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– Si no buscó otra explicación porque creyó la palabra de la señorita Campo, ¿es sensato decir que todo este caso se basa en la palabra de ella y en lo que ella dijo que ocurrió en su apartamento la noche del seis de marzo?

Booker pensó un momento. Sabía que iba a llevarlo a una trampa construida con sus propias palabras. Como suele decirse, no hay trampa peor que la que se tiende uno mismo.

– No era sólo su palabra -dijo después de pensar que había atisbado una salida-. Había pruebas físicas. La navaja. Las heridas. Había más que sus palabras. -Hizo un gesto de afirmación con la cabeza.

– Pero ¿acaso la explicación de la fiscalía de sus lesiones y las otras pruebas no empiezan con la declaración de ella de lo ocurrido?

– Podría decirse, sí -admitió a regañadientes.

– Ella es el árbol del que nacen todos estos frutos, ¿no?

– Probablemente yo no usaría esas palabras.

– Entonces, ¿qué palabras usaría, detective?

Ahora lo tenía. Booker estaba literalmente retorciéndose en el estrado. Minton se levantó y protestó, argumentando que estaba acosando al testigo. Debía de ser algo que había visto en la tele o en una película. La jueza le ordenó que se sentara.

– Puede responder la pregunta -dijo Fullbright.

– ¿Cuál era la pregunta? -dijo Booker, tratando de ganar algo de tiempo.

– No ha estado de acuerdo conmigo cuando he caracterizado a la señorita Campo como el árbol del cual crecían todas las pruebas del caso -dije-. Si me equivoco, ¿cómo describiría su posición en este caso?

Booker levantó la mano en un gesto rápido de rendición.

– ¡Ella es la víctima! Por supuesto que es importante porque nos contó lo que ocurrió. Tenemos que confiar en ella para establecer el curso de la investigación.

– Confía mucho en ella en este caso, ¿no? Víctima y principal testigo contra el acusado, ¿no?

– Es correcto.

– ¿Quién más vio al acusado agredir a la señorita Campo?

– Nadie más.

Asentí para subrayarle al jurado la respuesta. Miré por encima del hombro e intercambié contacto visual con los de la primera fila.

– De acuerdo, detective -dije-. Ahora quiero hacerle unas preguntas acerca de Charles Talbot. ¿Cómo descubrió a ese hombre?

– Eh, el fiscal, el señor Minton, me dijo que lo buscara.

– ¿Y sabe cómo supo de su existencia el señor Minton?

– Creo que fue usted quien le informó. Usted tenía una cinta de vídeo de un bar en el que aparecía con la víctima un par de horas antes de la agresión.

Sabía que ése podía ser el momento para presentar el vídeo, pero quería esperar. Quería a la víctima en el estrado cuando mostrara la cinta al jurado.

– ¿Y hasta ese punto no consideró que fuera importante encontrar a este hombre?

– No, simplemente desconocía su existencia.

– Entonces, cuando finalmente supo de Talbot y lo localizó, ¿hizo que le examinaran la mano izquierda para determinar si tenía alguna herida que pudiera haberse provocado al golpear a alguien repetidamente en el rostro?

– No, no lo hice.

– ¿Y eso porque estaba seguro de su elección del señor Roulet como la persona que golpeó a Regina Campo?

– No era una elección. Fue a donde condujo la investigación. No localicé a Charles Talbot hasta más de dos semanas después de que ocurriera el crimen.

– Así pues, ¿lo que está diciendo es que si hubiera tenido heridas, éstas ya se habrían curado?

– No soy experto en la materia, pero sí, eso fue lo que pensé.

– Entonces nunca le miró la mano, ¿no? -No específicamente, no.

– ¿Preguntó a compañeros de trabajo del señor Talbot si habían visto hematomas u otras heridas en su mano alrededor de la fecha del crimen?

– No, no lo hice.

– Entonces, nunca miró más allá del señor Roulet, ¿es así?

– Se equivoca. Yo abordo todos los casos con la mente abierta. Pero Roulet estaba allí bajo custodia desde el principio. La víctima lo identificó como su agresor. Obviamente era un foco.

– ¿Era un foco o era el foco, detective Booker?

– Ambas cosas. Al principio era un foco y después (cuando encontramos sus iniciales en el arma que se había usado contra la garganta de Reggie Campo) se convirtió en el foco.

– ¿Cómo sabe que esa navaja se empuñó contra la garganta de la señorita Campo?

– Porque ella nos lo dijo y tenía una punción que lo mostraba.

– ¿Está diciendo que había algún tipo de análisis forense que relacionaba la navaja con la herida del cuello? -No, eso era imposible.

– Entonces una vez más tenemos la palabra de la señorita Campo de que el señor Roulet sostuvo la navaja contra su garganta.

– No tenía razón para dudar de ella entonces, y no la tengo ahora.

– Por tanto, sin ninguna explicación para ello, supongo que consideraría que la navaja con las iniciales del acusado era una prueba de culpabilidad muy importante, ¿no?

– Sí, diría que incluso con explicación. Llevó la navaja con un propósito en mente.

– ¿Lee usted la mente, detective?

– No, soy detective. Y sólo estoy diciendo lo que pienso.

– Énfasis en «pienso».

– Es lo que sé de las pruebas del caso.

– Me alegro de que sienta tanta seguridad, señor. No tengo más preguntas en este momento. Me reservo el derecho de llamar al detective Booker como testigo de la defensa.

No tenía ninguna intención de volver a llamar a Booker al estrado, pero en ese momento pensé que la amenaza podía sonar bien al jurado.

Regresé a mi silla mientras Minton trataba de vendar a Booker en la contrarréplica. El daño estaba en las percepciones y no podía hacer gran cosa con eso. Booker había sido sólo un hombre trampa para la defensa. El daño real vendría después.

Una vez que Booker bajó del estrado, la jueza decretó el receso de media mañana. Pidió a los miembros del jurado que regresaran en quince minutos, pero yo sabía que el receso duraría más.

La jueza Fullbright era fumadora y ya se había enfrentado a acusaciones administrativas altamente publicitadas por fumar a hurtadillas en su despacho. Eso significaba que, a fin de satisfacer su hábito y evitar más escándalos, tenía que bajar en ascensor y salir del edificio para quedarse en la entrada donde llegaban los autobuses de la cárcel. Supuse que disponía de al menos media hora.

Salí al pasillo para hablar con Mary Alice Windsor y usar mi móvil. Parecía que iba a tener que llamar testigos en la sesión de la tarde.

Primero me abordó Roulet, que quería hablar de mi contrainterrogatorio de Booker.

– Me ha parecido que nos ha ido muy bien -dijo él.

– ¿Nos?

– Ya sabe qué quiero decir.

– No se puede saber si ha ido bien hasta que obtengamos el veredicto. Ahora déjeme solo, Louis. He de hacer unas llamadas. Y ¿dónde está su madre? Probablemente voy a necesitarla esta tarde. ¿Va a estar aquí?

– Tenía una reunión esta mañana, pero estará aquí. Sólo llame a Cecil y ella la traerá.

Después de alejarse, el detective Booker ocupó su lugar, acercándoseme y señalándome con un dedo.

– ¿No va a volar, Haller? -dijo.

– ¿Qué es lo que no va a volar? -pregunté.

– Toda su defensa mentirosa. Va a estallar y acabará en llamas.

– Ya veremos.

– Sí, ya veremos. ¿Sabe?, tiene pelotas para acusar a Talbot de esto. Pelotas. Necesitará un carrito para llevarlas.

– Sólo hago mi trabajo, detective.

– Y menudo trabajo. Ganarse la vida mintiendo. Impedir que la gente mire la verdad. Vivir en un mundo sin verdad. Deje que le pregunte algo. ¿Conoce la diferencia entre un bagre y un abogado?

– No, ¿cuál es la diferencia?

– Uno se alimenta de la mierda del fondo y el otro es un pez.

– Muy bueno, detective.

Se fue y yo me quedé sonriendo. No por el chiste ni por el hecho de que probablemente había sido Lankford el que había elevado el insulto de los abogados defensores a toda la abogacía cuando le había recontado el chiste a Booker. Sonreí porque el chiste era una confirmación de que Lankford y Booker se comunicaban. Estaban hablando, y eso significaba que las cosas estaban en marcha. Mi plan todavía se sostenía. Aún tenía una oportunidad.