– Ella no lo dijo así.
– Pero ha declarado que le dijo que no lo conocía, ¿es así?
– Es correcto. Así es cómo lo dijo. Dijo: «No sé quién es.»
– ¿Y usted puso eso en su informe?
– Sí, lo hice.
Presenté el informe de la agente de patrulla como prueba de la defensa y pedí a Maxwell que leyera fragmentos de éste al jurado. Estas partes se referían a lo que Campo había dicho de que la agresión no había sido provocada y que la sufrió a manos de un desconocido.
– «La víctima no conoce al hombre que la agredió y no sabe por qué fue atacada» -leyó la agente de su propio informe.
El compañero de Maxwell, John Santos, fue el siguiente en testificar. Explicó a los miembros del jurado que Campo lo dirigió a su apartamento, donde encontró a un hombre en el suelo, junto a la entrada. El hombre estaba aturdido y los dos vecinos de Campo, Edward Turner y Ronald Atkins, lo retenían en el suelo. Un hombre estaba a horcajadas sobre el pecho del acusado y el otro estaba sentado sobre sus piernas.
Santos identificó al hombre retenido en el suelo como el acusado, Louis Ross Roulet. Santos declaró que mi cliente tenía sangre en la ropa y en la mano izquierda. Dijo que aparentemente Roulet sufría una conmoción o algún tipo de herida en la cabeza y que inicialmente no obedeció sus órdenes. Santos le dio la vuelta y le esposó las manos a la espalda. A continuación, el agente sacó de un compartimento de su cinturón una bolsa para pruebas y envolvió con ésta la mano ensangrentada de Roulet.
Santos declaró que uno de los hombres que habían retenido a Roulet le entregó una navaja plegable que estaba abierta y que tenía sangre en la empuñadura y en la hoja. El agente de patrulla dijo al jurado que también metió este elemento en una bolsa y se lo entregó al detective Martin Booker en cuanto éste llegó al escenario.
En el contrainterrogatorio planteé sólo dos preguntas a Santos.
– Agente, ¿había sangre en la mano derecha del acusado?
– No, no había sangre en su mano derecha o se la habría embolsado también.
– Entiendo. Así que tiene sangre sólo en la mano izquierda y una navaja con sangre en su empuñadura. ¿Cree usted que si el acusado hubiese sostenido esa navaja la habría sostenido con su mano izquierda?
Minton protestó, alegando que Santos era un agente de patrulla y que la pregunta iba más allá del ámbito de su experiencia. Yo argumenté que la cuestión sólo requería una respuesta de sentido común, no la de un experto. La jueza denegó la protesta y la secretaria del tribunal leyó otra vez la pregunta al testigo.
– Eso me parecería -respondió Santos.
Arthur Metz era el auxiliar médico que declaró a continuación. Habló al jurado de la conducta de Campo y de la extensión de sus heridas cuando la trató menos de treinta minutos después de la agresión. Dijo que le pareció que había sufrido al menos tres impactos importantes en el rostro. También describió una pequeña herida de punción en el cuello. Describió todas las heridas como superficiales pero dolorosas. Exhibieron en un caballete, delante del jurado, una ampliación del mismo retrato en primer plano del rostro de Campo que yo había visto el primer día que participé en el caso. Protesté, argumentando que la foto era engañosa porque había sido ampliada a un tamaño más grande que el natural, pero la jueza Fullbright denegó mi protesta.
En mi contrainterrogatorio de Metz, utilicé la foto acerca de la cual acababa de protestar.
– Cuando nos ha dicho que aparentemente había sufrido tres impactos en el rostro, ¿a qué se refería con «impacto»? -pregunté.
– La golpearon con algo. O un puño o un objeto desafilado.
– Así que básicamente alguien la golpeó tres veces. ¿Puede hacer el favor de utilizar este puntero láser y mostrarle al jurado en la fotografía dónde ocurrieron esos impactos?
Saqué un puntero láser del bolsillo de mi camisa y lo sostuve para que lo viera la jueza. Ella dio su permiso para que se lo entregara a Metz. Lo encendí y se lo entregué al testigo. Éste puso el haz de luz roja del láser en la foto del rostro magullado de Campo y trazó círculos en las tres zonas donde creía que ella había sido golpeada. Trazó círculos en torno al ojo derecho, la mejilla derecha y una zona que abarcaba la parte derecha de su boca y nariz.
– Gracias -dije, cogiendo el láser y volviendo al estrado-. Así que, si le dieron tres veces en el lado derecho de la cara, los impactos habrían procedido del lado izquierdo de su atacante, ¿correcto?
Minton protestó, argumentando una vez más que la pregunta iba más allá del ámbito de su experiencia. Una vez más yo argumenté sentido común y una vez más la jueza denegó la protesta.
– Si el agresor estaba frente a ella, la habría golpeado desde la izquierda, a no ser que lo hiciera con el dorso de la mano -dijo Metz-. En ese caso podría haber sido desde la derecha.
Asintió y pareció complacido consigo mismo. Obviamente pensó que estaba ayudando a la acusación, pero su esfuerzo fue tan falso que probablemente había ayudado a la defensa.
– ¿Está insinuando que el agresor de la señorita Campo la golpeó tres veces con el dorso de la mano y causó este grado de heridas?
Señalé la foto del caballete. Metz se encogió de hombros, dándose cuenta de que probablemente no había resultado tan útil a la acusación.
– Todo es posible -dijo.
– Todo es posible -repetí-. Bueno, ¿hay alguna otra posibilidad que se le ocurra que pudiera explicar estas heridas que no provengan de puñetazos con la izquierda?
Metz se encogió de hombros otra vez. No era un testigo que causara gran impresión, especialmente viniendo después de dos policías y una operadora que habían sido muy precisos en sus testimonios.
– ¿Y si la señorita Campo se hubiera golpeado el rostro con su propio puño? ¿No habría usado su derecha…?
Minton saltó de inmediato y protestó.
– Señoría, ¡esto es indignante! Insinuar que la víctima se hizo esto a sí misma no sólo es una afrenta a esta sala, sino a todas las víctimas de delitos violentos. El señor Haller se ha hundido en…
– El testigo ha dicho que todo es posible -argumenté, tratando de derribar a Minton de la tarima de orador-. Estoy tratando de explorar…
– Aceptada -dijo Fullbright, zanjando la discusión-. Señor Haller, no vaya por ese camino a no ser que esté haciendo algo más que un barrido de exploración de las posibilidades.
– Sí, señoría -dije-. No hay más preguntas.
Me senté y miré al jurado, y supe por sus caras que había cometido un error. Había convertido un contrainterrogatorio positivo en uno negativo. La cuestión que había establecido acerca de un agresor zurdo había quedado oscurecida por el punto que había perdido al insinuar que las heridas de la víctima eran autoinfligidas. Las tres mujeres del jurado parecían particularmente molestas conmigo.
Aun así, traté de concentrarme en un aspecto positivo. Era bueno conocer los sentimientos del jurado respecto a este punto en ese momento, antes de que Campo estuviera en la tribuna y le preguntara lo mismo.
Roulet se inclinó hacia mí y me susurró:
– ¿Qué coño ha sido eso?
Sin responder, le di la espalda y examiné la sala. Estaba casi vacía. Lankford y Sobel no habían vuelto a la sala y los periodistas también se habían ido. Sólo había unos pocos mirones. Parecía una dispar colección de jubilados, estudiantes de derecho y abogados descansando hasta que empezaran sus propias vistas en el tribunal. No obstante, contaba con que uno de esos mirones fuera un infiltrado de la oficina del fiscal. Ted Minton podía estar volando solo, pero mi apuesta era que su jefe tendría algún medio de estar al corriente de cómo lo hacía y del desarrollo del caso. Yo sabía que estaba actuando para ese infiltrado tanto como para el jurado. Al final del caso necesitaba enviar una nota de pánico a la segunda planta que luego rebotara a Minton. Tenía que empujar al joven fiscal a adoptar una medida desesperada.