No conocía todas las respuestas, pero sabía que la única razón de que Roulet estuviera esperándome en mi casa era que sabía lo que yo sabía.
– ¿Qué quiere en realidad, Louis? ¿Está intentando asustarme?
– No, no, soy yo el que debería estar asustado. Supongo que tiene algún tipo de arma a su espalda. ¿Qué es, una pistola?
Agarré el cuchillo con más fuerza, pero no se lo mostré.
– ¿Qué quiere? -repetí.
– Quiero hacerle una oferta. No sobre la casa. Sobre sus servicios.
– Ya tiene mis servicios.
Él se meció en la silla antes de responder. Yo examiné el escritorio, comprobando si faltaba algo. Me fijé en que había usado como cenicero un platito de arcilla que había hecho mi hija. Se suponía que era para clips de papeles.
– Estaba pensando en sus honorarios y en las dificultades que presenta el caso -dijo-. Francamente, Mick, creo que cobra poco. Así que quiero proponerle un nuevo plan de pago. Le pagaré la suma ya acordada antes y se la pagaré por completo antes de que empiece el juicio. Pero ahora voy a añadir una prima por actuación. Cuando un jurado me declare inocente de este horrible crimen, su minuta automáticamente se doblará. Le extenderé el cheque en su Lincoln cuando salgamos del juzgado.
– Eso está muy bien, Louis, pero la judicatura de California prohíbe que los abogados acepten primas en función de los resultados. No podría aceptarlo. Es más que generoso, pero no puedo.
– Pero la judicatura de California no está aquí, Mick. Y no hemos de tratarlo como una prima por actuación. Es sólo parte del programa de tarifas. Porque, después de todo, tendrá éxito en mi defensa, ¿no?
Me miró con intensidad y yo interpreté la amenaza.
– No hay garantías en un tribunal. Las cosas siempre pueden ir mal. Pero todavía pienso que pinta bien.
El rostro de Roulet lentamente se rompió en una sonrisa.
– ¿Qué puedo hacer para que pinte todavía mejor?
Pensé en Reggie Campo. Todavía con vida y dispuesta para ir a juicio. No tenía ni idea de contra quién iba a testificar.
– Nada -respondí-. Sólo quédese tranquilo y espere. No tenga ideas. No haga nada. La defensa está cuajando y todo saldrá bien.
No respondió. Quería separarlo de las ideas acerca de la amenaza que representaba Reggie Campo.
– Aunque ha surgido una cosa -dije.
– ¿En serio? ¿Qué?
– No dispongo de los detalles. Lo que sé, lo sé sólo por una fuente que no puede decirme nada más. Pero parece que la oficina del fiscal tiene un soplo de calabozo. No habló con nadie del caso cuando estuvo allí, ¿no? Recuerde que le dije que no hablara con nadie.
– Y no lo hice. Tengan a quien tengan es un mentiroso.
– La mayoría lo son. Sólo quería estar seguro. Me ocupare de él si sube al estrado.
– Bien.
– Otra cosa. ¿Ha hablado con su madre acerca de declarar sobre la agresión en la casa vacía? Necesitamos montar una defensa para el hecho de que llevara la navaja.
Roulet frunció los labios, pero no respondió.
– Tiene que convencerla -dije-. Podría ser muy importante establecer eso sólidamente ante el jurado. Además, podría atraer simpatía hacia usted.
Roulet asintió. Vio la luz.
– ¿Puede hacer el favor de pedírselo? -pregunté.
– Lo haré. Pero ella será dura. Nunca lo denunció. Nunca se lo dijo a nadie más que a Cecil.
– Necesitamos que testifique y luego puede que llamemos a Cecil para que la respalde. No es tan bueno como una denuncia ante la policía, pero servirá. La necesitamos, Louis. Creo que si testifica puede convencerlos. A los jurados les encantan las señoras mayores.
– Vale.
– ¿Alguna vez le dijo qué aspecto tenía el tipo o su edad o algún otro dato?
Roulet negó con la cabeza.
– No podía decirlo. Llevaba pasamontañas y gafas. Saltó sobre mi madre en cuanto ella entró. Estaba escondido detrás. Fue muy rápido y muy brutal.
Su voz tembló al describirlo. Me quedé desconcertado.
– Pensé que había dicho que el agresor era un posible comprador con el que ella debía encontrarse -dije-. ¿Ya estaba en la casa?
Levantó la cabeza y me miró a los ojos.
– Sí. De algún modo ya había entrado y la estaba esperando. Fue terrible.
Asentí. No quería seguir por el momento. Quería que se fuera de mi casa.
– Escuche, gracias por su oferta, Louis. Ahora, si me disculpa, quiero ir a acostarme. Ha sido un día muy largo.
Hice un gesto con mi mano libre hacia el pasillo que conducía a la puerta de la casa. Roulet se levantó de la silla del escritorio y vino hacia mí. Yo retrocedí en el pasillo y me metí por la puerta abierta de mi dormitorio. Mantuve el cuchillo a mi espalda y preparado. Pero Roulet pasó a mi lado sin causar ningún incidente.
– Y mañana tiene que entretener a su hija -dijo.
Eso me dejó helado. Había escuchado la llamada de Maggie. Yo no dije nada. Él sí.
– No sabía que tenía una hija, Mick. Ha de ser bonito. -Me miró, sonriendo mientras avanzaba por el pasillo-. Es muy guapa.
Mi inercia se convirtió en impulso. Salí al pasillo y empecé a seguirle, con la rabia subiendo con cada paso. Empuñé el cuchillo con fuerza.
– ¿Cómo sabe qué aspecto tiene? -pregunté.
Él se detuvo y yo me detuve. Él miró el cuchillo que tenía en la mano y luego me miró a la cara. Habló con calma.
– Tiene su foto en el escritorio.
Había olvidado la foto. Un pequeño retrato enmarcado en el que mi hija aparecía en el interior de una taza de té en Disneylandia.
– Ah-dije.
Roulet sonrió, sabiendo lo que había estado pensando.
– Buenas noches, Mick. Disfrute de su hija mañana. Probablemente no la ve lo suficiente.
Se volvió, cruzó la sala de estar y abrió la puerta. Finalmente me volvió a mirar antes de salir.
– Lo que necesita es un buen abogado -dijo-. Uno que le consiga la custodia.
– No. Ella está mejor con su madre.
– Buenas noches, Mick. Gracias por la charla.
– Buenas noches, Louis.
Me adelanté y cerré la puerta.
– Bonita vista -dijo desde el porche delantero.
– Sí-dije al cerrar la puerta con llave.
Me quedé allí, con la mano en el pomo, esperando oír sus pasos por los escalones y hacia la calle, pero al cabo de unos segundos llamó a la puerta. Cerré los ojos, mantuve el cuchillo preparado y abrí. Roulet estiró la mano. Yo retrocedí un paso.
– Su llave -dijo-. Creo que debería tenerla.
Cogí la llave de su palma extendida.
– Gracias.
– No hay de qué.
Cerré la puerta y pasé la llave otra vez.
22
Martes, 12 de abril
El día empezó mejor de lo que un abogado defensor podía soñar. No tenía que ir a ningún tribunal ni reunirme con ningún cliente. Dormí hasta tarde, pasé la mañana leyendo el periódico de punta a cabo y tenía una entrada para el partido inaugural de la temporada de béisbol de los Dodgers de Los Ángeles. Era un partido diurno y entre los abogados defensores era una tradición acudir. Mi entrada me la había regalado Raúl Levin, que iba a llevar a cinco de los abogados defensores para los que trabajaba al partido como forma de agradecimiento por su relación laboral. Estaba seguro de que los demás se quejarían y refunfuñarían antes del encuentro por la forma en que yo estaba monopolizando a Levin mientras me preparaba para el juicio de Roulet. Pero no iba a permitir que eso me molestara.
Estábamos en el periodo de aparente calma antes del juicio, cuando la máquina se mueve con un impulso constante y tranquilo. El proceso de Louis Roulet debía comenzar al cabo de un mes. A medida que se acercaba, yo iba aceptando cada vez menos clientes. Necesitaba tiempo para preparar la estrategia. Aunque faltaban semanas para el juicio, éste se ganaría o se perdería en función de la información recopilada ahora. Necesitaba mantener la agenda limpia por ese motivo. Sólo aceptaba casos de clientes anteriores, y sólo si tenían el dinero listo y pagaban por adelantado.