Pero Tarod no quería hacerlo. Había jurado fidelidad al Círculo, y Keridil no podía negar que, a pesar de su naturaleza errante, había sido siempre escrupulosamente honrado. En realidad, le inquietaban sus propias dudas: habían sido íntimos amigos desde la infancia, y empezar ahora a desconfiar de un íntimo amigo era casi tanto como una traición.
Pero Tarod no era realmente humano... Nada podía borrar este hecho. Y Keridil se debía ante todo al Círculo...
De pronto, se dio cuenta de que todo el mundo esperaba que dijese algo, y sacudió apresuradamente las turbadoras ideas de su cerebro. Tarod se había sentado de nuevo, lo mismo que Rhiman, y Keridil miró cansadamente a su alrededor.
— ¿Tiene que hacer alguien alguna otra pregunta o comentario?
—Sí, Sumo Iniciado.
Themila se levantó, menuda pero con aire resuelto.
— Habla, Themila.
—He oído a Rhiman condenar gratuitamente a Tarod, y deseo refutar su acusación. Creo que tal vez ninguno de los que estamos aquí esta noche sabe toda la verdad acerca de Tarod y del parentesco que afirmó Yandros. No tenemos experiencia directa del Caos, porque hemos estado libres de su funesta influencia desde que fueron destruidos los Ancianos. Pero conocemos a Tarod desde que apenas tenía trece años. ¿Pueden negar, incluso sus enemigos —y al decir esto miró severamente a Rhiman —, que es un hombre de honor? ¿Pueden negar que siempre ha permanecido firme en su lealtad a Aeoris y al Círculo?
Rhiman, dándose cuenta de que su ventaja estaba siendo contrarrestada por Themila, replicó rápidamente:
—Yo no quiero difamar a nadie, Themila. Mi argumento es claro: Tarod no es uno de los nuestros. Y aunque él diga lo contrario, no podemos confiar en él. Por el bien del Círculo, ¡no nos atrevamos a confiar en él!
Un murmullo de asentimiento recorrió el salón y Tarod sintió un sudor frío en toda su piel. Los esfuerzos de Themila eran inútiles; la inmensa mayoría estaba en favor de Rhiman, y Rhiman lo sabía. Pero Themila no quería ceder.
—¡Cómo puedes prescindir a tu antojo de las pruebas que nos ha dado a lo largo de tantos años! — protestó—. Tarod puede tener un poder inigualable, pero...
— si un día quiere emplearlo contra nosotros y llama a sus hermanos infernales para gobernar el mundo? ¿Qué pasará entonces, Themila Gan Lin? ¿Le recibirás con los brazos abiertos? ¿Abrazarás a tu precioso hijo adoptivo mientras el Caos destroza tu tierra?
—¡Esto es ridículo! —Themila estaba a punto de llorar—. Tarod es tan incapaz de hacer daño a nuestra comunidad como...
— ¿Puedes demostrarlo? — rugió Rhiman.
— ¡No necesito demostrarlo! Si tu envidia te ha cegado y te impide ver la verdad...
— Themila! ¡Eres tú la que está ciega! Esa criatura... —y señaló de nuevo a Tarod, temblándole la mano de rabia y de emoción— es un demonio, ¡que se ha encarnado entre nosotros! Tú misma has visto de lo que es capaz... ¿Vamos a arriesgarnos, permitiendo que permanezca en el Castillo?
—¡No! —gritaron muchas gargantas al unísono, tanto desde el estrado del Consejo como entre la multitud de espectadores.
Keridil se levantó una vez más. Parecía agotado, pero esta vez no tuvo que gritar para hacerse oír.
—Rhiman, ¡vas demasiado lejos y demasiado aprisa! —dijo—. No estamos juzgando a Tarod.
La confianza de Rhiman se había reforzado al sentirse firmemente respaldado por la opinión general.
— Entonces, ¡tal vez deberíamos hacerlo! — replicó.
—Ni siquiera ha podido decir diez palabras, ¡y menos defenderse de tus acusaciones! —protestó Themila.
— Muy bien. — Rhiman levantó ambas manos—. No quiero ser injusto. Dejemos que Tarod diga todo lo que quiera en su disculpa. Pero antes de que sigamos adelante, Sumo Iniciado, yo... y creo que la mayoría de los que estamos aquí..., quisiéramos que definieses la naturaleza de la decisión que hemos de tomar.
Era lo que Keridil había temido más, y comprendió que Rhiman le había situado hábilmente entre la espada y la pared. No podía eludir la cuestión; como Sumo Iniciado y presidente del Consejo, no podía hacerlo; pero pronunciarse en voz alta, en presencia de Tarod...
Tratando de ganar tiempo, dijo:
— No creo que esto sea necesario de momento, Rhiman.
—Pues yo... , nosotros... —dijo Rhiman, señalando a los otros
Consejeros, que asintieron con la cabeza— sí que lo creemos necesario.
Estaba atrapado. Keridil se lamió los labios.
—Está bien. El Consejo decidirá si Tarod debe continuar como Adepto del Círculo o ser formalmente expulsado de él y requerido para que salga de la Península de la Estrella.
No pudo mirar a Tarod, pero sintió la intensidad de su mirada pasmada. Rhiman sonrió friamente.
— ¿Y qué dices de la tercera alternativa, Sumo Iniciado?
— ¿Qué tercera alternativa...?
El pelirrojo salió despacio de detrás de la mesa. Nuevamente había captado la atención de todos los demás.
—Por desagradable que sea hablar de esto, existen precedentes, ¡y creo que ninguno tan grave como éste! Si esta asamblea se pronuncia contra el Adepto Tarod, pido formalmente que se considere la alternativa de la ejecución.
— ¿Qué ejecución? —repitió Keridil, casi incapaz de creer lo que acababa de oír—: No puedes hablar en serio. Eso es una locura, ¡y por los dioses que no voy a tolerarlo!
— No tendrás más remedio, Keridil — dijo Rhiman, prescindiendo del tratamiento para recalcar su posición—. Todos conocemos tu antigua amistad con Tarod y comprendemos que te resistas a considerar una medida tan drástica contra él. Pero no puedes oponerte al veredicto de la mayoría. Ni creo que lo pienses por un solo instante. —Hizo una ligera reverencia de cumplido y Keridil comprendió que estaba derrotado. Rhiman sonrió y lanzó su estocada definitiva—: Como Sumo Iniciado que eres, esperamos tus instrucciones sobre el asunto.
La amenaza era demasiado clara. Keridil comprendió que habían dado este rumbo a los acontecimientos combinando el miedo con la envidia, y aunque Rhiman era claramente el inductor, por un motivo puramente personal, había conseguido de los supersticiosos Consejeros el apoyo suficiente para alzarse con la victoria.
Como el Sumo Iniciado guardase silencio, Rhiman dijo amablemente:
— ¿Vamos a someter el asunto a votación, antes de que sigamos adelante?
Por fin se obligó Keridil a mirar en dirección a la silla solitaria del pasillo. Tarod estaba mortalmente pálido, inmóvil; sólo los ojos verdes mostraban alguna animación. Y Keridil no había visto nunca una cólera parecida en ningún mortal.
No podía vetar la petición de Rhiman. Aunque, según había dicho la noche pasada a Themila, tenía el poder teórico de revocar incluso las decisiones del Consejo en pleno, hacerlo equivaldría a su propia destrucción. Hacer abiertamente causa común con Tarod, frente a tanta oposición, sería confesar una parcialidad que, como Sumo Inicia do, no se atrevía a mostrar si quería conservar el respeto y la confianza del Círculo. Fuesen cuales fuesen las obligaciones morales de la amistad, tenía que autorizar la votación... y acallar lo mejor posible su conciencia.
Se levantó y apretó los dedos sobre el bastón de mando propio de su cargo, como para sacar de él fuerza y con suelo.
—El Consejero Rhiman Han pide que se ponga a votación la cuestión de si hay que considerar o no la posibilidad de la ejecución. Se acepta la petición, y pido a todos los Consejeros que emitan su voto de la manera formal.
Un ujier que había estado en pie junto a la silla de Keridil se adelantó, tomó el bastón de mando de su mano y lo llevó pausadamente alrededor de la mesa. Se detuvo delante del primer Consejero, el cual miró rápidamente a Keridil y después apoyó la mano en el bastón.