—Con mucho gusto. Pero quisiera, desde luego con tu permiso, poder hablar con ella a solas durante unos minutos. —Se llevó a la Hermana aparte, para que los otros no pudiesen oírle—. Lamento tener que hacerlo, pero he de interrogarla más a fondo; puede haber detalles que sola mente ella conoce y que pueden tener importancia en este lamentable asunto. Y supongo que se sentirá menos intimidada si no está rodeada de inquisidores.
La Hermana Erminet inclinó la cabeza.
—Naturalmente, se hará lo que deseas, Sumo Iniciado. — Entonces levantó la cabeza y sus ojos parecieron cándidos—. No pretendo comprender los motivos de la joven para hacer lo que hizo, aunque fuese en cumplimiento de un deber. Hay algo antinatural en una traición de esta naturaleza.
Keridil sintió que se sonrojaba.
—Sin embargo, nosotros tenemos buenas razones para estarle agradecidos, Hermana. Posiblemente las causas y los motivos son menos.. , importantes de lo que habrían podido ser en otro caso.
Ella bajó la mirada.
—Así es.
Sashka dio gracias en silencio a los dioses al ver que la Hermana Erminet salía del estudio, seguida de los Consejeros. Se había producido el pequeño milagro que casi no se había atrevido a esperar: estaba a solas con Keridil.
Durante lo que le pareció un rato muy largo, permanecieron frente a frente sin hablar. Por último, fue Keridil quien rompió el silencio.
— Me alegro de tener esta oportunidad de hablar contigo en privado —dijo pausadamente.
Sashka miró sus propias manos cruzadas.
—Aprecio tu amabilidad, Sumo Iniciado. Dadas las circunstancias, me preguntaba si... tal vez no sentirías...
Se interrumpió, humedeciéndose los labios con inquietud.
Keridil suspiró.
—Tarod y yo éramos amigos desde la infancia —dijo—. No negaré que la decisión que tuve que tomar fue una de las más duras de mi vida.. , pero la tuya debió ser mil veces peor.
Sashka comprendió que él la ponía a prueba. Keridil quería, tal vez necesitaba, saber que la rotura de sus lazos con Tarod era definitiva. Su respuesta podía ser crucial..., y esperó no haber juzgado mal sus motivos. Volviéndose hacia la ventana, dijo:
—Tarod y yo nos habríamos casado aquí, en el Castillo. Me dijo que tú habías accedido a oficiar en la ceremonia.
—Sí... ¿Lamentas que no pueda ser, Sashka?
—No. —Su respuesta fue tan inmediata y tan firme que él se sorprendió. Después añadió, todavía sin mirarle —: Mira, él me dijo... mucho más de lo que había en tu carta. En realidad, creo que no me ocultó nada.
— Entonces, ¿sabes lo de... Rhiman Han?
—¿El hombre a quien mató? Si. También me dijo esto.
Keridil creyó que estaba empezando a comprender. Hacía sólo unos días que, en esta misma habitación, había preguntado lisa y llanamente a Tarod si Sashka tenía algo que temer de é1. Tarod había negado con vehemencia esta posibilidad; pero parecía que Sashka no sentía lo mismo, y Keridil sabía que el miedo era un sentimiento sumamente destructor. De pronto, compadeció a la muchacha y, con la compasión, resurgieron otras emociones.
— Sashka...
Se acercó a ella y, a modo de tanteo, apoyó una mano en su hombro. Había pretendido que el ademán fuese, o al menos pareciese ser, solamente amable; pero ella se volvió hacia él, de manera que Keridil pudo ver el calor y la esperanza en sus ojos oscuros.
—Lo siento... —dijo él, con voz confusa—. Tienes que haber sufrido tanto...
Ella encogió ligeramente los hombros.
—Ahora esto parece importar poco. Es como si todo hubiese sido un mal sueño... Además, mis preocupaciones no tienen que importarte, Sumo Iniciado.
—Llámame Keridil —la corrigió amablemente él—. Y eres injusta contigo misma, Sashka: tus preocupaciones me importan mucho.
Todavía tenía la mano apoyada en su hombro, y ella no intentó apartarse. En una voz tan baja que apenas era audible, preguntó:
— ¿Qué le ocurrirá a Tarod?
Keridil vaciló. No quería trastornarla, pero no podía demorar para siempre la respuesta. Ella tardaría poco en descubrir la verdad, aunque él tratase ahora de ocultársela.
—El Consejo de Adeptos le ha condenado, Sashka —dijo—. No había alternativa.
—Entonces, ¿morirá?
— Sí...
Ella asintió lentamente con la cabeza, como tomándose tiempo para asimilar la noticia. Después dijo:
—¿Cómo?
—Será mejor que no lo sepas. — Keridil se alegró, en este momento, de que ella no le estuviese mirando a la cara—. Esto es cuestión del Círculo. Yo no hubiese querido que fuese así, pero... hay que observar ciertas normas.
Sashka se volvió a mirarle, frunciendo los negros ojos.
— ¿Aunque se trate de un demonio?
Keridil la miró, consternado, y la expresión de Sashka se hizo casi desafiante.
— Es la verdad, ¿no, Keridil? Por favor, no te esfuerces en no herir mis sentimientos. Un hombre cuya alma reside en la piedra de un anillo no puede ser realmente humano, ¿verdad? —Se acercó de nuevo a la ventana—. He pensado mucho en esto durante el viaje desde la Residencia, y creo ser lo bastante fuerte para enfrentarme con los hechos. Si me hubiese casado con Tarod, me habría casado con un demonio. —Le miró nuevamente—. ¿No es verdad?
Si, es verdad, pensó Keridil, o casi verdad... Y en voz alta, dijo:
— Eres muy valerosa, Sashka. Pocas mujeres podrían considerar esta idea con tanta ecuanimidad.
Ella sonrió fríamente.
—¿Qué ganaría con engañarme? Prefiero dar gracias a mi buena suerte, por no haberme enterado demasiado tarde.
—Sin embargo, debes lamentarlo.
—Oh, lamentarlo, sí. Aunque tal vez no tanto como tú te imaginas, Keridil.
Él sintió que su pulso se aceleraba y deseó que no fuese tan sofocante el ambiente de aquella habitación.
—¿No?
Sashka sacudió la cabeza.
—Incluso antes de esto, me había preguntado si hacía bien en prometerme a Tarod. Y la respuesta me había trastornado mucho.
—Pero tú le amabas —le recordó Keridil, porque alguna parte perversa de su mente tenía que desafiar todas las declaraciones, dudar de toda esperanza.
Sashka sonrió.
—Le admiraba, y creía que admiración y amor eran lo mismo. Estaba equivocada. Y ahora creo que los dos habríamos sido muy desgraciados.
Era una declaración que, ni siquiera en sus sueños más alocados, había esperado Keridil oír de sus labios. En alguna parte, en lo más recóndito de su cerebro, una vocecilla le dijo que aquel cambio era demasiado repentino, o incluso cruel; pero su enamoramiento hizo que cerrase los oídos y rechazase aquella voz.
—¿Puedo tal vez ayudarte a mitigar un poco tu sufrimiento? — dijo amablemente.
Ella bajó tímidamente la mirada.
— Eres muy amable.
— No es amabilidad; es egoísmo. — Le asió la mano—. Si me hicieses el honor de cenar conmigo esta noche... Haría que nos sirviesen la cena aquí, a solas.
Una expresión divertida brilló en los ojos de Sashka.
— La Hermana Erminet se escandalizaría.
—Le diré a la Hermana Erminet que quiero librarte de la atención del público. Puedo valerme de mi rango para obtener su consentimiento.
Sashka rió entre dientes, tapándose la boca con la mano, y el Sumo Iniciado sonrió y dijo:
—Bueno, ¡te he hecho reír a pesar de tus tribulaciones! Es un buen comienzo.
—Sí —convino ella, más seriamente, pero con una cálida sonrisa—. Un buen comienzo.
— Sashka...
La Hermana Erminet se volvió, sorprendida por aquella voz inesperada, y vio que el hombre que estaba en la cama empezaba a moverse. Lanzó una imprecación en voz baja y se acercó a una serie de frascos y botes que había sobre la mesa. Normalmente, aquél hubiese debido estar inconsciente al menos hasta la noche; debía tener la constitución de un caballo del norte para que la última dosis de narcóticos hubiese dejado de surtir efecto con tanta rapidez.