Levin entró en la oficina detrás de mí, seguido por la recepcionista, con su guadaña de cabello moviéndose adelante y atrás mientras trataba de atrapar a mi investigador. Me preocupaba que el filo le cortara la nariz.
– Señor Roulet, lo siento, acaban de llegar.
– Lisa, he de colgar -dijo Roulet al teléfono-. Volveré a llamarla.
Dejó el teléfono en su lugar sobre la mesa baja de cristal.
– Está bien, Robin -dijo-. Puedes retirarte.
Hizo un ademán con el dorso de la mano. Robin me miró como si yo fuera una espiga de trigo que ella quisiera segar con ese filo dorado y salió. Yo cerré la puerta y miré a Roulet.
– ¿Qué ha ocurrido? -dijo-. ¿Ha terminado?
– Ni mucho menos -dije.
Llevaba la carpeta de hallazgos de la fiscalía. El informe del arma estaba delante y en el centro. Me acerqué y lo dejé caer en la mesa de café.
– Sólo conseguí avergonzarme en la oficina del fiscal.
El caso contra usted se sostiene y probablemente iremos a juicio.
Roulet se quedó abatido.
– No lo entiendo -dijo-. Dijo que iba a dejarlo en ridículo.
– Resulta que el único que ha quedado en ridículo he sido yo. Porque me ha mentido otra vez. -Y volviéndome a mirar a Levin, agregué-: Y porque dejaste que nos tendieran una trampa.
Roulet abrió la carpeta. La página de encima era una fotografía en color de una navaja con sangre en el mango negro y en el extremo del filo. No era la misma navaja que aparecía fotocopiada en los registros que Levin había conseguido de sus fuentes policiales y que nos había mostrado en la reunión celebrada en la oficina de Dobbs el primer día del caso.
– ¿Qué demonios es eso? -dijo Levin, mirando la foto.
– Es una navaja. La buena, la que Roulet llevaba consigo cuando entró en el apartamento de Reggie Campo. La que tiene la sangre de ella y las iniciales de él.
Levin se sentó en el sofá en el lado opuesto al de Roulet. Yo me quedé de pie y ambos me miraron. Empecé con Levin.
– Fui a ver al fiscal para pegarle una patada en el culo y al final me la ha pegado él a mí. ¿Quién es tu fuente, Raúl? Porque te dio una baraja marcada.
– Espera un momento, espera un momento. Esa no…
– No, tú espera un momento. El informe que tenías de que el origen de la navaja no se podía rastrear era falso. Lo pusieron allí para jodernos. Para engañarnos, y funcionó perfectamente porque yo entré allí creyendo que hoy no podía perder y simplemente le di el vídeo de la barra de Morgan's. Lo saqué como si fuera la mejor baza. Sólo que no lo era, maldita sea.
– Fue el corredor -dijo Levin.
– ¿Qué?
– El corredor. El tipo que lleva los informes entre la comisaría de policía y la oficina del fiscal. Le digo en qué casos estoy interesado y hace copias extra para mí.
– Pues lo tienen cuchado y lo han usado perfectamente. Será mejor que lo llames y le digas que si necesita un buen abogado defensor yo no estoy disponible.
Me di cuenta de que estaba caminando delante de ellos en el sofá, pero no me detuve.
– ¿Y usted? -le dije a Roulet-. Ahora tengo el informe real del arma y descubro que no sólo su navaja es artesanal, sino que puede relacionarse directamente con usted porque tienen sus putas iniciales. ¡Me ha mentido otra vez!
– No mentí -gritó Roulet a su vez-. Intenté decírselo. Dije que no era mi navaja. Lo dije dos veces, pero nadie me escuchó.
– Entonces tendría que haber aclarado lo que quería decir. Sólo decir que la navaja no era suya era cómo decir que no lo hizo. Debería haber dicho: «Eh, Mick, podría haber un problema con la navaja porque tengo una navaja, pero no es la de esta foto.» ¿Qué creía, que simplemente iba a desaparecer?
– Por favor, ¿puede hablar bajo? -protestó Roulet-. Podría haber clientes fuera.
– ¡Me da igual! A la mierda sus clientes. No va a necesitar más clientes en el sitio al que lo van a mandar. ¿No se da cuenta de que esa navaja supera todo lo que habíamos conseguido? Llevó un arma homicida a una cita con una prostituta. La navaja no la colocaron. Era suya. Y eso quiere decir que ya no hay espacio para la trampa. ¿Cómo vamos a argumentar que ella le tendió una trampa cuando el fiscal puede probar que usted llevaba esa navaja cuando entró por la puerta?
No respondió, pero yo tampoco le di demasiado tiempo para hacerlo.
– Lo hizo usted y ellos le tienen -dije, señalándolo-. No es de extrañar que no se molestaran en hacer ninguna investigación de seguimiento en el bar. No se necesita ninguna investigación de seguimiento cuando tienen su navaja y sus huellas dactilares ensangrentadas en ella.
– ¡Yo no lo hice! Es una trampa. ¡Se lo estoy diciendo! Era…
– ¿Quién está gritando ahora? Mire, no me importa lo que me diga. No puedo tratar con un cliente que miente, que no ve la ventaja de decirle a su propio abogado lo que está pasando. Así que el fiscal del distrito le ha hecho una oferta y creo que será mejor que la acepte.
Roulet se sentó más erguido y cogió el paquete de cigarrillos de la mesa. Sacó uno y lo encendió con el que ya se estaba fumando.
– No voy a declararme culpable de algo que no hice -declaró, con la voz repentinamente calmada después de una calada del nuevo cigarrillo.
– Siete años. Saldrá en cuatro. Tiene hasta la vista del lunes y luego se acaba. Piénselo y luego dígame que lo va a aceptar.
– No lo voy a aceptar. Yo no lo hice y si usted no va a llevarlo a juicio, encontraré a alguien que lo haga.
Levin sostenía la carpeta de hallazgos. Me agaché y se la quité con rudeza de las manos para poder leer personalmente el informe del arma.
– ¿No lo hizo? -dije a Roulet-. Muy bien, si no lo hizo, entonces ¿le importaría decirme por qué fue a ver a esa prostituta con su navaja Black Ninja hecha por encargo con un filo de doce centímetros, con sus iniciales grabadas en ambos lados de la hoja?
Una vez terminado de leer el informe, se lo lancé a Levin. La carpeta pasó entre sus manos y le golpeó en el pecho.
– ¡Porque la llevo siempre!
La fuerza de la respuesta de Roulet acalló la sala. Caminé adelante y atrás otra vez, mirándolo.
– Siempre la lleva -afirmé.
– Exacto. Soy agente inmobiliario. Conduzco coches caros. Llevo joyas caras. Y con frecuencia me encuentro con desconocidos en casas vacías.
Otra vez me dio que pensar. Por indignado que estuviera, todavía reconozco un brillo cuando lo veo. Levin se inclinó hacia delante y miró a Roulet y luego a mí. Él también lo vio.
– ¿De qué está hablando? -dije-. Vende casas a gente rica.
– ¿Cómo sabe que son ricos cuando le llaman y le dicen que quieren ver una casa?
Extendí las manos, confundido.
– Tendrá algún tipo de sistema para controlarlos.
– Claro, podemos pedir un informe de crédito y referencias. Pero aun así se reduce a lo que nos dan y a esa clase de gente no le gusta esperar. Cuando quieren ver una propiedad, quieren verla. Hay muchos agentes inmobiliarios. Si no actuamos con rapidez, algún otro lo hará.
Asentí con la cabeza. El brillo cobraba fuerza. Quizás había algo con lo que podría trabajar.
– Ha habido asesinatos, ¿sabe? -dijo Roulet-. A lo largo de los años. Todos los agentes inmobiliarios conocen el peligro que existe cuando vas solo a uno de esos sitios. Durante un tiempo hubo un hombre llamado el Violador Inmobiliario. Atacaba y robaba a mujeres en casas vacías. Mi madre…
No terminó. Yo esperé. Nada.
– Su madre ¿qué?
Roulet vaciló antes de responder.
– Una vez estaba enseñando una casa en Bel-Air. Estaba sola y creía que estaba segura porque era Bel-Air. El hombre la violó. La dejó atada. Al ver que no volvía a la oficina, fui a la casa y la encontré.
Los ojos de Roulet estaban perdidos en el recuerdo.