El muchacho se tambaleó peligrosamente sobre sus pies. ¿Qué había hecho? ¿Qué le había ocurrido? la oleada de poder se había apoderado totalmente de él, pero ahora, agotado en un instante, había dejado solamente un sabor amargo en su boca. De nuevo tuvo ganas de vomitar, pero su estómago estaba vacío, y no podía controlar sus músculos... Por un momento, vio aquellas caras debajo de él, petrificadas de asombro por lo que acababan de presenciar. En alguna parte, pensó que muy lejos, chillaron unos hombres y se oyeron las pisadas de alguien que salía corriendo, resbalando y tropezando. Después, le invadió una ola de oscuridad que subió, menguó y subió de nuevo, esta vez con más fuerza; sintió que le flaqueaban las piernas...
Afortunadamente, le esperaban unas manos cuando cayó de la cornisa al camino.
Tarod... Tarod... Tarod...
Este nombre hizo que empezase a recobrar el conocimiento. Trató de abrir los ojos, pero el menor movimiento le causaba un intenso dolor y renunció a su intento.
Tenía la lengua hinchada y pesada, irritada la garganta, pero no podía hablar para pedir agua. Si es que había alguien que pudiese oírle...
Pero sí que había alguien. Podía sentir su presencia, o mejor dicho, sus presencias, moviéndose sin ruido a su alrededor. Y ya no yacía sobre el frío esquisto, sino envuelto en una tosca tela que calentaba su cuerpo. La sensación de hallars e rodeado... Una sombra pasó sobre sus párpados y de nuevo trató de abrirlos, y de nuevo fue incapaz de hacerlo. Tarod... Tarod... Tarod... Esta vez su mente registró otras palabras; voces graves, físicas, reales.
— Y yo te digo, Taunan, que el muchacho está gravemente herido. ¿Quieres que muera durante el camino? Mi Residencia está a menos de media jornada de aquí...
—Comprendo tu preocupación, Señora, y la comparto.
—Esta vez era una voz masculina—. ¡Pero ya has visto lo que ha pasado! Ha dado pruebas de un poder... —pareció no encontrar de momento la palabra—, de un poder... ¡inaudito! No; si alguien puede curarle, es nuestro médico. Debo llevarlo a la Península.
La mujer se mantuvo en sus trece.
—Será llevado allí cuando esté curado. A menos, naturalmente, que lo reclame su clan.
El muchacho, horrorizado, quiso protestar, decirles que no pertenecía a ningún clan y que nada en el mundo podía inducirle a volver a Wishet. Sintió un enorme alivio cuando el hombre replicó:
— ¡Vendrá conmigo ahora! Maldito sea su clan... Nadie puede engendrar semejante prodigio y esperar que el Círculo se encoja de hombros. ¡Que Aeoris nos ampare! Cuando Jehrek se entere de esto...
—Probablemente hará que le sirvan tu cabeza hueca en una bandeja de plata por tu descuido, si es que conozco al Sumo Iniciado — repuso agriamente la mujer.
¡Iniciado! El muchacho consiguió lanzar una exclamación e, inmediatamente, otra voz femenina, más suave y más joven, habló cerca de su oído:
—Señora... Taunan... creo que está volviendo en sí.
El honbre juró en voz baja.
—Gracias, Taunan, pero debo recordarte que hay Novicias presentes —le zahirió la mujer mayor—. Y ahora, Ulmara, déjame ver al muchacho. ¡Oh, sí! Está recobrando el conocimiento, aunque trata de disimularlo. —Él oyó un susurro de ropa y sintió una segunda presencia a su lado y un débil olor a hierbas desconocidas —. ¡Y pensar que, de no ser por él, podríamos estar todos muertos...! ¿Puedes oírme, chico?
Algo en su voz, firme pero amable, hizo que el muchacho quisiera desesperadamente res ponder, pero sus cuerdas vocales se negaron a obedecer su voluntad.
—Agua, Ulmara. Allí hay una vasija; creo que no se ha roto.
Le acercaron algo frío a los labios y lo engulló convulsivamente. El agua tenía un sabor extraño pero le sentó bien, y al fin notó que su garganta y su lengua empezaban a desentumecerse.
— Muy bien — dijo, satisfecha, la mujer—. Y ahora, ¿puedes hablar? ¿Puedes decirnos tu nombre?
¿Su nombre? El no tenía nombre, ya no lo tenía, y esta idea hizo renacer su miedo. Irreflexivamente, trató de moverse, y el dolor que esto produjo en el hombro y en el brazo fue tan fuerte que lanzó un gemido y se dejó caer de nuevo.
— ¡Por el buen Aeoris, Taunan, la herida se ha abierto de nuevo! Tráeme un paño, Ulmara, ¡de prisa! Sí, sí, ése irá bien, ¡no importa que se ensucie!
Aplicó un paño mojado en su hombro, y su frescura fue como un bálsamo contra el fuego que parecía que iba a quemarle la carne. Más calmado, se preguntó qué podía decirles, y al fin, en medio de su confusión, recobró la voz. Pero no pudo articular la palabra que quería decir; en cambio murmuró:
— Bandidos.
El hombre lanzó una exclamación que podía ser de sorpresa o de regocijo.
— ¿bandidos? Se fueron, muchacho. Echaron a correr como chiquillos ante un Warp; todos, menos el jefe, que se quedó en el camino, gracias a ti.
— ¡Taunan¡—le replicó la mujer.
Taunan rechazó su protesta:
—Él sabe lo que le hizo a aquel cerdo y lo que quedó de él, ¡y también debe saber que con ello nos salvó la vida!
—Sin embargo, puede estar impresionado y no es bueno recordárselo.
—No le hará ningún daño. —Una mano tocó la frente del muchacho—. Es fuerte, Señora..., creo que más fuerte que tú y que yo y que cualquiera de nuestros conocidos. Un tipo raro, y no me equivoco.
Algo en la conciencia del muchacho se rebeló contra aquella palabrería; hablaban de el como si fuese un pedazo de carne inanimada que podían examinar y diseccionar a su antojo. ¿Qué había hecho él? Ahora no podía recordarlo... Apretó los dientes, hizo un tremendo esfuerzo para vencer el dolor y abrió los ojos.
De momento, no pudo enfocar la escena, sino que ésta siguió siendo un revoltijo de bultos amorfos y de colores sin color. Después vio que, a sólo un paso de distancia, había una pared de lona y, sobre su cabeza, un techo del mismo materia l. Estaba en una tienda o, al menos, en un tosco refugio construido a toda prisa. Y este mundo reducido, como un capullo, era tranquilizador; se sentía, contra toda lógica, a salvo de la noche que acechaba fuera. Pestañeó y alguien le frotó suavemente los párpados con un paño mojado, y al fin se aclaró su visión y pudo ver las caras de sus acompañantes.
La mujer que estaba arrodillada a su lado era mayor de lo que daba a entender su enérgica voz. Tenía larga y huesuda la cara, pálida la tez, y los ojos de un azul desvaído. No podía verle los cabellos, peinados hacia atrás y cubiertos por una toca blanca de lino, y llevaba el hábito distintivo de las Hermanas de Aeoris sobre lo que parecía ser un tosco vestido de viaje. Cuando sonrió, mostró que le faltaban varios dientes, y la luz del farol, que iluminaba débilmente el escenario, suavizó las profundas arrugas de su cara. Otros personajes se movían a su alrededor, y vio una muchacha pocos años mayor que él, de facciones más redondas y suaves, y que le miraba con los ojos muy abiertos. Otras dos mujeres le observaban desde lejos; también ellas llevaban hábitos blancos, desgarrados y manchados después del ataque de los bandidos, y una de ellas tenía un brazo vendado y doblado en un ángulo extraño. La intuición le dijo que era la que había visto tratando de alejarse a rastras, la que había sido atacada por el bandido. Se alegró de que hubiera sobrevivido sin sufrir lesiones graves. El muchacho le sonrió, pero, antes de que ella pudiese responderle, el hombre cuya voz había oído se interpuso entre los dos. Era alto y delgado, y sus cabellos de un castaño claro parecían mal cortados y le llegaban hasta los hombros. También sus ojos eran claros, flanqueando una nariz aguileña, y algo en su expresión decía que el muchacho significaba, para Taunan, mucho más de lo que habían dado a entender sus primeros comentarios.