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– La gente de su profesión lo llama el «test de los sonados», ¿no?

– Yo nunca lo he llamado así.

– Pero es cierto que se encuentra con sus posibles clientes en un lugar público como Morgan's para ponerlos a prueba y asegurarse de que no son sonados o peligrosos antes de llevarlos a su apartamento. ¿No es así?

– Podría decirse así. Pero la verdad es que nunca puedes estar segura de nadie.

– Eso es cierto. Así que, cuando estuvo en Morgan's, ¿se fijó en que el señor Roulet estaba sentado en la misma barra que usted y el señor Talbot?

– Sí, estaba allí.

– ¿Y lo había visto antes?

– Sí, lo había visto allí y en algún otro sitio antes.

– ¿Había hablado con él?

– No, nunca habíamos hablado.

– ¿Se había fijado alguna vez en que llevaba un reloj Rolex?

– No.

– ¿Alguna vez lo había visto llegar o irse de uno de esos sitios en un Porsche o un Range Rover?

– No, nunca lo vi conduciendo.

– Pero lo había visto antes en Morgan's y en sitios semejantes.

– Sí.

– Pero nunca habló con él.

– Exacto.

– Entonces, ¿por qué se acercó a él?

– Sabía que estaba en el mundillo, eso es todo.

– ¿A qué se refiere con el mundillo?

– Quiero decir que las otras veces que lo había visto me di cuenta de que era un cliente. Lo había visto irse con chicas que hacen lo que hago yo.

– ¿Lo había visto marcharse con otras prostitutas?

– Sí.

– ¿Marcharse adonde?

– No lo sé, irse del local. Ir a un hotel o al apartamento de la chica. No sé esa parte.

– Bien, ¿cómo sabe que se iban del local? Tal vez sólo salían a fumar un cigarrillo.

– Los vi meterse en su coche y alejarse.

– Señorita Campo, hace un minuto ha declarado que nunca había visto los coches del señor Roulet. Ahora está diciendo que lo vio entrar en su coche con una mujer que es una prostituta como usted. ¿Cómo es eso?

Ella se dio cuenta de su desliz y se quedó un momento paralizada hasta que se le ocurrió una respuesta.

– Lo vi meterse en un coche, pero no sabía de qué marca era.

– No se fija en ese tipo de cosas, ¿verdad?

– Normalmente no.

– ¿Conoce la diferencia entre un Porsche y un Range Rover?

– Uno es grande y el otro pequeño, creo.

– ¿En qué clase de coche vio entrar al señor Roulet?

– No lo recuerdo.

Hice un momento de pausa y decidí que había exprimido su contradicción en la medida en que lo merecía. Miré la lista de mis preguntas y seguí adelante.

– Esas mujeres con las que vio irse a Roulet, ¿fueron vistas en otra ocasión?

– No entiendo.

– ¿Desaparecieron? ¿Volvió averías?

– No, volví a verlas.

– ¿Estaban golpeadas o heridas?

– No que yo sepa, pero no les pregunté.

– Pero todo eso se sumaba para que creyera que estaba a salvo al acercarse a él y ofrecerle sexo, ¿correcto?

– No sé si a salvo. Sabía que probablemente estaba buscando una chica y el hombre con el que yo estaba ya me había dicho que habría terminado a las diez porque tenía que ir a trabajar.

– Bueno, ¿puede decirle al jurado por qué no tuvo que sentarse con el señor Roulet como hizo con el señor Talbot para someterlo a un test de sonados?

Sus ojos pasaron a Minton. Estaba esperando un rescate, pero no iba a llegar.

– Sólo pensaba que no era un completo desconocido, nada más.

– Pensó que era seguro.

– Supongo. No lo sé. Necesitaba el dinero y cometí un error con él.

– ¿Pensó que era rico y que podía resolver su necesidad de dinero?

– No, nada de eso. Lo vi como un cliente potencial que no era nuevo en el mundillo. Alguien que sabía lo que estaba haciendo.

– ¿Ha declarado que en anteriores ocasiones había visto al señor Roulet con otras mujeres que practican la misma profesión que usted?

– Sí.

– Son prostitutas.

– Sí.

– ¿Las conoce?

– Nos conocemos, sí.

– ¿Y con esas mujeres extiende la cortesía profesional en términos de alertarlas de los clientes que podrían ser peligrosos o reacios a pagar?

– A veces.

– ¿Y ellas tienen la misma cortesía profesional con usted?

– Sí.

– ¿Cuántas de ellas le advirtieron acerca de Roulet?

– Bueno, nadie lo hizo, o no habría ido con él.

Asentí y consulté mis notas un largo momento antes de proseguir. Después le pregunté más detalles de los acontecimientos de Morgan's y presenté la cinta del vídeo de vigilancia grabada por la cámara instalada sobre la barra. Minton protestó arguyendo que iba a ser mostrado al jurado sin el debido fundamento, pero la protesta se desestimó. Se colocó una televisión en un pedestal industrial con ruedas delante del jurado y se reprodujo la cinta. Por la atención embelesada que prestaron supe que a los doce les cautivaba la idea de observar a una prostituta trabajando, así como la oportunidad de ver a los dos principales protagonistas del caso en momentos en que no se sabían observados.

– ¿Qué decía la nota que le pasó? -pregunté cuando la televisión fue apartada a un lado de la sala.

– Creo que sólo ponía el nombre y la dirección.

– ¿No anotó un precio por los servicios que iba a ofrecerle?

– Puede ser. No lo recuerdo.

– ¿Cuál es la tarifa que cobra?

– Normalmente cuatrocientos dólares.

– ¿Normalmente? ¿Qué la hace poner otro precio?

– Depende de lo que quiera el cliente.

Miré a la tribuna del jurado y vi que el rostro del hombre de la Biblia se estaba poniendo colorado por la incomodidad.

– ¿Alguna vez participa en bondage o dominación con sus clientes?

– A veces. Pero es sólo juego de rol. Nadie sufre nunca ningún daño. Es sólo una actuación.

– ¿Está diciendo que antes de la noche del seis de marzo, ningún cliente le había hecho daño?

– Sí, eso es lo que estoy diciendo. Ese hombre me hizo daño y trató de matar…

– Por favor, responda a la pregunta, señorita Campo. Gracias. Ahora volvamos a Morgan's. ¿Sí o no, en el momento en que le dio al señor Roulet la servilleta con su dirección y un precio en ella, estaba segura de que no representaba peligro y de que llevaba suficiente dinero en efectivo para pagar los cuatrocientos dólares que solicitaba por sus servicios?

– Sí.

– Entonces, ¿por qué el señor Roulet no llevaba dinero encima cuando la policía lo registró?

– No lo sé. Yo no lo cogí.

– ¿Sabe quién lo hizo?

– No.

Dudé un largo momento, prefiriendo puntuar mis cambios en el flujo del interrogatorio subrayándolo con silencio.

– Veamos, eh, sigue usted trabajando de prostituta, ¿es así? -pregunté.

Campo vaciló antes de decir que sí.

– ¿Y está contenta trabajando de prostituta? -pregunté.

Minton se levantó.

– Señoría, ¿qué tiene esto que ver con…?

– Aprobada -dijo la jueza.

– Muy bien -dije-. Entonces, ¿no es cierto, señorita Campo, que les ha dicho a muchos de sus clientes que tiene la esperanza de abandonar este ambiente?

– Sí, es cierto -respondió sin vacilar por primera vez en muchas preguntas.

– ¿No es igualmente cierto que ve usted los aspectos financieros potenciales de este caso como medio de salir del negocio?

– No, eso no es cierto -dijo ella, convincentemente y sin dudarlo-. Ese hombre me atacó. ¡Iba a matarme! ¡De eso se trata!

Subrayé algo en mi libreta, otra puntuación de silencio.

– ¿Charles Talbot era un cliente habitual? -pregunté.

– No, lo conocí esa noche en Morgan's.

– Y pasó su prueba de seguridad.

– Sí.

– ¿Fue Charles Talbot el hombre que la golpeó en el rostro el seis de marzo?