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— Entonces...

—No —dijo ella. Se volvió, se acercó a él y apoyó las manos en sus brazos—. Nada, hasta que hayas descansado. Me has dicho que has cabalgado sin parar... ¿Desde cuándo no has comido?

No lo había hecho desde la muerte de Themila... Hizo un ademán negativo.

—Esto no tiene importancia.

— ¡Sí que tiene importancia! A juzgar por tu aspecto, creo que no podrías sostenerte sobre un caballo, y menos cabalgar en él. Tienes que esperar aquí. Iré a buscar comida; después, dormirás, y más tarde, nos marcharemos rápido y en silencio, antes de que nadie sospeche nada. —Señaló hacia la ventana —. Ha dejado de llover. Si el cielo se despeja, será peligroso salir antes de que se ponga la segunda luna.

Él vaciló. Teniendo la libertad tan cerca, se resistía a demorar su fuga por cualquier razón; pero su propio cuerpo le decía que Sashka tenía razón. Estaba derrengado, demasiado agotado para pensar en algo que no fuese el más inmediato presente; necesitaba recobrar sus fuerzas, para ser capaz de cualquier cosa...

—Saska...

Su incertidumbre se reflejó en su voz, y ella se inclinó para besarle dulcemente. Sus labios se demoraron en los de él, despertando ie-cuerdos de los días que habían pasado juntos en el Castillo.

—No temas, amor mío —murmuró—. Todo irá bien. Confía en

mí...

Él cerró los ojos y asintió con la cabeza, demasiado fatigado para responder. Ella le alisó los cabellos con la mano y dijo: — Espera aquí. Iré a buscar comida, y después podrás dormir.

Se dirigió a hurtadillas a la puerta, la abrió y observó al pasillo, que estaba desierto. Mirando hacia atrás vio que Tarod estaba ya dando cabezadas, y salió al corredor. En cuanto se hubo cerrado la puerta a su espalda, se apoyó en la pared, cerró con fuerza los ojos e hizo la señal de Aeoris sobre el pecho. Su corazón palpitaba de nuevo, con una mezcla de espanto por las revelaciones de Tarod y de alivio por haber huido de la habitación. No lo había creído; había fingido aceptar lo que le decía la Señora, pero rebelándose en secreto contra la noticia; pero ahora, sus ideas y sus sentimientos habían sufrido un cambio violento.

La amargura y el desencanto la embargaban. Había tenido tantas esperanzas, tantos sueños... y de repente, en una noche aciaga, todo había sido destruido. Un hombre condenado a muerte..., un Adepto de séptimo grado con la cabeza puesta a precio, acusado de contubernio con el Caos... No pretendía comprender la mitad de las implicaciones de todo esto, pues le resultaba irritante; pero las consecuencias es taban bastante claras. Y él quería que se marchasen juntos esta noche, que se fugasen, para enfrentarse con un futuro que nada podía ofrecerles...

Había sido una tonta. Hubiese debido darse cuenta desde el principio de que no había humo sin fuego y, en vez de especular y preocuparse e inquietarse por la injusticia hecha a Tarod, hubiese debido pensar más en la que se le hacía a ella. Pero ahora su camino estaba claro. Y el tono de la carta del Sumo Iniciado, el mensaje que le había impartido personalmente, le daba nuevas esperanzas...

Agotado como estaba, el sueño de Tarod estaba poblado de pesadillas que no le permitían un verdadero descanso. Se despertó a medias varias veces, consciente de la habitación extraña y desconcertado por ella, para sumirse de nuevo en un sueño agitado e insatisfactorio.

En la cuarta de estas ocasiones, algo más que las pesadillas le sacó de su inquieto estado. Apenas podía abrir los párpados y, cuando lo hizo, la habitación le pareció brumosa y confusa, y alguien se estaba moviendo hacia él...

Tarod pestañeó, tratando de ver con más claridad. Eran varias figuras vestidas de blanco, y Sashka las precedía...

Trató de hablarle, pero confundió la realidad con el sueño y sólo pronunció mentalmente las palabras. Ella se plantó delante de él; llevaba algo en la mano; le pareció que era un bastón... La intuición acabó de despertarle, pero no a tiempo. Sólo pudo ver un instante la furiosa, medio aterrorizada y medio vengativa cara de Sashka, antes de que el garrote golpease su cráneo y un dolor increíble sumiese su conciencia en el olvido.

La Señora Kael Amion, apoyándose pesadamente en el brazo de la rolliza Maestra de Novicias, se abrió paso entre el grupo de mujeres que, murmurando y con los ojos muy abiertos, se apretujaban en el umbral y contemplaban la figura inmóvil del hombre derrumbado en el sillón de Sashka. Una mancha amoratada había aparecido ya en su frente, en el sitio donde había sido alcanzado por el garrote, y Tarod, empapado, desgreñado y desmayado como estaba, parecía incapaz de cualquier atrocidad. De momento, Kael volvió a verle como el niño flaco y herido de años atrás; pero entonces recordó el contenido de la carta de Keridil, así como sus propias premoniciones, y endureció su corazón.

—Has hecho bien, hija mía. —Se volvió dificultosamente para mirar a Sashka—. Has tenido que tomar una terrible decisión; pero era lo único que podías hacer.

— Gracias, Señora.

Sashka esquivó la mirada de Kael. Tenía el semblante enrojecido y su voz temblaba con una cólera que apenas trataba de disimular y que no había menguado desde el momento en que había irrumpido en el refectorio y anunciado que un hombre peligroso, buscado por el Círculo por conspirar con el Caos, estaba entre ellas. La reacción de las Hermanas había sido satisfactoriamente espectacular y, bajo la mirada de Kael Amion, que había venido apresuradamente de unas habitaciones que raras veces abandonaba aquellos días, Sashka había contado toda la historia de Tarod a sus pasmadas oyentes. Ahora, mientras la joven le miraba fijamente, sin soltar el garrote, Kael tuvo la clara impresión de que no dudaría en emplearlo de nuevo a la menor ocasión. ¿Cómo era posible que un amor tan intenso se hubiese convertido tan rápidamente y con tanta vehemencia en odio?, se preguntó Kael. Sashka había golpeado a Tarod casi con deleite, como si fuese su enemigo de toda la vida en vez del hombre con quien había estado a punto de casarse... La anciana vidente sacudió la cabeza, para alejar de ella estas especulaciones. No podía comprender a una muchacha como Sashka Veyyil y, fuesen cuales fueren sus motivos, lo cierto era que había capturado a un hombre peligroso, un asesino y algo peor. Esto era lo único que importaba.

Una Hermana sin aliento llegó corriendo por el pasillo, con la falda arremangada, sin preocuparse del decoro.

—Los hombres de la granja han sido avisados, Señora. Traen guadañas y hoces y todas las herramientas que pueden servirles de armas.

—Ahora ya no necesitamos armas, gracias a Aeoris —dijo Kael—. Pero necesitaremos hombres de confianza para escoltar al preso hasta la Península de la Estrella. ¿Qué les habéis dicho?

La Hermana sacudió rápidamente la cabeza.

— Nada, Señora, salvo que ha sido aprehendido un delincuente del que se había ordenado la captura.

—Muy bien. No hay que alarmarles con historias de hechicería, o escaparían en la noche como conejos asustados. Ahora quiero que venga la Hermana Erminet Rowald. Necesitamos su conocimiento de las hierbas para mantener drogado a ese hombre hasta que se halle seguro en el Castillo. —Alguien fue a cumplir su orden y ella miró de nuevo a Sashka—. Hija mía, ¿estás segura de que Tarod no intentó negar las acusaciones del Sumo Iniciado?

Los ojos de Sashka brillaron furiosos.

— Señora! Dijo que todo era verdad, y que había algo peor, nu-cho peor, como ya te dije.

—Está bien, está bien, nadie duda de tu palabra; pero tenemos que asegurarnos. —Kael hizo una pausa—. Si han puesto precio a su cabeza, como dices, es probable que el Círculo envíe hombres en su busca, y nuestra Residencia podría ser uno de sus primeros objetivos. Con la ayuda de Aeoris, nuestro grupo podría encontrarse con ellos antes de llegar a las montañas.