causa de la impresión, y cuando Tarod buscó comprensión en los ojos de su amigo, sólo encontró en ellos asco y una hostilidad que crecía lentamente. Se volvió furiosamente a Yandros.

—¡Aquello no fue un verdadero trato! Me engañaste, ¡me hiciste jurar antes de que yo supiera el precio que exigías!

—Sin embargo, el trato se cerró. —Yandros endureció su mirada—. Y tú sabes por qué. Ahora comprendes por qué hice lo que tenía que hacer... ¡a cualquier precio!

Lentamente, Keridil levantó una mano, señalando a Tarod como un acusador inseguro del delito. Todo su cuerpo se estremecía como en un ataque de epilepsia, y Tarod apenas reconoció su voz cuando por fin consiguió hablar.

—¿Me estás diciendo, maldito seas, que ese... que ese demonio mató a mi padre?

Cualquier intento de negar el hecho habría sido inútil, y Keridil se horrorizó al ver la calma con que Tarod levantaba la mirada y decía:

—Sí, Keridil; él mató a Jehrek Banamen Toln.

—Y tú... lo sabias...

—Lo sabía.

— Y ahora estás ahí plantado y lo confiesas, como si me estuvieses diciendo la hora que es... En nombre de Aeoris, Tarod, si sabías lo que ese monstruo estaba haciendo, ¿por qué no trataste de impedirlo?

Keridil no podía creer en la enormidad de aquella traición; toda su confianza se había venido abajo y se encontró, de pronto, como despojado de todo.

Pero Tarod sólo dijo, pausadamente:

— Si conocieses la verdadera naturaleza de Yandros, no me harías esta pregunta.

—Entonces, ¡dime cuál es su verdadera naturaleza! —El Sumo Iniciado agarró a Tarod de los hombros y le sacudió tan violentamente que, por un instante, la sorpresa le impidió reaccionar—. En nombre de todo lo sagrado, ¡dime lo!

Tarod se desprendió con un vivo e irritado movimiento, y ambos quedaron cara a cara, como dos adversarios. Tarod sabía que la respuesta a Keridil conduciría inevitablemente a la revelación última y más espantosa... , pero no podía rehuirla. Si no hablaba, lo haría Ya n-dros.