También Keridil había visto las implicaciones de la respuesta de Tarod a su pregunta, y sabia que esto les había llevado a los dos al borde de la prueba definitiva y más crucial. Era tanto lo que estaba en juego que tenía que descubrir de parte de quién estaba la verdadera lealtad de Tarod.
—Tarod —le apremió, temblándole la voz—, si tienes este poder, debes emplearlo ahora. No puedes servir a dos señores. ¿Eres fiel al Orden, o al Caos?
Tarod tenía una mirada atormentada.
—¡Yo sirvo al Orden! —respondió, con áspera vehemencia.
—Entonces te ordeno, como Sumo Iniciado, ¡que expulses a Yandros de este mundo!
Los antiguos lazos tiraban de éclass="underline" obedecer a Keridil sería traicionar a una parte de sí mismo..., pero en todos los años pasados en el Castillo, había aprendido a odiar y despreciar al Caos y todo lo que éste representaba. Permitir que aquellas afinidades le dominasen ahora sería una traición mucho más grande; una traición a la tierra y al pueblo que consideraba suyos.
Yandros adivinó las intenciones de Tarod antes de que éste se volviese a mirar al ser de cabellos de oro, y torció el gesto.
— ¡No seas imbécil! Estás atado por...
Tarod sintió aumentar aquella atracción; imágenes frenéticas y bellas pasaron por su mente. Hizo acopio de fuerzas para luchar contra ellas y declaró:
—¡No estoy atado por nada! Te rechazo, Yandros... ¡Ahora pertenezco al Círculo!
—Entonces te traicionas a ti mismo en aras de una ilusión. Tarod, hermano...
Antes de que pudiese seguir hablando, Tarod levantó la mano izquierda. La piedra de su anillo centelleó, cobrando vida, y él sintió surgir la fuerza en su interior, anegándole, mientras la joya reflejaba el aura del Señor del Caos, volviéndola contra sí misma.
—¡Véte! —ordenó Tarod, con voz tonante—. Vuelve al lugar del que has venido, Yandros del Caos. ¡Te rechazo y te destierro! ¡Aroint!
Yandros trató de hablar, pero ningún sonido brotó de sus labios. Su forma se torció, se alabeó; por un instante, la cara de Tarod se superpuso a la suya, y entonces, con un ruido como de cristales rotos, la refulgente figura pareció fundirse en una columna de fuego blanco, y se desvaneció.
Tarod permaneció rígido, respirando fatigosamente y teniendo que ejercer todo su dominio sobre sí mismo para impedir que le flaqueasen las piernas cuando la ola de poder se extinguió. El Salón de Mármol estaba ahora silencioso como una tumba, y Tarod sintió a Keridil y a Themila a su lado. No sabía lo que habían visto, ni lo que habían sentido al ser expulsado Yandros, pero sentía su miedo como una presencia tangible. Y, de pronto, supo que tenía que apartarse de ellos. No podía enfrentarse con su confusión y su incertidumbre, tenía un miedo horrible a que le condenasen.
Se volvió y se encaminó a la puerta con tanta rapidez que, cuando los otros se dieron cuenta, casi se había perdido entre la niebla movediza del Salón.
— ¡Tarod! — le llamó Themila, y su voz resonó en el silencio—. ¡Espera!
—No... —Keridil la detuvo, para que no corriese tras Tarod—. Deja que se vaya, Themila. Creo que es mejor así... Todos necesitamos recobrar nuestros sentidos.
La condujo a paso lento hasta la puerta de plata; salieron al pasillo y Keridil cerró la puerta a su espalda. Ninguno de los dos habló mientras volvían a la biblioteca y subían la escalera del sótano, y cuando al fin salieron a la noche, el cielo estaba tranquilo y sereno. El
Warp que había amena zado desde el norte cuando ellos empezaron su trabajo había desaparecido.
Themila escudriñó rápidamente el patio, por si había alguna señal de Tarod, pero nada se movió y no había luz en ninguna de las ventanas del Castillo.
—Si no estás demasiado cansada, puedo ofrecerte un vaso de vino en mis habitaciones —dijo Keridil —. El fuego estará todavía encendido; el anciano Gyneth no quiere apagarlo hasta que sabe que estoy durmiendo en mi cama.
Estaba tratando de mitigar la impresión que habían recibido, dando una apariencia de normalidad a su situación, y Themila le sonrió, agradecida.
—Gyneth es un buen hombre..., tu padre le tenía en alta estima. Sí, te acompañaré. Gracias. — Miró la cara tensa del Sumo Iniciado—
Y creo que nos conviene hablar de esto antes de que nos retiremos a descansar.
De nuevo en las habitaciones de Keridil, se acomodaron delante del fuego mientras Gyneth, que había estado esperando como una sombra el regreso de su señor, les servía vino caliente y bizcochos, y aguardaba, solícito, hasta que Keridil le ordenó que se fuese a la cama. Themila sorbió el vino, agradeciendo el calor que le daba, y después dijo:
—Bueno, Keridil, ¿qué vamos a hacer ahora?
Él la miró con ojos llenos de incertidumbre. Le intimidaba obligar a su mente a repasar los sucesos de la noche, que estaban tomando ya el aspecto de una pesadilla medio olvidada.
—Contéstame primero a esto —dijo—. ¿Crees que Yandros... era lo que decía ser?
—Sí. No lo he dudado un solo instante —dijo ella, estremeciéndose.
— ¿Y.... Tarod?
Themila no respondió, y Keridil suspiró. Su silencio era significativo: ella sabía la verdad lo mismo que él. Sí, Tarod había proclamado su lealtad al Círculo, y no había vacilado cuando Keridil le había pedido que demostrase su fidelidad. Pero no había negado en absoluto el parentesco que Yandros había dicho que les unía. Y el hecho de que él, y sólo él, tuviese poder para expulsar a aquel ser, era seguramente prueba de ello.
Un hombre, un mortal según todas las apariencias, pero que llevaba su alma en la piedra de un anillo..., el alma de un Señor del Caos..., ¡era absurdo! Pero Tarod no lo había negado... Y sabía, y había ocultado este conocimiento, que Yandros era responsable directo de la muerte del padre de Keridil. Le había quitado la vida a cambio de salvar la de Tarod... Ni siquiera la probada lealtad de Themila podía perdonar esto.
Keridil comprendió que ya no podía enfrentarse él solo con las preguntas sin respuesta. Necesitaba el apoyo y el saber de sus semejantes para decidir lo que tenía que hacer en vista de las revelaciones de esta noche. Y además, no podía mantener el asunto en secreto. Si llegaba a saberse, y estaba seguro de que sería así, su propia posición sería muy precaria.
Dejó el bizcocho que tenía en la mano, incapaz de comerlo.
—Tendré que convocar un pleno del Consejo —dijo.
— ¡Oh, Keridil...! ¿Crees que es necesario?
—Comprendo, Themila, los motivos que te impulsan a defender a Tarod, ¡pero hay que hacerlo! No puedo ocultar esto... y no puedo llevar todo el peso sobre mis hombros. Esta noche, un Señor del Caos ha aparecido entre nosotros, ¡y Tarod le ha llamado! Posiblemente es el suceso más siniestro con que nos hemos enfrentado en muchas generaciones, ¿y me preguntas si es necesario reunir al Consejo?
Ella apoyó una mano en su brazo.
— Lo siento, Keridil. Lo dije sin pensar. Pero tienes razón; hay que hacerlo. Aunque sólo los dioses saben lo que pensará Tarod de esto.
Fuesen cuales fueren las circunstancias, pensó Keridil con envidia, Themila ponía siempre en primer lugar el punto de vista de Tarod. Le había tomado bajo su protección desde el día en que llegó al Castillo, y nunca había dejado de preocuparse por él. De pronto, se sintió muy solo, además de un poco resentido, y estuvo a punto de recordar le a Themila que Tarod había sido, al menos indirectamente, responsable de la muerte de Jehrek. Pero dominó su impulso, consciente de que sería injusto, además de que no serviría de nada. En vez de ello, dijo: