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– Sí, es por usted. Alguien le dio un chivatazo del caso. Si no quiere que lo graben, úseme como escudo.

Roulet cambió de posición, de manera que yo quedé bloqueando la visión del cámara que estaba al otro lado de la sala. Eso disminuía las posibilidades de que el hombre pudiera vender el reportaje y la película a un programa de noticias local. Eso era bueno. También significaba que si lograba vender la historia, yo sería el punto focal de las imágenes que la acompañaran. Eso también era bueno.

Anunciaron el caso Roulet, el alguacil pronunció mal el apellido, y Maggie anunció su presencia por la acusación y luego yo anuncié la mía. Maggie había aumentado los cargos, lo cual era el modus operandi habitual de Maggie McFiera. Roulet se enfrentaba ahora a la acusación de intento de homicidio, además del de intento de violación, lo cual facilitaría el argumento de que no se estableciera fianza.

El juez informó a Roulet de sus derechos constitucionales y estableció el 21 de marzo como fecha para la lectura formal de los cargos. En nombre de Roulet, pedí que se rechazara la petición de que no se fijara fianza. Esto puso en marcha un animado toma y daca entre Maggie y yo, todo lo cual fue arbitrado por el juez, quien sabía que habíamos estado casados porque había asistido a nuestra boda. Mientras que Maggie enumeró las atrocidades cometidas en la persona de la víctima, yo a mi vez me referí a los vínculos de Roulet con la comunidad y los actos de caridad. También señalé a C. C. Dobbs en la galería y ofrecí subirlo al estrado para seguir discutiendo acerca de la buena posición de Roulet. Dobbs era mi as en la manga. Su talla en la comunidad legal influiría más que la posición de Roulet y ciertamente sería tenida en cuenta por el juez, que mantenía su posición en el estrado a instancias de sus votantes, y de los contribuyentes a su campaña.

– El resumen, señoría, es que la fiscalía no puede argumentar que exista riesgo de que este hombre huya o sea un peligro para la comunidad -dije en mis conclusiones-. El señor Roulet está anclado en esta comunidad y no pretende hacer otra cosa que defenderse vigorosamente de los falsos cargos que han sido presentados contra él.

Usé la expresión «defenderse vigorosamente» a propósito, por si la declaración salía en antena y resultaba que la veía la mujer que los había presentado.

– Su señoría -respondió Maggie-, grandilocuencias aparte, lo que no debe olvidarse es que la víctima de este caso fue brutalmente…

– Señora McPherson -interrumpió el juez-. Creo que ya hemos ido bastante de un lado al otro. Soy consciente de las heridas de la víctima y de la posición del señor Roulet. También tengo una agenda completa hoy. Voy a establecer la fianza en un millón de dólares. Asimismo voy a exigir que el señor Roulet sea controlado por el tribunal mediante comparecencias semanales. Si se salta una, pierde su libertad.

Eché un rápido vistazo a la galería, donde Dobbs estaba sentado al lado de Fernando Valenzuela. Dobbs era un hombre delgado que se había rapado al cero para disimular una calvicie incipiente. Su delgadez aparecía exagerada por el voluminoso contorno de Valenzuela. Esperé una señal para saber si debía aceptar la fianza propuesta por el juez o pedir que rebajara la cantidad. A veces un juez siente que te está haciendo un regalo y puede explotarte en la cara si pides más, o en este caso menos.

Dobbs estaba sentado en el primer asiento de la primera fila. Simplemente se levantó y se dirigió a la salida, dejando a Valenzuela atrás. Interpreté que eso significaba que podía plantarme, que la familia Roulet podía asumir el millón. Me volví hacia el juez.

– Gracias, señoría -dije.

El alguacil inmediatamente anunció el siguiente caso. Miré a Maggie, que estaba cerrando la carpeta relacionada con el caso en el que ya no iba a participar. Se levantó, atravesó el recinto de los letrados y continuó por el pasillo central de la sala. No habló con nadie ni me miró.

– ¿Señor Haller?

Me volví hacia mi cliente. Detrás de él vi a un ayudante del sheriff llegando para volverlo a llevar al calabozo. Lo trasladarían en autobús la media manzana que lo separaba de la prisión y, en función de lo rápido que trabajaran Dobbs y Valenzuela, sería liberado antes de que finalizara el día.

– Trabajaré con el señor Dobbs para sacarle -dije-. Luego nos sentaremos y hablaremos del caso.

– Gracias -dijo Roulet cuando se lo llevaban-. Gracias por estar aquí.

– Recuerde lo que le he dicho. No hable con desconocidos. No hable con nadie.

– Sí, señor.

Después de que se hubo ido, yo me acerqué a Valenzuela, que estaba esperándome en la puerta con una gran sonrisa en el rostro. Probablemente la fianza de Roulet era la más grande que había garantizado nunca. Eso significaba que su comisión sería la más grande que jamás hubiera recibido. Me dio un golpecito en el antebrazo al salir.

– ¿Qué te había dicho? -comentó-. Aquí tenemos un filón, jefe.

– Ya veremos, Val -dije-. Ya veremos.

5

Todos los abogados que trabajan en la maquinaria judicial tienen dos tarifas. Está la lista A, que enumera los honorarios que el abogado quiere cobrar por ciertos servicios prestados. Y está la lista B: los honorarios que está dispuesto a aceptar porque es todo lo que el cliente puede pagar. Un filón de cliente es un acusado que quiere ir a juicio y dispone del dinero para pagar a su abogado los honorarios de la lista A. Desde la primera comparecencia a la lectura oficial de cargos, la vista preliminar, el juicio y la apelación, el cliente filón requiere cientos o miles de horas facturables. Puede mantener el depósito lleno durante dos o tres años. En mi lugar de caza, son el animal más raro y más buscado de la selva.

Y todo parecía indicar que Valenzuela había acertado. Louis Roulet tenía cada vez más pinta de ser un filón. Yo había pasado un periodo de sequía. Hacía casi dos años que no me encontraba con algo parecido a un caso o un cliente filón. Me refiero a un caso que te reporta una cantidad de seis cifras. Había muchos que empezaban dando la sensación de que podrían alcanzar esa extraña cota, pero nunca llegaban al final.

C. C. Dobbs me esperaba en el pasillo exterior de la sala del tribunal. Estaba de pie junto al ventanal con vistas a la plaza del complejo municipal. Caminé deprisa hacia él. Contaba con unos pocos segundos de ventaja sobre Valenzuela, que ya estaba saliendo, y quería disponer de un momento a solas con Dobbs.

– Lo siento -dijo Dobbs antes de que yo tuviera ocasión de hablar-. No quería quedarme ni un minuto más ahí. Era tan deprimente ver al chico encerrado en ese corral de ganado…

– ¿El chico?

– Louis. He representado a la familia durante veinticinco años. Supongo que todavía lo considero un chico.

– ¿Va a poder sacarlo?

– No habrá problema. He llamado a la madre de Louis para ver cómo quiere manejarlo, si quiere avalar con propiedades o pagar la fianza.

Avalar con propiedades para cubrir una fianza de un millón de dólares significaría que el valor de la propiedad no podía estar afectado por una hipoteca. Además, el tribunal podía requerir una tasación actualizada de la propiedad, lo cual tardaría varios días y mantendría a Roulet en prisión. En cambio, una fianza podía ser depositada a través de Valenzuela, que cobraba una comisión del diez por ciento. La diferencia era que el diez por ciento no se devolvía. Se lo quedaba Valenzuela por sus riesgos y problemas, y era la razón de su amplia sonrisa en la sala. Después de pagar su cuota del seguro sobre la fianza del millón de dólares, acabaría embolsándose casi noventa mil. Y le preocupaba que yo me acordara de él.

– ¿Puedo hacer una sugerencia? -pregunté.

– Sin duda.

– Louis parecía un poco frágil cuando lo he visto en el calabozo. Yo en su caso trataría de sacarlo lo antes posible. Para eso necesita que Valenzuela se encargue de la fianza. Le costará cien mil, pero el chico estará fuera y a salvo, ¿entiende?