Ahora la Residencia de la Hermandad se le manifestó como un agradable conjunto de edificios bajos y blancos, de uno o dos pisos. El más grande, delante de él, tenía una hilera de altas ventanas iluminadas, y a través de ellas pudo ver largas mesas de refectorio y unas pocas mujeres de hábito blanco sentadas cerca del encendido hogar. Más allá, había dos casas de menores dimensiones que Tarod presu mió que debían contener las habitaciones de las Hermanas profesas, y todavía más allá, varios edificios parecidos a casitas de campo en los que debían residir las Novicias...
Tarod se movió rápidamente, apartándose de la luz de las lámparas hasta que llegó a la primera casa de las Novicias. Iba a acercarse cuando se abrió una puerta y salieron por ella dos muchachas que se cubrían la cabeza con los abrigos. Riendo y gritando bajo la lluvia, pasaron corriendo a muy poca distancia de la sombra donde Tarod permanecía inmóvil y se alejaron en dirección al refectorio.
Él esperó hasta que sus voces se hubieron extinguido al fin y, entonces, se acercó a la casita. La intuición le condujo a la parte de atrás del edificio, donde vio dos ventanas enmarcadas por una parra trepadora; una de ellas a oscuras, y la otra mostrando una franja de luz entre las cortinas medio corridas.
Tarod sintió la presencia de ella mucho antes de llegar a la ventana y mirar cautelosamente a través de ésta; pero cuando vio a Sashka experimentó igualmente una emoción inesperada. Estaba sentada a una mesita, con la cabeza inclinada y aureolada por la luz de la vela, y parecía estar leyendo.
La mano de Tarod se extendió involuntariamente hacia la ventana para abrirla, pero se contuvo. No quería asustar a Sashka; sólo los dioses sabían lo que pensaría si le veía entrar como un ladrón. Se echó atrás y volvió a la puerta por la que habían salido las parlanchinas Novicias. No estaba cerrada y, deslizándose en silencio por ella, se introdujo en un pasillo estrecho y oscuro.
La puerta de Sashka estaba al fondo y a la izquierda. La mano no hizo ruido sobre el tirador; la puerta se abrió fácilmente y, por un instante, observó a la muchacha que seguía ensimismada. Después entró en la habitación, cerró la puerta tan silenciosamente como la había abierto y dijo en voz baja:
— Sashka...
Ella lanzó un grito, ahogado instintivamente, y giró en redondo, haciendo chirriar la silla sobre el suelo. Al verle, abrió mucho los ojos y palideció; se puso en pie, retrocedió un paso y murmuró el nombre de él como si no pudiese creer lo que le estaban diciendo sus sentidos.
Tarod cruzó la estancia en su dirección.
— Perdóname... No quería asustarte, pero no se me ocurrió otra manera.
Ella lo sabía. Lo vio en sus ojos; de alguna manera, la noticia había llegado antes que él, y Kael Amion había creído oportuno transmitir el mensaje del Castillo. De pronto, la esperanza y la certidumbre se derrumbaron, y se sintió despojado de todo... ¿Habían ellos corrompido a la única alma viviente con cuya fe había creído que podía contar?
Sin embargo, Sashka recuperó rápidamente el aplomo. Ver a Ta-rod en su propia habitación, a menos de cinco pasos de distancia en el preciso instante en que ella estaba obsesionada pensando en él, le había causado una terrible impresión; pero se sobrepuso y tragó saliva para aliviar las palpitaciones de su corazón.
— Tarod..., por los dioses, ¿qué estás haciendo aquí?
—He venido a buscarte.
—Pero, esa ropa, esos cabellos... Estás empapado, ¡y ni siquiera llevas una capa!
—No tuve tiempo de hacer preparativos. Yo... salí del Castillo con demasiada prisa. —Hizo una pausa y añadió—: Te lo han dicho, ¿verdad?
Ella le miró a la cara, y dijo con labios temblorosos:
— ¿Si me han dicho...?
—En nombre de Aeoris, Sashka, ¡no disimules! Han llegado a la Residencia noticias sobre mí. Y tú lo sabes.
Ella se echó a llorar, con sollozos profundos y ahogados que sacudían todo su cuerpo. Parecía tan desesperada, tan vulnerable, que Tarod sólo pudo atraerla hacia sí y abrazarla a pesar de su desaliñado aspecto. Por un momento, pensó que ella le rechazaría, pero Sashka se apretó contra él como para valerse de las pocas fuerzas que le quedaban.
— Ayer me llamó la Señora Kael... — Su voz era apagada, vacilante—. Me... me mostró una carta que acababa de traer un mensajero del Castillo..., una carta personal del Sumo Iniciado...
— ¿Qué decía?
— Decía... que algo terrible había ocurrido, que tú... habías evocado a un demonio del Caos. Y... que se temía que no eras fiel a Aeo-ris, sino al mal...
Ningún mensajero podía haber llegado a la Residencia antes que él, a menos que tuviese alas... Keridil tenía que haber enviado su carta la misma noche de la sesión en el Salón de Mármol.
— ¿Decía algo más? — preguntó.
—Solamente que... el Sumo Iniciado pedía a la Señora Kael que me avisase del peligro...
—Sí —dijo reflexivamente Tarod—, me imagino que diría esto...
Los hombros de Sashka subieron y bajaron al compás de sus sollozos.
—Tarod, la Señora me dijo que nuestra boda no puede celebrarse, que si me casara contigo, ambos lo perderíamos todo y nos convertiríamos en proscritos. Por favor.. , por favor, ¡dime que no es verdad!
Él no podía mentirle. Habría sido muy fácil, viendo su cara suplicante, asegurarle que todo acabaría bien, marcharse ahora con ella y llevarla consigo al exilio... , pero no podía hacerlo. Ella merecía más que nadie que le dijese la verdad.
—Sashka, tengo que contarte toda la historia. —La soltó suavemente y fue en busca de una silla. Tenía que sentarse; su cuerpo agotado no podía aguantar más—. He cabalgado desde la Península sin detenerme; pero, antes de descansar, debo contártelo todo. —Miró hacia la puerta—. ¿Estamos seguros aquí?
— Más seguros que en cualquier otra parte... Las habitaciones de las Novicias son sagradas.
—Entonces, escucha. Después de que saliera la carta, ocurrieron más cosas... La noche siguiente maté a un hombre...
— ¡Tú..! ¡Oh, no! ¡No puedo creerlo!
— Tienes que creerlo, ¡porque es verdad!
Deliberadamente, había hecho esta revelación en un tono frío y duro, sabiendo que todo disimulo habría sido más perjudicial que beneficioso. Ahora, al ver que ella le miraba fijamente, relató todo lo sucedido hasta sus últimos y más dolorosos detalles, sin emoción y sin cruzar su mirada con la de ella. Tenía la impresión de que se estaba desnudando enteramente en su presencia, pero era la única manera: ocultarle cualquier cosa habría sido una terrible injusticia. Solamente podía confiar en su propia creencia de que ella le sería fiel.
Así le expuso toda la historia, y ella guardó silencio, un silencio que se le hizo insoportable.
—Y ahora —dijo Tarod— han puesto precio a mi cabeza, Sashka. Soy peor que un proscrito..., soy un hombre condenado a muerte.
—¡Oh, Tarod...!
Estrujándose desesperadamente las manos, se volvió y se dirigió a la ventana. Preguntó, temblándole la voz:
— ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé... Eso depende de ti.
— ¿De mí... ?
—Sashka, ¡tú eres la única que sé que no me traicionaría! Tienes mi vida en tus manos. Puedo vivir... , puedo ir hasta el lejano sur y empezar de nuevo; como saben los dioses, es fácil crearse una nueva identidad. Es un trabajo baladí para cualquier Adepto. Pero, sin ti, no tendría nada para lo que vivir. La Señora Kael tiene razón: lo perderías todo: tu clan, tus amigos, tu posición... Pero estaríamos juntos. ¿No es esto lo único que importa?
Ella respiró profundamente durante lo que pareció un rato muy largo. Después dijo, muy despacio:
—Sí..., es lo único que importa, amor mío.
Tarod tuvo ganas de llorar, por el alivio que sentía. La miró, vuelta de espaldas a él, y aunque le dolía mirarla, aceptaba de buen grado ese dolor. Se levantó.