Mi siguiente testigo era un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado David Lambkin, que era un experto nacional en crímenes sexuales y había trabajado en la investigación del Violador Inmobiliario. En un breve interrogatorio establecí los hechos del caso y las cinco denuncias de violación que se investigaron. Rápidamente llegué a las cinco preguntas clave cuya respuesta necesitaba para cimentar el testimonio de Mary Windsor.
– Detective Lambkin, ¿cuál era el rango de edad de las víctimas conocidas del violador?
– Eran todas mujeres profesionales con mucho éxito. Tendían a ser mayores que la víctima promedio de una violación. Creo que la más joven tenía veintinueve y la mayor cincuenta y nueve.
– Entonces una mujer de cincuenta y cuatro años habría formado parte del perfil objetivo del violador, ¿correcto?
– Sí.
– ¿Puede decirle al jurado cuándo se produjo la primera agresión denunciada y cuándo se denunció la última?
– Sí. La primera fue el uno de octubre de dos mil y la última el treinta de julio de dos mil uno.
– ¿O sea que el nueve de junio de dos mil uno estaba en el periodo en que se produjeron los ataques del violador a las mujeres del sector inmobiliario?
– Sí, es correcto.
– En el curso de su investigación de este caso, ¿llegó a la conclusión o creencia de que este individuo había cometido más de cinco violaciones?
Minton protestó, asegurando que la pregunta incitaba a la especulación. La jueza aceptó la protesta, pero no importaba. La pregunta era lo verdaderamente importante y que el jurado viera que el fiscal quería evitar su respuesta era recompensa suficiente.
Minton me sorprendió en su turno. Se recuperó lo suficiente de su fallo con Windsor para golpear a Lambkin con tres preguntas sólidas cuyas respuestas fueron favorables a la acusación.
– Detective Lambkin, ¿el equipo de investigación de estas violaciones emitió algún tipo de advertencia para las mujeres que trabajaban en el negocio inmobiliario?
– Sí, lo hicimos. Enviamos circulares en dos ocasiones.
La primera vez a todas las agentes inmobiliarias con licencia en la zona y la siguiente un mailing a todos los intermediarios inmobiliarios individualmente, hombres y mujeres.
– ¿Estos mailings contenían información acerca de la descripción y métodos del violador?
– Sí.
– Entonces si alguien quería inventar una historia acerca de ser atacado por el violador, los mailings habrían proporcionado la información necesaria, ¿es correcto?
– Es una posibilidad, sí.
– Nada más, señoría.
Minton se sentó con orgullo y Lambkin fue autorizado a retirarse cuando yo dije que no tenía más preguntas. Pedí a la jueza unos minutos para departir con mi cliente y me incliné hacia Roulet.
– Bueno, ya está -dije-. Usted es lo que nos queda. A no ser que haya algo que no me ha contado, está limpio y no hay mucho más con lo que pueda venirle Minton. Debería estar a salvo allí arriba a no ser que deje que le afecte lo que le digan. ¿Sigue preparado para esto?
Roulet había dicho en todo momento que testificaría y negaría los cargos. Había reiterado ese deseo a la hora del almuerzo. Lo exigió. Yo siempre veía los riesgos y las ventajas de dejar que un cliente testificara como dos platos equilibrados de la balanza. Cualquier cosa que dijera el acusado podía volverse en su contra si la fiscalía podía doblarlo a favor del Estado. Pero también sabía que por más que se explicara a un jurado el derecho de un acusado a permanecer en silencio, el jurado siempre quería oír al acusado diciendo que no lo había hecho. Si eliminabas eso, el jurado podía verte con malos ojos.
– Quiero hacerlo -susurró Roulet-. Puedo enfrentarme al fiscal.
Empujé hacia atrás mi silla y me levanté.
– La defensa llama a Louis Ross Roulet, señoría.
36
Louis Roulet avanzó hacia el estrado de los testigos con rapidez, como un jugador de baloncesto que sale disparado del banquillo para entrar en la cancha. Parecía un hombre ansioso ante la oportunidad de defenderse. Sabía que esa postura no pasaría desapercibida al jurado.
Después de los preliminares fui directamente a las cuestiones del caso. Al hilo de mis preguntas, Roulet admitió sin ambages que había ido a Morgan's la noche del 6 de marzo en busca de compañía femenina. Declaró que no buscaba específicamente contratar los servicios de una prostituta, pero que no descartaba esa posibilidad.
– Había estado antes con mujeres a las que había tenido que pagar -dijo-. Así que no me iba a oponer a eso.
Declaró que, al menos conscientemente, no había establecido contacto visual con Regina Campo antes de que ésta se le acercara en la barra. Dijo que fue ella quien dio el primer paso, pero en ese momento no le molestó. Explicó que la propuesta era abierta, que ella le dijo que estaría libre a partir de las diez y que podía pasarse por su casa si no tenía otro compromiso.
Roulet describió los intentos realizados durante la siguiente hora en Morgan's y después en el Lamplighter para encontrar una mujer por la que no tuviera que pagar, pero aseguró que no tuvo éxito. Luego se dirigió en su coche hasta la dirección que Campo le había dado y llamó a la puerta.
– ¿Quién respondió?
– Ella. Entreabrió la puerta y me miró.
– ¿Regina Campo? ¿La mujer que ha testificado esta mañana?
– Sí, eso es.
– ¿Pudo verle toda la cara a través de la rendija de la puerta?
– No. Sólo abrió unos centímetros y no pude verla. Sólo el ojo izquierdo y un poco de ese lado de la cara.
– ¿Cómo se abría la puerta? Esa rendija a través de la cual pudo verla, ¿estaba a la derecha o a la izquierda?
– Tal y como yo miraba a la puerta, estaba en la derecha.
– Bien, veamos que esto quede claro. La abertura estaba a la derecha, ¿correcto? -Correcto.
– Entonces, si ella estuviera de pie detrás de la puerta mirando a través de la abertura, le habría mirado con su ojo izquierdo.
– Así es.
– ¿Le vio el ojo derecho?
– No.
– Entonces si hubiera tenido un moratón o un corte o cualquier otra herida en el lado derecho del rostro, ¿lo habría podido ver?
– No.
– Muy bien. ¿Qué ocurrió a continuación?
– Bueno, era una especie de recibidor, un vestíbulo, y ella me hizo pasar a través de un arco hacia la sala de estar. Yo fui en la dirección que ella me señaló.
– ¿Significa eso que ella estaba detrás de usted?
– Sí, cuando giré hacia la sala de estar, ella estaba detrás de mí.
– ¿Cerró la puerta?
– Eso creo. Oí que se cerraba.
– ¿Y luego qué?
– Algo me golpeó en la nuca y caí. Perdí el conocimiento.
– ¿Sabe cuánto tiempo permaneció inconsciente?
– No. Creo que fue un buen rato, pero ningún policía ni nadie me lo dijo.
– ¿Qué recuerda de cuando recuperó el sentido?
– Recuerdo que me costaba respirar y cuando abrí los ojos había alguien sentado encima de mí. Yo estaba boca arriba y él estaba encima. Traté de moverme y entonces fue cuando me di cuenta de que también había alguien sentado en mis piernas.
– ¿Qué ocurrió luego?
– Se turnaban en decirme que no me moviera y uno de ellos me dijo que tenía mi navaja y que la usaría si intentaba moverme o escapar.
– ¿Más tarde llegó la policía y lo detuvieron?
– Sí, al cabo de unos minutos llegó la policía. Me esposaron y me obligaron a ponerme de pie. Fue entonces cuando vi que tenía sangre en mi chaqueta.
– ¿Y su mano?
– No la veía porque estaba esposada a mi espalda, pero oí que uno de los hombres que había estado sentado encima de mí le dijo al policía que tenía sangre en la mano y entonces el policía me la tapó con una bolsa. Eso lo noté.