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– ¿Cuándo te llamó? -pregunté.

– Te estoy diciendo demasiado, Haller. No…

– Sólo dime cuándo te llamo. Esa vista fue un lunes, así que fue ese mismo día.

El caso no apareció en los periódicos ni en la tele, así que tenía curiosidad por saber de dónde había sacado Corliss la información que trataba de intercambiar con los fiscales. Tenía que suponer que no venía de Roulet. Estaba convencido de que le había asustado lo bastante para que guardara silencio. Sin información de los medios, Corliss habría estado limitado a la información recogida en el tribunal cuando se leyeron los cargos y Maggie y yo pactamos la fianza.

Me di cuenta de que con eso bastaba. Maggie había sido específica al señalar las heridas de Regina Campo cuando trataba de impresionar al juez para que retuviera a Roulet sin posibilidad de fianza. Si Corliss había estado en el tribunal, había tenido acceso a todos los detalles que necesitaba para inventar una confesión en el calabozo de mi cliente. Si a eso se añade la proximidad a Roulet nace una confidencia de calabozo.

– Sí, me llamó ese mismo lunes -respondió finalmente Maggie.

– ¿Por qué pensaste que era un mentiroso? Lo ha hecho antes, ¿no? El tipo es un soplón profesional, ¿verdad?

Estaba pescando información y Maggie se dio cuenta. Negó con la cabeza.

– Estoy segura de que averiguarás todo lo que necesitas saber en el proceso de hallazgos. ¿Podemos tomarnos una Guinness en plan amistoso? Tengo que irme dentro de una hora.

Asentí, pero quería saber más.

– ¿Sabes qué? -dije-. Probablemente ya has tomado bastante Guinness para un día de San Patricio. ¿Qué te parece si nos vamos de aquí y cenamos algo?

– ¿Para que puedas seguir haciéndome preguntas del caso?

– No, para que podamos hablar de nuestra hija.

Entrecerró los ojos.

– ¿Ocurre algo? -preguntó.

– No que yo sepa. Pero quiero hablar de ella.

– ¿Adonde me vas a llevar a cenar?

Mencioné un caro restaurante italiano en Ventura y Sherman Oaks, y sus ojos brillaron. Era un sitio al que habíamos ido a celebrar cumpleaños y también su embarazo. Nuestro apartamento, que ella conservaba, estaba en Dickens, a unas pocas manzanas de allí.

– ¿Crees que podemos cenar allí en una hora? -preguntó.

– Si nos vamos ahora, y pedimos sin mirar…

– Acepto. Deja que me despida en plan rápido.

– Yo conduciré.

Y fue buena idea que condujera yo, porque ella no se aguantaba en equilibrio. Tuvimos que caminar cadera contra cadera hasta el Lincoln y hube de ayudarla a subir.

Tomé por Van Nuys en dirección sur hasta Ventura. Al cabo de unos momentos, Maggie sintió que le molestaba algo. Buscó debajo de las piernas y sacó un estuche de cedes sobre el que se había sentado. Era de Earl. Uno de los cedes que escuchaba en el equipo del coche cuando yo estaba en el tribunal. Así ahorraba pila en el iPod. El cede era de un intérprete de dirty south llamado Ludacris.

– No me extraña que estuviera incómoda -dijo Maggie-. ¿Es esto lo que escuchas cuando vas al tribunal?

– La verdad es que no. Es de Earl. Últimamente conduce él. Ludacris no me gusta mucho. Soy más de la vieja escuela. Tupac, Dr. Dre y gente así.

Maggie se rió porque pensó que estaba bromeando. Al cabo de unos minutos nos metimos por el estrecho callejón que conducía a la puerta del restaurante. Un aparcacoches se ocupó del Lincoln y nosotros entramos. La camarera nos reconoció y actuó como si sólo hubieran pasado un par de semanas desde que habíamos estado allí. Lo cierto era que probablemente ambos habíamos estado recientemente, aunque cada uno con parejas diferentes.

Pedí una botella de Singe Shiraz y los dos nos decidimos por platos de pasta sin mirar los menús. Nos saltamos las ensaladas y los aperitivos y le dijimos al camarero que no tardara en sacar la comida. Después de que él se fue miré el reloj y vi que todavía teníamos cuarenta y cinco minutos. Mucho tiempo.

La Guinness estaba haciendo efecto en Maggie. Sonrió de esa manera fracturada que evidenciaba que estaba borracha. Hermosamente borracha. Maggie nunca se ponía desagradable con el alcohol. Siempre se ponía más dulce. Probablemente por eso terminamos teniendo un hijo juntos.

– Creo que deberías pasar del vino -le dije-. O te dolerá la cabeza mañana.

– No te preocupes por mí. Tomaré lo que quiera y dormiré lo que quiera.

Ella sonrió y yo le devolví la sonrisa.

– Bueno, ¿cómo estás, Haller? Lo digo en serio.

– Bien. ¿Tú? Y lo digo en serio.

– Nunca he estado mejor. ¿Ya has superado lo de Lorna?

– Sí, ahora hasta somos amigos.

– ¿Y nosotros qué somos?

– No lo sé. A veces adversarios, supongo.

Ella negó con la cabeza.

– No podemos ser adversarios si no podemos estar en el mismo caso. Además, siempre te estoy cuidando. Como con esa basura de Corliss.

– Gracias por intentarlo, pero aun así ha hecho daño.

– Simplemente no tengo respeto por un fiscal que usa a un soplón de calabozo. No importa que tu cliente sea más basura todavía.

– No me ha revelado exactamente lo que dijo Corliss que le contó mi cliente.

– ¿De qué estás hablando?

– Sólo dijo que tenía un soplo. No reveló lo que había dicho.

– Eso no es justo.

– Es lo que dije. Es una cuestión de hallazgos, pero no tendremos a un juez asignado hasta después de la conciliación del lunes. Así que no tengo a quién quejarme todavía. Minton lo sabe. Es como me advertiste. No juega limpio.

Maggie se ruborizó. Había pulsado los botones adecuados y ella estaba enfadada. Para Maggie, ganar de manera justa era la única manera de ganar. Por eso era tan buena fiscal.

Nos habíamos sentado en un extremo del banco que recorría la pared del fondo del restaurante. Estábamos a ambos lados de una esquina. Maggie se inclinó hacia mí, pero bajó demasiado y nos golpeamos cabeza contra cabeza. Ella se rió, pero luego volvió a intentarlo. Habló en voz baja.

– Dijo que había preguntado a tu cliente por qué estaba dentro y el tipo dijo: «Por darle a una puta exactamente lo que se merece.» Dijo que tu cliente le contó que le dio un puñetazo en cuanto abrió la puerta.

Ella se inclinó y me di cuenta de que se había movido demasiado deprisa y eso le había provocado vértigo.

– ¿Estás bien?

– Sí, pero ¿podemos cambiar de tema? No quiero hablar más de trabajo. Hay demasiados capullos y es frustrante.

– Claro.

Justo entonces el camarero nos trajo el vino y los platos al mismo tiempo. El vino era bueno y la comida te hacía sentir como en casa. Empezamos a comer en silencio. Entonces Maggie me golpeó de improviso.

– No sabías nada de Corliss, ¿verdad? Hasta que yo he abierto mi bocaza.

– Sabía que Minton ocultaba algo. Pensé que era un soplo…

– Mentira. Me has emborrachado para averiguar lo que sabía.

– Eh, creo que ya estabas borracha cuando he ligado contigo esta noche.

Maggie estaba detenida con el tenedor encima del plato, con una larga ristra de linguine con salsa de pesto colgando de él. Me señaló con el tenedor.

– Cierto. ¿Entonces qué hay de nuestra hija?

No estaba esperando que se acordara de eso. Me encogí de hombros.

– Creo que lo que dijiste la semana pasada es cierto. Necesita que su padre esté más presente en su vida.

– ¿Y?

– Y yo quiero desempeñar un papel más importante. Me gusta estar con ella. Como cuando la llevé a ver esa peli el sábado. Estaba sentado de lado para poder verla a ella viendo la peli. Mirando sus ojos, ¿sabes?

– Bienvenido al club.

– Así que no sé. Estaba pensando que tal vez podríamos establecer un horario. Hacerlo una cosa regular. Ella incluso podría quedarse a dormir a veces, bueno, si quiere.