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– ¿Estás seguro de todo eso? Es nuevo en ti.

– Es nuevo porque antes no lo sabía. Cuando era más pequeña no podía comunicarme de verdad con ella, no sabía qué hacer. Me sentía extraño. Ahora no. Me gusta hablar con ella. Estar con ella. Aprendo más de ella que ella de mí, eso seguro.

De repente sentí la mano de Maggie en mi pierna, bajo la mesa.

– Es genial -dijo-. Me alegra mucho oírte decir eso. Pero vamos despacio. No has estado cerca en cuatro años y no voy a dejar que Hayley se entusiasme sólo para que luego hagas un acto de desaparición.

– Entiendo. Podemos hacerlo como tú quieras. Sólo te estoy diciendo que voy a estar ahí. Te lo prometo.

Mi ex mujer sonrió, queriendo creer. Y yo me hice a mí mismo la misma promesa que acababa de hacerle a ella.

– Bueno, perfecto -dijo Maggie-. Estoy encantada de que quieras hacer esto. Preparemos un calendario y probemos a ver cómo va.

Maggie apartó la mano y continuamos comiendo en silencio hasta que ambos casi hubimos terminado. Entonces me sorprendió otra vez.

– No creo que pueda conducir esta noche -dijo.

Asentí con la cabeza.

– Estaba pensando lo mismo.

– Tú estás bien. Sólo has tomado medio vaso en…

– No, digo que estaba pensando lo mismo de ti. Pero no te preocupes, te llevaré a casa.

– Gracias.

Se estiró por encima de la mesa y puso una mano en mi muñeca.

– ¿Y me llevarás a buscar mi coche por la mañana?

Me sonrió con dulzura. La miré, tratando de interpretar a esa mujer que me había puesto en la calle cuatro años antes. La mujer a la que no había podido dejar atrás o superar, cuyo rechazo me envió trastabillando a una relación de la cual sabía desde el principio que no iba a llegar muy lejos.

– Claro -dije-. Te llevaré.

17

Viernes, 18 de marzo

Me desperté por la mañana con mi hija de ocho años durmiendo entre mi ex mujer y yo. La luz se filtraba por la claraboya situada en lo alto de la pared. Cuando vivía en aquel apartamento siempre me molestaba porque dejaba entrar demasiada luz demasiado temprano por la mañana. Al mirar el patrón que dibujaba en el techo inclinado, revisé lo que había ocurrido la noche anterior y recordé que había terminado bebiéndome toda la botella de vino menos una copa en el restaurante. Recordé haber llevado a Maggie al apartamento y haber entrado para descubrir que nuestra hija ya estaba durmiendo… en su propia cama.

Después de que la niñera se fuera, Maggie abrió otra botella de vino. Cuando la terminamos me llevó de la mano hasta el dormitorio que habíamos compartido durante cuatro años, pero que no habíamos vuelto a compartir en otros tantos. Lo que me molestaba en ese momento era que mi memoria había absorbido tanto vino que no podía recordar si mi regreso al dormitorio había sido un triunfo o un fracaso. Tampoco podía recordar qué palabras se habían dicho o qué promesas podíamos habernos hecho.

– No es justo para ella.

Giré el cuello en la almohada. Maggie estaba despierta, mirando el rostro dormido y angelical de nuestra hija.

– ¿Que es lo que no es justo?

– Que se despierte y te encuentre aquí. Podría hacerse ilusiones o confundirse.

– ¿Cómo es que está aquí?

– La traje yo. Tenía una pesadilla.

– ¿Con qué frecuencia tiene pesadillas?

– Normalmente cuando duerme sola, en su habitación.

– ¿O sea que duerme siempre aquí?

Algo en mi tono la molestó.

– No empieces. No tienes ni idea de lo que es educar a una hija sola.

– Ya lo sé. No estoy diciendo nada. Entonces ¿qué quieres que haga? ¿Que me vaya antes de que se despierte? Podría vestirme y hacer ver que acabo de llegar a recogerte y llevarte a tu coche.

– No sé. Por ahora, vístete. Trata de no despertarla.

Me escurrí de la cama, cogí mi ropa y recorrí el pasillo hasta el cuarto de baño de invitados. Estaba perplejo por lo mucho que había cambiado la actitud de Maggie hacia mí desde la noche anterior. Concluí que era por el alcohol. O quizá se debía a algo que había dicho o hecho después de que llegáramos al apartamento. Me vestí deprisa, volví por el pasillo y me asomé al dormitorio.

Hayley seguía dormida. Con los brazos extendidos en dos almohadas, parecía un ángel. Maggie se estaba poniendo una camiseta de manga larga encima y unas zapatillas que tenía desde que estábamos casados. Yo entré y me acerqué a ella.

– Me voy y vuelvo -susurré.

– ¿Qué? -dijo ella enfadada-. Pensaba que íbamos a ir a buscar el coche.

– Pero pensaba que no querías que se despertara y me viera. Así que déjame que vaya y compre un poco de café o algo y vuelva dentro de una hora. Luego podemos ir todos juntos a buscar tu coche y puedo llevar a Hayley a la escuela. Incluso puedo recogerla después si quieres. Hoy tengo el día libre.

– ¿Así de fácil? ¿Vas a empezar a llevarla a la escuela?

– Es mi hija. ¿No recuerdas algo que te dije anoche?

Ella movió el mentón y yo sabía por experiencia que ésa era la señal de que venía la artillería pesada. Me estaba perdiendo algo. Maggie había cambiado de marcha.

– Bueno, sí, pero pensaba que lo decías por decir -dijo.

– ¿Qué quieres decir?

– Sólo pensaba que estabas tratando de convencerme para que te hablara del caso o simplemente para llevarme a la cama. No lo sé.

Me reí y negué con la cabeza. Todas las fantasías respecto a nosotros dos que tenía la noche anterior se estaban desvaneciendo rápidamente.

– No fui yo quien condujo al otro por la escalera al dormitorio -dije.

– Ah, o sea que sólo se trataba del caso. Querías saber lo que yo sabía del caso.

Me limité a mirarla un buen rato.

– No puedo ganar contigo, ¿no?

– No cuando no juegas limpio, cuando actúas como un abogado defensor.

Maggie siempre me superaba cuando se trataba de lanzarse cuchillos verbales. Lo cierto era que estaba agradecido de que tuviéramos un conflicto de intereses intrínseco y que no tuviera que enfrentarme a ella en un juicio. A lo largo de los años alguna gente -sobre todo profesionales de la defensa que habían sufrido a manos de Maggie- había llegado a decir que ésa era la razón por la cual me había casado con ella. Para evitarla profesionalmente.

– Mira -dije-, volveré dentro de una hora. Si quieres que te lleve al coche que ayer estabas demasiado borracha para conducir, estate preparada y tenia preparada a ella.

– No te preocupes. Cogeremos un taxi.

– Os llevaré.

– No, cogeremos un taxi. Y no levantes la voz.

Miré a mi hija, todavía durmiendo a pesar del enfrentamiento verbal de sus padres.

– ¿Y ella? ¿Quieres que me la lleve mañana o el domingo?

– No lo sé. Llámame mañana.

– Como quieras. Adiós.

La dejé en el dormitorio. En el exterior del edificio de apartamentos caminé una manzana y media por Dickens antes de encontrar el Lincoln aparcado de manera poco ortodoxa junto al bordillo. Tenía una multa en el parabrisas que me citaba por aparcar al lado de una boca de incendios. Me metí en el coche y la arrojé al asiento de atrás. Me ocuparía de ella la próxima vez que fuera en el asiento trasero. No haría como Louis Roulet que dejaba que sus multas terminaran en un auto judicial. El condado estaba lleno de polis a los que les encantaría detenerme por un auto judicial.

Batallar siempre me daba hambre y me di cuenta de que estaba famélico. Regresé a Ventura y me dirigí hacia Studio City. Era temprano, especialmente para ser el día siguiente de San Patricio, y llegué a DuPar's de Laurel Canyon Boulevard antes de que se llenara. Conseguí un reservado en la parte de atrás y pedí una pila pequeña de creps y café. Traté de olvidarme de Maggie McFiera abriendo mi maletín y sacando un bloc de notas y el expediente de Roulet.