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La última cosa a considerar era la interrupción del ladrido del perro, y eso era fácil. Había estado antes en casa de Levin y sabía que el perro tenía un ladrido agudo. Siempre que había ido a la casa, había oído que el perro empezaba a ladrar antes de que llamara a la puerta. Los ladridos en el fondo del mensaje y la forma precipitada en que Levin puso fin a la llamada me decían que alguien estaba llamando a su puerta. Tenía un visitante, y muy bien podría haber sido su asesino.

Pensé en ello un momento y concluí que la hora de la llamada era algo que en conciencia no podía ocultarle a la policía. El contenido del mensaje plantearía preguntas que tendría dificultades en responder, pero eso se veía superado por el valor de la hora de la llamada. Fui al dormitorio y busqué en los téjanos que había llevado el día anterior durante el partido. En uno de los bolsillos de atrás encontré el resguardo de la entrada y las tarjetas que Lankford y Sobel me habían dado al final de mi visita a la casa de Levin.

Cogí la tarjeta de visita de Sobel y me fijé en que sólo decía en ella «Detective Sobel». Sin nombre. Me pregunté por el motivo al hacer la llamada. Quizás era como yo y tenía dos tarjetas distintas en bolsillos alternos. Una con su nombre completo y la otra con un nombre más formal.

Respondió a la llamada de inmediato y traté de ver qué podía sacarle antes de darle yo mi información.

– ¿Alguna novedad en la investigación? -pregunté.

– No mucho. No mucho que pueda compartir con usted. Estamos organizando las pruebas aquí. Tenemos algo de balística y…

– ¿Ya han hecho la autopsia? -dije-. Qué rápido.

– No, la autopsia no la harán hasta mañana.

– Entonces ¿cómo tienen balística?

Sobel no respondió, pero lo adiviné.

– Han encontrado un casquillo. Lo mataron con una automática que escupe el casquillo.

– Es usted bueno, señor Haller. Sí, encontramos un casquillo.

– He trabajado en muchos juicios. Y llámeme Mickey. Es curioso, el asesino desvalijó el sitio, pero no recogió el casquillo.

– Quizá fue porque rodó por el suelo y cayó en un conducto de la ventilación. El asesino habría necesitado un destornillador y un montón de tiempo.

Asentí. Era un golpe de fortuna. No podía contar las veces que clientes míos habían sido condenados porque los polis habían tenido un golpe de fortuna. Y también un montón de clientes que salieron en libertad porque tuvieron ellos el golpe de suerte. Al final todo se equilibraba.

– Entonces, ¿su compañero tenía razón en que era una veintidós?

Sobel hizo una pausa antes de responder, decidiendo si iba a traspasar algún tipo de umbral al revelar información relativa al caso a mí, una parte implicada en el caso pero también el enemigo, nada menos que un abogado defensor.

– Tenía razón. Y gracias a las marcas en el cartucho, sabemos la pistola exacta que estamos buscando.

Sabía, por interrogar a expertos en balística y armas de fuego en juicios celebrados a lo largo de los años, que las marcas dejadas en los casquillos al disparar podían identificar el arma incluso sin tener el arma en la mano. Con una automática, las piezas de choque y eyección dejaban marcas singulares en el casquillo en la fracción de segundo en que el arma se disparaba. Analizar el conjunto de las huellas de rozadura podía conducir a una marca y modelo específico e identificar el arma.

– Resulta que el señor Levin poseía una veintidós -dijo Sobel-. Pero la encontramos en un armario de seguridad en la casa y no es una Woodsman. La única cosa que no hemos encontrado es su teléfono móvil. Sabemos que tenía uno, pero…

– Estaba llamándome desde el móvil justo antes de que lo mataran.

Hubo un momento de silencio.

– Ayer nos dijo que la última vez que le habló fue el viernes por la noche.

– Exacto. Pero por eso la he llamado. Raúl me telefoneó ayer por la mañana a las once y siete minutos y me dejó un mensaje. No lo he escuchado hasta hoy porque después de dejarles ayer me fui a emborrachar. Luego me fui a dormir y no me he dado cuenta de que tenía un mensaje hasta ahora mismo. Llamó para informarme de uno de los casos en que estaba trabajando para mí un poco en segundo plano. Es una apelación de un cliente que está en prisión. Una cosa sin prisa. En cualquier caso, el contenido del mensaje no es importante, pero la llamada ayuda con el tiempo. Y escuche esto, cuando él está dejando el mensaje, se oye al perro que empieza a ladrar. Siempre lo hacía cuando alguien se acercaba a la puerta. Lo sé porque había estado allí antes y el perro siempre ladraba.

Otra vez ella me golpeó con un poco de silencio antes de responder.

– Hay una cosa que no entiendo, señor Haller.

– ¿Qué?

– Ayer nos dijo que estuvo en casa hasta alrededor del mediodía, antes de irse al partido. Y ahora dice que el señor Levin le dejó un mensaje a las once y siete. ¿Por qué no contestó el teléfono?

– Porque estaba al teléfono cuando él llamó. Puede comprobar mis registros, verá que tengo una llamada de la directora de mi oficina, Lorna Taylor. Estaba hablando con ella cuando llamó Raúl. No lo supe porque no tengo llamada en espera. Y por supuesto él pensó que ya había salido hacia el estadio, así que simplemente dejó el mensaje.

– Muy bien, lo entiendo. Probablemente le pediremos su permiso por escrito para acceder a esos registros.

– No hay problema.

– ¿Dónde está usted ahora?

– En casa.

Le di la dirección y ella dijo que iba a venir con su compañero.

– Dense prisa. He de salir a un tribunal en aproximadamente una hora.

– Vamos ahora mismo.

Cerré el teléfono con intranquilidad. Había defendido a una docena de asesinos a lo largo de los años, y eso me había puesto en contacto con investigadores de homicidios. Pero nunca me habían cuestionado a mí acerca de un asesinato. Lankford y Sobel parecían sospechar de todas las respuestas que les daba. Me hizo preguntarme qué sabían ellos que yo no supiera.

Ordené las cosas en el escritorio y cerré mi maletín. No quería que vieran nada que yo no quisiera que vieran. Luego caminé por mi casa y comprobé todas las habitaciones. Mi última parada fue en el dormitorio. Hice la cama y volví a poner la caja del cede de Wreckrium for Lil'Demon en el cajón de la mesilla de noche. Y entonces lo entendí. Me senté en la cama mientras recordaba algo que me había dicho Sobel. Se le había escapado algo y al principio se me había pasado por alto. Había dicho que habían encontrado la pistola del calibre 22 de Raúl Levin pero que no era el arma homicida. Ella dijo que no era una Woodsman.

Inadvertidamente Sobel me había revelado la marca y el modelo del arma homicida. Sabía que la Woodsman era una pistola automática fabricada por Colt. Lo sabía porque yo poseía una Colt Woodsman Sport Model. Me la había dejado en herencia mi padre muchos años antes. Al morir. Una vez que fui lo bastante mayor para manejarla no la había sacado nunca de su caja de madera.

Me levanté de la cama y fui al vestidor. Avancé como si estuviera entre una niebla espesa. Mis pasos eran vacilantes. Estiré la mano a la pared y luego al marco de la puerta, como si necesitara apoyarme. La caja pulida estaba en el estante en el que se suponía que debía estar. Estiré ambos brazos para bajarla y salí al dormitorio.

Puse la caja en la cama y abrí el pestillo de latón. Levanté la tapa y retiré el trapo aceitado.

La pistola no estaba.

Segunda parte. UN MUNDO SIN VERDAD

27

Lunes, 23 de mayo

El cheque de Roulet tenía fondos. El primer día del juicio yo tenía más dinero en mi cuenta bancaria que jamás en mi vida. Si quería, podía olvidarme de las paradas de autobús y alquilar vallas publicitarias. También podía anunciarme en la contracubierta de las páginas amarillas en lugar de en la media página que tenía en su interior. Podía costeármelo. Finalmente tenía un caso filón que había dado beneficios. En términos pecuniarios, claro. La pérdida de Raúl Levin siempre haría de ese filón una propuesta perdedora.