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– Aja. Siguió el coche de ella con el suyo. Llegó allí, tuvieron relaciones, tiró el condón al inodoro, se limpió la polla en la toalla y se fue a casa. La historia empieza después de que él se fuera.

– El verdadero asesino.

– El verdadero asesino llama a la puerta, quizás hace ver que es Jesús y que ha olvidado algo. Ella le abre la puerta. O quizás era una cita. Ella estaba esperando la llamada y le abrió la puerta.

– ¿El tipo del club? El que competía con Menéndez.

Asentí.

– Exactamente. Él llega, la golpea varias veces para asustarla y luego saca la navaja y se la pone en el cuello mientras la lleva a su habitación. ¿Te suena familiar? Sólo que ella no tiene la suerte que tendría Reggie Campo dos años después. Él la tumba en la cama, se pone un condón y se sube encima. Ahora la navaja está en el otro lado del cuello y la mantiene allí mientras la viola. Y cuando termina la mata. La apuñala con esa navaja una y otra vez. Es un caso de ensañamiento como hay pocos. Está elaborando algo en su puta mente enferma mientras lo hace.

Llegó mi segundo martini y yo lo cogí directamente de la mano de la camarera y me bebí la mitad de un trago. Ella preguntó si habíamos terminado con las ensaladas y ambos las devolvimos sin haberlas tocado.

– Los bistecs ya salen -dijo-. ¿O prefieren que los tire a la basura directamente y se ahorran tiempo?

La miré. Ella estaba sonriendo, pero yo estaba tan absorto en la historia que estaba contando que me había perdido sus palabras.

– No importa -dijo ella-. Ya salen.

Yo retomé la historia. Levin no dijo nada.

– Después de que ella está muerta, el asesino limpia. Se toma su tiempo porque ¿qué prisa hay? Ella no va a ir a ninguna parte ni va a llamar a nadie. Limpia el apartamento para ocuparse de cualquier huella dactilar que pudiera haber dejado. Y al hacerlo limpia las de Menéndez. Esto tendrá mal aspecto para Menéndez cuando después acuda a la policía para explicar que él es el tipo del retrato robot, pero que no mató a Martha. Lo mirarán y dirán: «Entonces, ¿por qué llevó guantes cuando estuvo allí?»

Levin negó con la cabeza.

– Oh, tío, si esto es verdad…

– Pierde cuidado, es verdad. Menéndez consigue un abogado que una vez hizo un buen trabajo para su hermano, pero su abogado no iba a ver a un hombre inocente aunque le diera una patada en las pelotas. El abogado ni siquiera pregunta al chico si lo hizo. Supone que lo hizo, porque su puto ADN está en la toalla y hay testigos que lo vieron deshacerse de la navaja. El abogado se pone a trabajar y consigue el mejor acuerdo que podía conseguir. En realidad se siente muy satisfecho al respecto, porque sabe que mantendrá a Menéndez fuera del corredor de la muerte y algún día tendrá la posibilidad de salir en libertad condicional. Así que acude a Menéndez y da el golpe de mazo. Le hace que acepte el trato y que se presente ante el tribunal y diga «culpable». Jesús va entonces a prisión y todo el mundo contento. La fiscalía está satisfecha porque ahorra el dinero del juicio y la familia de Martha Rentería está contenta porque no ha de enfrentarse a un juicio con todas esas fotos de las autopsias e historias de su hija bailando desnuda y acostándose con hombres por dinero. Y el abogado contento porque sale en la tele con el caso al menos seis veces, y además mantiene a otro cliente fuera del corredor de la muerte.

Me tragué el resto del martini y miré a mi alrededor en busca de nuestra camarera. Quería otro.

– Jesús Menéndez fue a prisión siendo un hombre joven. Acabo de verlo y tiene veintiséis con pinta de cuarenta. Es un tipo pequeño. Ya sabes lo que les pasa a los pequeños allí arriba.

Estaba mirando fijamente la superficie vacía de la mesa cuando me sirvieron un bistec chisporroteante y una patata hervida. Levanté la mirada a la camarera y le pedí que me trajera otro martini. No dije por favor.

– Más vale que te calmes -dijo Levin después de que ella se hubo ido-. Probablemente no hay un solo poli en este condado que no esté deseando detenerte por conducir borracho, llevarte al calabozo y meterte la linterna por el culo.

– Lo sé, lo sé. Será el último. Y si es demasiado no conduciré. Siempre hay taxis aquí delante.

Decidiendo que la comida podría ayudarme, corté el bistec y me comí un bocado. Después aparté la servilleta que envolvía el pan de queso y ajo y arranqué un trozo, pero ya no estaba caliente. Lo dejé en el plato y puse el tenedor encima.

– Mira, sé que te estás machacando con esto, pero estás olvidando algo -dijo Levin.

– ¿Sí? ¿Qué?

– Su riesgo. Se enfrentaba a la aguja, tío, y el caso estaba perdido. No lo trabajé para ti porque no había nada que trabajar. Lo tenían y tú lo salvaste de la aguja. Es tu trabajo y lo hiciste bien. Así que ahora crees que sabes lo que de verdad ocurrió. No puedes machacarte por no haberlo sabido entonces.

Levanté la mano para pedirle que parara.

– El tipo era inocente. Tendría que haberlo visto. Tendría que haber hecho algo al respecto. En cambio, sólo hice lo habitual y fui pasando fases con los ojos cerrados.

– Mentira.

– No, no es mentira.

– Vale, vuelve a la historia. ¿Quién era el segundo tipo que llamó a su puerta?

Abrí el maletín que tenía al lado y busqué en él.

– He ido hoy a San Quintín y le he enseñado a Menéndez seis fotos. Todo fotos de fichas policiales de mis clientes. Casi todo antiguos clientes. Menéndez eligió una en menos de diez segundos.

Tiré la foto de ficha policial de Louis Roulet en la mesa. Aterrizó boca abajo. Levin la levantó y la miró unos segundos, luego volvió a ponerla boca abajo en la mesa.

– Deja que te enseñe otra cosa -dije.

Volví a meter la mano en el maletín y saqué las dos fotografías plegadas de Martha Rentería y Reggie Campo. Miré a mi alrededor para asegurarme de que la camarera no iba a traerme mi martini justo entonces y se las pasé a Levin a través de la mesa.

– Es como un puzzle -dije-. Júntalas y verás.

Levin formó una cara con las dos mitades y asintió como si comprendiera el significado. El asesino -Roulet- se concentraba en mujeres que encajaban en un modelo o perfil que él deseaba. A continuación le enseñé el esbozo del cuchillo dibujado por el forense de la autopsia de Rentería y le leí la descripción de las dos heridas coercitivas halladas en su cuello.

– ¿Sabes el vídeo que sacaste del bar? -pregunté-. Lo que muestra es a un asesino en acción. Igual que tú, él ve que el señor X es zurdo. Cuando ataca a Reggie Campo la golpea con la izquierda y luego empuña la navaja con la izquierda. Este tipo sabe lo que está haciendo. Ve una oportunidad y la aprovecha. Reggie Campo es la mujer más afortunada del mundo.

– ¿Crees que hay más? Más asesinatos, quiero decir.

– Quizás. Eso es lo que quiero que investigues. Comprueba todos los asesinatos de mujeres con arma blanca de los últimos años. Después consigue fotos de las víctimas y mira si encajan en el perfil físico. Y no mires sólo casos sin resolver. Martha Rentería supuestamente estaba entre los casos cerrados.

Levin se inclinó hacia delante.

– Mira, tío, no voy a echar una red sobre esto tan bien como puede hacerlo la policía. Has de meter a los polis en esto. O acude al FBI. Ellos tienen especialistas en asesinos en serie.

Negué con la cabeza.

– No puedo. Es mi cliente.

– Menéndez también es tu cliente, y tienes que sacarlo.

– Estoy trabajando en eso. Y por eso quiero que hagas esto por mí, Mish.

Ambos sabíamos que lo llamaba Mish cuando necesitaba algo que cruzaba la frontera de nuestra relación profesional y llegaba al terreno de la amistad subyacente.

– ¿Y un francotirador? -dijo Levin-. Eso solucionaría tus problemas.

Asentí, sabiendo que hablaba en broma.

– Sí, eso funcionaría -dije-. También haría del mundo un lugar mejor, pero probablemente no liberaría a Menéndez.