– Oirán el testimonio de la propia víctima acerca de que su estilo de vida era uno que no aprobaríamos -dijo Minton a los miembros del jurado-. El resumen es que estaba vendiendo sexo a hombres a los que invitaba a su casa. Pero quiero que recuerden que este juicio no trata de lo que la víctima de este caso hacía para ganarse la vida. Cualquiera puede ser víctima de un crimen violento. Cualquiera. No importa lo que haga uno para ganarse la vida, la ley no permite que se le golpee, que se le amenace a punta de cuchillo o que se le haga temer por su vida. No importa lo que uno haga para ganar dinero. Disfruta de las mismas protecciones que todos nosotros.
Estaba muy claro que Minton no quería usar las palabras «prostitución» o «prostituta» por miedo a que eso dañara su tesis. Anoté la palabra en un bloc que me llevaría al estrado cuando hiciera mi declaración. Planeaba corregir las omisiones de la acusación.
Minton ofreció una visión general de las pruebas. Habló de la navaja con las iniciales del acusado grabadas en el filo. Habló de la sangre que se encontró en su mano izquierda. Y advirtió a los miembros del jurado que no se dejaran engañar por los intentos de la defensa de confundir las pruebas.
– Es un caso muy claro y sencillo -dijo para concluir-. Tienen a un hombre que agredió a una mujer en su casa. Su plan era violarla y luego matarla. Sólo por la gracia de Dios estará ella aquí para contarles la historia.
Dicho esto, Minton agradeció al jurado su atención y ocupó su lugar en la mesa de la acusación. La jueza Fullbright miró su reloj y luego me miró a mí. Eran las 11.40, y probablemente estaba sopesando si decretar un receso o permitirme proceder con mi exposición de apertura. Una de las principales tareas de un juez durante un proceso es el control del jurado. Es responsabilidad del magistrado asegurarse de que el jurado se siente cómodo y atento. Normalmente la solución consiste en hacer muchas pausas, cortas y largas.
Conocía a Connie Fullbright desde hacía al menos doce años, desde mucho antes de que fuera jueza. Había sido tanto fiscal como abogada defensora, de manera que conocía ambas caras de la moneda. Aparte de su exagerada disposición a las multas por desacato, era una jueza buena y justa… hasta que llegaba la hora de la sentencia. Ibas al tribunal de Fullbright sabiendo que estabas al mismo nivel que la fiscalía. Pero si un jurado condenaba a tu cliente, tenías que prepararte para lo peor. Fullbright era uno de los jueces que imponía sentencias más duras en el condado. Era como si te estuviera castigando a ti y a tu cliente por hacerle perder el tiempo con un juicio. Si había margen de maniobra en la sentencia, ella siempre iba al máximo, tanto si se trataba de prisión como si se trataba de condicional.
– Señor Haller -dijo-. ¿Piensa reservar su exposición?
– No, señoría, pero creo que voy a ser muy rápido.
– Muy bien -dijo la jueza-. Entonces le escucharemos y luego iremos a comer.
La verdad era que no sabía cuánto tiempo iba a extenderme. Minton había utilizado cuarenta minutos, y sabía que yo estaría próximo a ese tiempo. No obstante, le había dicho a la jueza que sería rápido sencillamente porque no me gustaba la idea de que el jurado se fuera a almorzar sólo con la parte del fiscal de la historia. Quería que tuvieran algo más en que pensar mientras se comían sus hamburguesas y sus ensaladas de atún.
Me levanté y me acerqué al estrado situado entre las mesas de la defensa y de la acusación. La sala era uno de los espacios recientemente rehabilitados en el viejo tribunal. Tenía dos tribunas idénticas para el jurado a ambos lados del banco del magistrado. La puerta que daba al despacho del juez estaba casi oculta en la pared, con sus líneas camufladas entre las líneas y los nudos de la madera. El pomo era lo único que la delataba.
Fullbright dirigía sus juicios como un juez federal. Los abogados no estaban autorizados a acercarse a los testigos sin su permiso y nunca les permitía aproximarse a la tribuna del jurado. Sólo podían hablar desde el estrado.
De pie en el estrado, tenía la tribuna del jurado a mi derecha y estaba más cerca de la mesa de la fiscalía que de la destinada al equipo de la defensa. Para mí estaba bien. No quería que vieran de cerca a Roulet. Quería que mi cliente les resultara un poco misterioso.
– Damas y caballeros del jurado -empecé-, me llamo Michael Haller y represento al señor Roulet en este juicio. Me alegro de decirles que este juicio será probablemente un juicio rápido. Sólo les robaremos unos pocos días más de su tiempo. Al final, probablemente se darán cuenta de que hemos tardado más tiempo en elegirles del que se tardará en presentar ambas caras del caso. El fiscal, el señor Minton, ha empleado su tiempo esta mañana hablándoles de lo que cree que significan todas las pruebas y quién es realmente el señor Roulet. Yo les aconsejaré que se sienten, escuchen las pruebas y dejen que su sentido común les diga lo que significa todo ello y quién es el señor Roulet.
Fui paseando mi mirada de un miembro del jurado a otro. Apenas miré el bloc de notas que había puesto en el atril. Quería que pensaran que estaba simplemente charlando con ellos.
– Normalmente, lo que me gusta hacer es reservar mi exposición inicial. En un caso penal, la defensa tiene la opción de realizar su exposición inicial al principio del juicio, como acaba de hacer el señor Minton, o justo antes de presentar la tesis de la defensa. Por lo general, me inclino por la segunda opción. Espero y hago mi exposición antes de que desfilen todos los testigos y las pruebas de la defensa. Sin embargo, este juicio es diferente. Es diferente porque el turno de la acusación también va a ser el turno de la defensa. Sin duda oirán a varios testimonios de la defensa, pero el corazón y el alma de este juicio serán las pruebas y testigos de la acusación y cómo decidan ustedes interpretarlas. Les garantizo que emergerá una versión de los hechos y las pruebas muy diferente de la que el señor Minton acaba de exponer en esta sala. Y cuando llegue el momento de presentar la tesis de la defensa, probablemente no será necesario.
Miré a la encargada del marcador y vi que su lápiz corría por la página del cuaderno.
– Creo que lo que van a descubrir aquí esta semana es que todo este juicio se reducirá a las acciones y motivaciones de una persona. Una prostituta que vio a un hombre con signos externos de riqueza y lo eligió como objetivo. Las pruebas lo mostrarán con claridad e incluso quedará revelado por los propios testimonios de la acusación.
Minton se levantó y protestó, argumentando que me estaba extralimitando al verter sobre la principal testigo de la defensa acusaciones infundadas. No había base legal para la protesta. Sólo era un intento propio de un aficionado de enviar un mensaje al jurado. La jueza respondió llamándonos a un aparte.
Nos acercamos a un lado del banco y Fullbright pulsó el botón de un neutralizador de sonido que enviaba ruido blanco desde un altavoz situado en el banco hacia la tribuna del jurado, impidiendo de esta manera que los doce oyeran lo que se susurraba en el aparte. La jueza fue rápida con Minton, como un asesino.
– Señor Minton, sé que es usted nuevo en los juicios penales, así que ya veo que tendré que enseñarle sobre la marcha. Pero no proteste nunca durante una exposición inicial en mi sala. El abogado no está presentando pruebas. No me importa que diga que su propia madre es la testigo de coartada del acusado, usted no protesta delante de mi jurado.
– Seño…
– Es todo. Retírense.
La jueza Fullbright hizo rodar el sillón hasta el centro de la mesa y apagó el ruido blanco. Minton y yo regresamos a nuestras posiciones sin decir una palabra más.
– Protesta denegada -dijo la jueza-. Continúe, señor Haller, y permítame recordarle que ha dicho que sería breve.
– Gracias, señoría. Sigue siendo mi plan.
Consulté mis notas y volví a mirar al jurado. Sabiendo que Minton había sido intimidado por la jueza para que guardara silencio, decidí elevar un punto la retórica, dejar las notas e ir directamente a la conclusión.