Выбрать главу

– Así que déjelo estar -dije-. Vuelva con su madre y con Dobbs y déjeme mear.

Negó con la cabeza.

– No, no voy a dejarlo, Mick.

Apretó un dedo en mi pecho.

– Está ocurriendo algo más, Mick, y no me gusta. Ha de recordar algo. Tengo su pistola. Y tiene una hija. Ha de…

Cerré mi mano sobre la suya y la aparté de mi pecho.

– No amenace nunca a mi familia -dije con voz controlada pero airada-. Si quiere venir a por mí, bien, venga a por mí. Pero nunca vuelva a amenazar a mi hija. Le enterraré tan hondo que no lo encontrarán jamás. ¿Lo ha entendido, Louis?

Lentamente asintió y una sonrisa le arrugó el rostro.

– Claro, Mick. Sólo quería que nos entendiéramos mutuamente.

Le solté la mano y lo dejé allí. Empecé a caminar hacia el final del pasillo donde estaban los lavabos y donde Sobel parecía estar esperando mientras hablaba por el móvil. Estaba caminando a ciegas, con los pensamientos de la amenaza a mi hija nublándome la visión, pero al acercarme a Sobel me espabilé. Ella terminó la llamada cuando yo llegué allí.

– Detective Sobel -dije.

– Señor Haller-dijo ella.

– ¿Puedo preguntarle por qué está aquí? ¿Van a detenerme?

– Estoy aquí porque me invitó, ¿recuerda?

– Ah, no, no lo recordaba.

Ella entrecerró los ojos.

– Me dijo que debería ver su juicio.

De repente me di cuenta de que ella se estaba refiriendo a la extraña conversación en la oficina de mi casa durante el registro del lunes por la noche.

– Ah, sí, lo había olvidado. Bueno, me alegro de que aceptara mi oferta. He visto a su compañero antes. ¿Qué le ha pasado?

– Ah, está por aquí.

Traté de interpretar algo en sus palabras. No había respondido a mi pregunta de si iban a detenerme. Señalé con la cabeza en dirección a la sala del tribunal.

– Entonces, ¿qué opina?

– Interesante. Me habría gustado ser una mosca en la pared de la oficina de la jueza.

– Bueno, quédese. Todavía no ha terminado.

– Quizá lo haga.

Mi teléfono móvil empezó a vibrar. Busqué bajo la chaqueta y lo saqué de mi cadera. La pantalla de identificación de llamada decía que era de la oficina del fiscal del distrito.

– He de atender esta llamada -dije.

– Por supuesto -dijo Sobel.

Abrí el teléfono y empecé a caminar por el pasillo hacia donde Roulet estaba paseando.

– ¿Hola?

– Mickey Haller, soy Jack Smithson, de la oficina del fiscal. ¿Cómo le va el día?

– He tenido mejores.

– No después de lo que voy a ofrecerle.

– Le escucho.

43

La jueza no salió de su despacho hasta pasados quince minutos más de los treinta que había prometido. Estábamos todos esperando: Roulet y yo en la mesa de la defensa; su madre y Dobbs justo detrás, en primera fila. En la mesa de la acusación, Minton ya no volaba en solitario. Junto a él se había sentado Jack Smithson. Yo estaba pensando que probablemente era la primera vez que pisaba un tribunal en un año.

Minton se mostraba abatido y derrotado. Sentado junto a Smithson, uno podría haberlo tomado por un acusado junto a su abogado. Parecía culpable como un acusado.

El detective Booker no estaba en la sala y me pregunté si estaría trabajando en algo o si simplemente nadie se había molestado en llamarle para darle la mala noticia.

Me volví para mirar el gran reloj de la pared de atrás y examinar la galería. La pantalla de la presentación de Power Point de Minton ya no estaba, una pista de lo que se avecinaba. Vi a Sobel sentada en la fila de atrás, pero no así ni a su compañero ni a Kurlen. No había nadie más salvo Dobbs y Windsor, y ellos no contaban. La fila reservada a los medios estaba vacía. Los medios no habían sido alertados. Yo estaba cumpliendo mi parte del trato con Smithson.

El ayudante Meehan llamó al orden en la sala y la jueza

Fullbright ocupó el banco con un floreo y el aroma de lilas flotó hacia las mesas. Supuse que se habría fumado uno o dos cigarrillos en el despacho y se había excedido con el perfume para tapar el olor.

– En la cuestión del Estado contra Louis Roulet, entiendo por mi alguacil que tenemos una moción.

Minton se levantó.

– Sí, señoría.

No dijo nada más, como si no fuera capaz de hablar.

– Bien, señor Minton, ¿me la va a enviar por telepatía?

– No, señoría.

Minton miró a Smithson, que le dio su permiso con la cabeza.

– El Estado ha decidido retirar todos los cargos contra Louis Ross Roulet.

La jueza asintió con la cabeza como si hubiera esperado ese movimiento. Oí que alguien tomaba aire detrás de mí y supe que era Mary Windsor. Ella sabía lo que iba a ocurrir, pero había contenido sus emociones hasta oírlo en la sala.

– ¿Con o sin perjuicio? -preguntó la jueza.

– Retirado con perjuicio.

– ¿Está seguro de eso, señor Minton? Eso significa que no puede haber recurso del Estado.

– Sí, señoría, lo sé -dijo Minton con una nota de molestia por el hecho de que la jueza necesitara explicarle la ley.

La jueza anotó algo y luego volvió a mirar a Minton.

– Creo que para que conste en acta el Estado ha de ofrecer algún tipo de explicación de esta moción. Hemos elegido un jurado y hemos escuchado más de dos días de testimonios. ¿Por qué el Estado toma esta medida en esta fase, señor Minton?

Smithson se levantó. Era un hombre alto y delgado, de tez pálida. Era un espécimen de fiscal. Nadie quería a un hombre obeso como fiscal del distrito y eso era precisamente lo que esperaba ser algún día. Llevaba una americana color gris marengo junto con lo que se había convertido en su sello personaclass="underline" una pajarita granate y un pañuelo a juego que asomaba del bolsillo del pecho del traje.

Entre los profesionales de la defensa se había corrido la voz de que un consejero político le había dicho que empezara a construirse una imagen reconocible por los medios con objeto de que cuando llegara el momento de la carrera electoral los votantes pensaran que ya lo conocían. La presente era una situación en la que no quería que los medios llevaran su imagen a los votantes.

– Si se me permite, señoría -dijo.

– Que conste en acta la presencia del ayudante del fiscal del distrito John Smithson, director de la División de Van Nuys. Bienvenido, Jack. Adelante, por favor.

– Jueza Fullbright, ha llegado a mi atención que en el interés de la justicia los cargos contra el señor Roulet deberían ser retirados.

Pronunció mal el apellido Roulet.

– ¿Es la única explicación que puede ofrecer, Jack? -preguntó la jueza.

Smithson reflexionó antes de responder. A pesar de que no había periodistas presentes, el registro de la vista sería público y sus palabras visibles más tarde.

– Señoría, ha llegado a mi atención que se produjeron irregularidades en la investigación y la posterior acusación. Esta oficina se basa en la creencia en la santidad de nuestro sistema de justicia. Yo lo salvaguardo personalmente en la División de Van Nuys y me lo tomo, muy, muy en serio. Y por tanto es mejor que rechacemos un caso a que veamos la justicia posiblemente comprometida en algún modo.

– Gracias, señor Smithson. Es refrescante oírlo.

La jueza tomó otra nota y luego nos volvió a mirar.

– Se aprueba la moción del Estado -dijo-. Todos los cargos contra el señor Roulet se retiran con perjuicio. Señor Roulet, queda usted absuelto.

– Gracias, señoría -dije.

– Todavía tenemos un jurado que ha de volver a la una -dijo Fullbright-. Lo reuniré y explicaré que el caso ha quedado resuelto. Si alguno de los letrados desea volver entonces, estoy segura de que los miembros del jurado tendrán preguntas para hacerles. No obstante, no se requiere que vuelvan.

Asentí con la cabeza, pero no dije que no iba a volver. Las doce personas que habían sido tan importantes durante la última semana acababan de caer del radar. Ahora significaban tan poco para mí como los conductores que circulan en sentido contrario por la autopista. Habían pasado a mi lado y para mí ya no existían.