El mismo fiscal del distrito reveló el hallazgo del ADN en una conferencia de prensa y anunció que su oficina buscaría la pena de muerte para Menéndez. Añadió que los detectives también habían localizado a tres testigos que habían visto a Menéndez arrojar una navaja al río Los Ángeles. El fiscal dijo que se había buscado la navaja en el río, pero que no se había encontrado. Aun así, calificó los relatos de los testigos de sólidos, porque eran los tres compañeros de habitación de Menéndez.
Basándome en las pruebas con que contaba la fiscalía y en la amenaza de la pena capital, decidí que la defensa al estilo de O. J. sería demasiado arriesgada. Utilizando a Fernando Menéndez como traductor, fui a la prisión de Van Nuys y expliqué a Jesús que su única esperanza era un acuerdo que el fiscal me había hecho llegar. Si Menéndez se declaraba culpable del asesinato le conseguiría una cadena perpetua con la posibilidad de condicional. Le dije que saldría en quince años. Le aseguré que era el único camino.
Fue una discusión entre lágrimas. Ambos hermanos lloraron y me imploraron que encontrara otro camino. Jesús insistió en que no había matado a Martha Rentería. Dijo que había mentido a los detectives para proteger a Fernando, que le había dado el dinero procedente de un buen mes de vender heroína cortada. Jesús pensó que revelar la generosidad de su hermano habría conducido a otra investigación de Fernando y a su posible detención.
Los hermanos me instaron a investigar el caso. Jesús me dijo que Rentería había tenido otros interesados esa noche en The Cobra Room. La razón de que le pagara tanto dinero era porque había rechazado otra oferta por sus servicios.
Por último, Jesús me dijo que era cierto que había arrojado una navaja al río, pero que lo había hecho porque estaba asustado. No era el arma homicida. Era sólo una navaja que usaba en trabajos de un día que cogía en Pacoima. Se parecía a la que estaban describiendo en el canal hispano y se deshizo de ella antes de acudir a la policía para aclarar las cosas.
Yo escuché y luego les dije que ninguna de sus explicaciones importaba. Lo único que importaba era el ADN. Jesús tenía elección. Podía cumplir quince años, o bien ir a juicio y arriesgarse a la pena de muerte o a la cadena perpetua sin posibilidad de condicional. Le recordé a Jesús que era un hombre joven. Podía salir a los cuarenta. Todavía podría disfrutar de una nueva vida.
Cuando salí de la reunión en el calabozo, contaba con el consentimiento de Jesús Menéndez para cerrar el trato. Sólo lo vi una vez más después de eso. En su vista para el acuerdo y sentencia, cuando me puse a su lado delante del juez y lo preparé para la declaración de culpabilidad. Fue enviado a Pelican Bay inicialmente y después a San Quintín. Había oído a través de radio macuto que habían vuelto a detener a su hermano, esta vez por consumir heroína. Pero no me llamó. Fue con un abogado diferente y a mí no me costó mucho imaginar el porqué.
En el suelo del almacén abrí el informe de la autopsia de Martha Rentería. Estaba buscando dos cosas específicas que probablemente nadie había mirado de cerca antes. El caso estaba cerrado. Nadie se preocupaba más por ese archivo.
La primera parte del informe trataba de las cincuenta y tres puñaladas asestadas a Rentería durante la agresión sufrida en su cama. Debajo de la cabecera «perfil de las heridas», el arma desconocida era descrita como una hoja no más larga de doce centímetros y no más ancha de dos. Su grosor se situaba alrededor de tres milímetros. También se hacía notar en el informe que la existencia de piel desgarrada en la parte superior de las heridas de la víctima indicaba que la parte superior de la hoja tenía una línea irregular, a saber, que estaba diseñada como un arma que podría infligir daño tanto al entrar como al salir. La escasa longitud de la hoja apuntaba que el arma podía ser una navaja plegable.
Había un torpe dibujo en el informe que describía la silueta de la hoja sin el mango. Me parecía familiar. Puse el maletín en el suelo de donde lo había dejado y lo abrí. Saqué de la carpeta de hallazgos la foto de la navaja plegable en cuyo filo Louis Roulet había hecho grabar sus iniciales. Comparé la hoja con la silueta dibujada en la página del informe de la autopsia. No era una coincidencia exacta, pero se parecía mucho.
Saqué a continuación el informe del análisis del arma recuperada y leí el mismo párrafo que había leído durante la reunión en la oficina de Roulet el día anterior. La navaja era descrita como una Black Ninja plegable hecha por encargo con una hoja que medía doce centímetros, tenía una anchura de dos centímetros y tres milímetros de grosor: las mismas medidas que el arma desconocida utilizada para matar a Martha Rentería. La navaja que Jesús Menéndez supuestamente lanzó al río Los Ángeles.
Sabía que una navaja de doce centímetros no era única. Nada era concluyente, pero mi instinto me decía que me estaba moviendo hacia algo. Traté de no dejar que el ardor que me subía por mi pecho y la garganta me distrajera. Traté de seguir enfocado. Seguí adelante. Necesitaba comprobar una herida específica, pero no quería mirar las fotos contenidas en la parte de atrás de la carpeta, las fotos que fríamente documentaban el horriblemente violado cuerpo de Martha Rentería. Busqué la página que describía los perfiles corporales genéricos, el anterior y el posterior. Uno de los médicos forenses había marcado las heridas y las había numerado. Sólo se había usado el perfil frontal. Puntos y números del 1 al 53. Parecía un macabro pasatiempo de conectar los puntos y no tenía dudas de que Kurlen, o algún otro de los detectives que buscaban algo en los días anteriores a la detención de Menéndez, los habría conectado, esperando que el asesino hubiera dejado sus iniciales o algún tipo de estrambótica pista.
Estudié el perfil del cuello y vi dos puntos en ambos lados. Llevaban los números 1 y 2. Volví la página y miré la lista de descripciones de las heridas individuales.
La descripción de la herida número 1 decía: «Punción superficial en la parte inferior derecha del cuello con niveles de histamina ante mórtem, indicativa de herida coercitiva.»
La descripción de la herida número 2 decía: «Punción superficial en la parte inferior izquierda del cuello con niveles de histamina ante mórtem, indicativa de herida coercitiva. Esta punción mide 1 cm, es más grande que la herida número 1.»
Las descripciones significaban que las heridas habían sido infligidas cuando Martha Rentería continuaba con vida. Y probablemente por eso habían sido las primeras heridas enumeradas y descritas. El forense había sugerido que probablemente esas heridas eran resultado de un cuchillo sostenido contra el cuello de la víctima a modo de coerción. Era el método de controlarla del asesino.
Me centré de nuevo en el archivo de hallazgos del caso Campo. Saqué las fotografías de Reggie Campo y el informe de su examen físico en el Holy Cross Medical Center. Campo presentaba una pequeña herida de punción en la parte inferior izquierda del cuello y ninguna herida en el lado derecho. Después examiné su declaración ante la policía hasta que encontré la parte en la que describía cómo la hirieron. Ella declaró que su agresor la levantó del suelo para llevarla a la sala de estar y le dijo que lo llevara al dormitorio. La controló desde atrás agarrando el tirante de su sujetador en su espalda con la mano derecha y sosteniendo la punta de la navaja en el lado izquierdo de su cuello con su mano izquierda. Al sentir que el agresor descansaba momentáneamente la muñeca en su hombro, Campo pasó a la acción, pivotando de repente y empujándolo hacia atrás. Consiguió derribar a su agresor sobre un gran jarrón que había en el suelo, y huyó a continuación.