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– ¿Qué hacía que este caso tuviera presión, detective? -preguntó Minton.

– Las heridas a la víctima, la detención de un sospechoso y la convicción de que probablemente se había evitado un crimen mayor -respondió Booker.

– ¿Qué crimen mayor?

– Asesinato. Daba la impresión de que el tipo iba a matarla.

Podía haber protestado, pero planeaba explotarlo en el turno de réplica, así que lo dejé estar.

Minton condujo a Booker a través de los pasos que siguió en la investigación en la escena del crimen y más tarde, mientras entrevistó a Campo cuando ésta estaba siendo tratada en un hospital.

– ¿Antes de que llegara al hospital había sido informado por los agentes Maxwell y Santos acerca de las declaraciones de la víctima?

– Sí, me dieron una visión general.

– ¿Le dijeron que la víctima vivía de vender sexo a hombres?

– No, no me lo dijeron.

– ¿Cuándo lo descubrió?

– Bueno, tuve una impresión bastante clara al respecto cuando estuve en su apartamento y vi algunas de sus pertenencias.

– ¿Qué pertenencias?

– Cosas que describiría como complementos sexuales y en uno de los dormitorios había un armario que sólo contenía negligés y ropa de naturaleza sexualmente provocativa. También había una televisión en aquella estancia y una colección de cintas pornográficas en los cajones que había debajo de ésta. Me habían dicho que no tenía compañera de piso, pero me pareció que las dos habitaciones se usaban de manera activa. Empecé a pensar que una habitación era suya, en la que dormía y la que utilizaba cuando estaba sola, y la otra era para sus actividades profesionales.

– ¿Un picadero?

– Podría llamarlo así.

– ¿Cambió eso su opinión de que la mujer había sido víctima de una agresión? -No.

– ¿Por qué no?

– Porque todo el mundo puede ser una víctima. No importa que sea una prostituta o el Papa, una víctima es una víctima.

Pensé que lo había dicho tal y como lo habían ensayado. Minton hizo una marca en su libreta y continuó.

– Veamos, cuando llegó al hospital, ¿preguntó a la víctima por su teoría respecto a las habitaciones y sobre cómo se ganaba la vida?

– Sí, lo hice.

– ¿Qué le dijo ella?

– Admitió abiertamente que era una profesional. No trató de ocultarlo.

– ¿Algo de lo que ella dijo difería de los relatos sobre la agresión que ya había recogido en la escena del crimen?

– No, en absoluto. Me contó que abrió la puerta al acusado y que él inmediatamente la golpeó en la cara y la empujó hacia el interior del apartamento. Siguió agrediéndola y sacó una navaja. Le dijo que iba a violarla y a matarla.

Minton continuó sondeando detalles de la investigación hasta el punto de aburrir al jurado. Cuando no estaba apuntando preguntas para hacerle a Booker en mi turno, observé a los miembros del jurado y vi que su atención decaía por el peso de un exceso de información.

Finalmente, tras noventa minutos de interrogatorio directo, era mi turno con el detective de la policía. Mi objetivo era entrar y salir. Mientras que Minton había llevado a cabo una autopsia completa del caso, yo sólo quería entrar y recoger cartílago de las rodillas.

– Detective Booker, ¿Regina Campo le explicó por qué mintió a la policía?

– A mí no me mintió.

– Quizá no le mintió a usted, pero en la escena les dijo a los primeros agentes, Maxwell y Santos, que no sabía por qué el sospechoso había ido a su apartamento, ¿no es así?

– Yo no estaba presente cuando hablaron con ella, de manera que no puedo testificar al respecto. Sé que estaba asustada, que acababan de golpearla y de amenazarla con violarla y matarla en el momento del primer interrogatorio.

– Entonces está diciendo que en esas circunstancias es aceptable mentir a la policía.

– No, yo no he dicho eso.

Comprobé mis notas y seguí adelante. No iba a seguir un curso de preguntas lineal. Estaba disparando al azar, tratando de desequilibrarlo.

– ¿Catalogó la ropa que encontró en el dormitorio del que ha declarado que la señorita Campo usaba para su negocio de prostitución?

– No, no lo hice. Fue sólo una observación. No era importante para el caso.

– ¿Parte de la indumentaria que vio en el armario habría sido apropiada para las actividades sexuales sadomasoquistas?

– No lo sé. No soy un experto en ese campo.

– ¿Y los vídeos pornográficos? ¿Anotó los títulos?

– No, no lo hice. Repito que no creí que fuera pertinente para investigar quién había agredido brutalmente a esta mujer.

– ¿Recuerda si el tema de alguno de esos vídeos implicaba sadomasoquismo o bondage o algo de esa naturaleza?

– No, no lo recuerdo.

– Veamos, ¿instruyó a la señorita Campo para que se deshiciera de esas cintas y de la ropa del armario antes de que miembros del equipo de la defensa del señor Roulet tuvieran acceso al apartamento?

– Desde luego que no.

Taché eso de mi lista y continué.

– ¿Alguna vez habló con el señor Roulet acerca de lo que ocurrió esa noche en el apartamento de la señorita Campo?

– No, llamó a un abogado antes de que pudiera hablar con él.

– ¿Quiere decir que ejerció su derecho constitucional de permanecer en silencio?

– Sí, es exactamente lo que hizo.

– Entonces, por lo que usted sabe, él nunca habló con la policía de lo ocurrido.

– Eso es.

– En su opinión, ¿la señorita Campo fue golpeada con mucha fuerza?

– Eso diría, sí. Su rostro tenía cortes y estaba hinchado.

– Entonces haga el favor de hablar al jurado de las heridas de impacto que encontró en las manos del señor Roulet.

– Se había envuelto el puño con un trapo para protegérselo. No había en sus manos heridas que yo pudiera ver.

– ¿Documentó esa ausencia de heridas?

Booker pareció desconcertado por la pregunta.

– No -dijo.

– O sea que documentó mediante fotografías las heridas de la señorita Campo, pero no vio la necesidad de documentar la ausencia de heridas en el señor Roulet, ¿es así?

– No me pareció necesario fotografiar algo que no estaba.

– ¿Cómo sabe que se envolvió el puño con un trapo para protegérselo?

– La señorita Campo me dijo que vio que tenía la mano envuelta justo antes de golpearla en la puerta.

– ¿Encontró ese trapo con el que supuestamente se envolvió la mano?

– Sí, estaba en el apartamento. Era una servilleta, como de restaurante. Había sangre de la víctima en ella.

– ¿Tenía sangre del señor Roulet?

– No.

– ¿Había algo que la identificara como perteneciente al acusado?

– No.

– ¿O sea que tenemos la palabra de la señorita Campo al respecto?

– Así es.

Dejé que transcurrieran unos segundos mientras garabateaba una nota en mi libreta antes de continuar con las preguntas.

– Detective, ¿cuándo descubrió que Louis Roulet negó haber agredido o amenazado a la señorita Campo y que iba a defenderse vigorosamente de esas acusaciones?

– Eso sería cuando le contrató a usted, supongo.

Hubo murmullos de risas en la sala.

– ¿Buscó otras explicaciones a las lesiones de la señorita Campo?

– No, ella me dijo lo que había ocurrido. Yo la creí. Él la golpeó e iba a…

– Gracias, detective Booker. Intente limitarse a contestar la pregunta que le formulo.

– Lo estaba haciendo.