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– Señoría, no es…

– Basta, señor Minton. Creo que he oído suficiente. Quiero que ahora se vayan los dos. Dentro de media hora iré a mi banco y anunciaré lo que haremos al respecto. Todavía no sé qué será, pero no importa lo que haga, no le va a gustar lo que tengo que decir, señor Minton. Y le pido que su jefe, el señor Smithson, esté en la sala con usted para oírlo.

Me levanté. Minton no se movió. Todavía estaba petrificado en el asiento.

– ¡He dicho que pueden irse! -bramó la jueza.

42

Seguí a Minton hasta la sala del tribunal. Estaba vacía salvo por Meehan, que estaba sentado ante el escritorio del alguacil. Cogí mi maletín de la mesa de la defensa y me dirigí a la portezuela.

– Eh, Haller, espere un segundo -dijo Minton, al tiempo que recogía unas carpetas de la mesa de la acusación.

Me detuve en la portezuela y lo miré.

– ¿Qué?

Minton se acercó a la portezuela y señaló la puerta de atrás de la sala.

– Salgamos de aquí.

– Mi cliente estará esperándome fuera.

– Venga aquí.

Se dirigió a la puerta y yo lo seguí. En el vestíbulo en el que dos días antes había confrontado a Roulet, Minton se detuvo para confrontarme. Pero no dijo nada. Estaba reuniendo las palabras. Decidí empujarlo más todavía.

– Mientras va a buscar a Smithson creo que pararé en la oficina del Times en la segunda y me aseguraré de que el periodista sepa que habrá fuegos artificiales aquí dentro de media hora.

– Mire -balbució Minton-, hemos de arreglar esto.

– ¿Hemos?

– Aparque lo del Times, ¿vale? Déme su número de móvil y déme diez minutos.

– ¿Para qué?

– Déjeme bajar a mi oficina y ver qué puedo hacer.

– No me fío de usted, Minton.

– Bueno, si quiere lo mejor para su cliente en lugar de un titular barato, tendrá que confiar en mí diez minutos.

Aparté la mirada del rostro del fiscal y simulé que estaba considerando la oferta. Finalmente volví a mirarlo. Nuestros rostros estaban a sólo medio metro de distancia.

– Sabe, Minton, podría haberme tragado todas las mentiras. La navaja, la arrogancia y todo lo demás. Soy profesional y he de vivir con esa mierda de los fiscales todos los días de mi vida, pero cuando trató de cargarle Corliss a Maggie McPherson, es cuando decidí no mostrar piedad.

– Mire, no hice nada intencionadamente…

– Minton, mire a su alrededor. No hay nadie más que nosotros. No hay cámaras, no hay cintas, no hay testigos. ¿Va a quedarse ahí y va a decirme que nunca había oído hablar de Corliss antes de la reunión de equipo de ayer?

Respondió señalándome con un dedo airado.

– ¿Y usted va a quedarse ahí y va a decirme que no había oído hablar de él hasta esta mañana?

Nos miramos el uno al otro un largo momento.

– Puedo ser novato, pero no soy estúpido -dijo-. Toda su estrategia consistía en empujarme a usar a Corliss. Todo el tiempo supo lo que podía hacer con él. Y probablemente lo supo por su ex.

– Si puede demostrarlo, demuéstrelo -dije.

– Oh, no se preocupe, podría… si tuviera tiempo. Pero sólo tengo media hora.

Lentamente levanté la muñeca y miré mi reloj.

– Más bien veintiséis minutos.

– Déme su número de móvil.

Lo hice y Minton se fue. Esperé quince segundos en el vestíbulo antes de franquear la puerta.

Roulet estaba de pie junto a la cristalera que daba a la plaza. Su madre y C. C. Dobbs estaban sentados en un banco contra la pared opuesta. Más allá vi a la detective Sobel entreteniéndose en el pasillo.

Roulet me vio y empezó a avanzar hacia mí. Enseguida lo siguieron su madre y Dobbs.

– ¿Qué pasa? -preguntó Dobbs en primer lugar.

Esperé hasta que todos se reunieron cerca de mí antes de responder.

– Creo que todo está a punto de explotar -dije.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Dobbs.

– La jueza está considerando un veredicto directo. Lo sabremos muy pronto.

– ¿Qué es un veredicto directo? -preguntó Mary Windsor.

– Significa que el juez retira la decisión de manos del jurado y emite un veredicto de absolución. La jueza está enfadada porque Minton ha actuado mal con Corliss y algunas cosas más.

– ¿Puede hacerlo? Simplemente absolverlo.

– Ella es la jueza. Puede hacer lo que quiera.

– ¡Oh, Dios mío!

Windsor se llevó una mano a la boca y puso cara de estar a punto de romper a llorar.

– He dicho que lo está considerando -la previne-. No significa que vaya a ocurrir. Pero ya me ha ofrecido un juicio nulo y lo he rechazado de pleno.

– ¿Lo ha rechazado? -exclamó Dobbs-. ¿Por qué diablos ha hecho eso?

– Porque no significa nada. El Estado podría volver y juzgar otra vez a Louis, esta vez con mejores armas porque ya conocen nuestros movimientos. Olvídese del juicio nulo. No vamos a educar al fiscal. Queremos algo sin retorno o nos arriesgaremos con un veredicto del jurado hoy. Incluso si dictaminan contra nosotros, tenemos fundamentos sólidos para apelar.

– ¿No es una decisión que le corresponde a Louis? -preguntó Dobbs-. Al fin y al cabo, él es…

– Cecil, calla -soltó Windsor-. Cállate y deja de cuestionar todo lo que este hombre hace por Louis. Tiene razón. ¡No vamos a volver a pasar por esto!

Dobbs reaccionó como si hubiera sido abofeteado por la madre de Roulet. Pareció encogerse y separarse del corrillo. Miré a Mary Windsor y vi un rostro diferente. Vi el rostro de la mujer que había empezado un negocio de la nada y lo había llevado a la cima. También miré a Dobbs de un modo diferente, dándome cuenta de que probablemente había estado susurrando dulcemente en el oído de Windsor desaprobaciones de mi trabajo en todo momento.

Lo dejé estar y me concentré en lo que nos ocupaba.

– Sólo hay una cosa que le gusta menos a la oficina del fiscal que perder un veredicto -dije-. Y eso es ser avergonzada por un juez con un veredicto directo, especialmente después de un hallazgo de mala conducta por parte de la fiscalía. Minton ha bajado a hablar con su jefe y es un hombre muy político y siempre sabe por dónde sopla el viento. Podríamos saber algo dentro de unos pocos minutos.

Roulet estaba directamente delante de mí. Miré por encima de su hombro y vi que Sobel continuaba de pie en el pasillo. Estaba hablando por un teléfono móvil.

– Escuchen-dije-i Quédense sentados tranquilos. Si no tengo noticias de la oficina del fiscal, volveremos a la sala dentro de veinte minutos para ver qué quiere hacer la jueza. Así que quédense cerca. Si me disculpan, voy al lavabo.

Me alejé de ellos y recorrí el pasillo en dirección a Sobel, pero Roulet se alejó de su madre y su abogado y me dio alcance. Me cogió por el brazo para detenerme.

– Todavía quiero saber cómo consiguió Corliss esa mierda que está diciendo -preguntó.

– ¿Qué importa? Nos beneficia. Es lo que importa.

Roulet acercó su rostro al mío.

– El tipo me ha llamado asesino desde el estrado. ¿Cómo me beneficia eso?

– Porque nadie le creyó. Y por eso está cabreada la jueza, porque han usado a un mentiroso profesional para subir al estrado y decir las peores cosas de usted. Ponerlo delante de un jurado y después tener que revelar al tipo como un mentiroso es conducta indebida. ¿No lo ve? He tenido que subir las apuestas. Era la única forma de presionar a la jueza para amonestar a la fiscalía. Estoy haciendo exactamente lo que quería que hiciera, Louis. Voy a sacarlo en libertad.

Lo examiné mientras él calibraba la información.