Por consiguiente, no fue difícil observar que faltaban unos libros. Había un espacio claramente definido, y el polvo que cubría el hueco en la estantería me informó de que el archivo en cuestión había desaparecido hacía varias semanas, aunque no (a juzgar por el polvo que cubría los libros adyacentes) varios años. El otro espacio no fue tan sencillo de detectar, pero la curiosa holgura con que estaban dispuestos los volúmenes en una estantería me indicó que uno de ellos había sido extraído hacía poco.
Me complació comprobar que uno de los colaboradores del obispo (o quizás un antiguo empleado del Santo Oficio) se había esmerado en disponer los libros en orden, ayudándome así a deducir el contenido de uno de los volúmenes que faltaban. Puesto que los archivos situados a ambos lados del espacio que había dejado este tomo comprendían unos testimonios de los habitantes de Crieux, deduje que el archivo que faltaba comprendía también los pecados de esa aldea. No me sorprendió que las actas hubieran sido registradas a instancias del inquisidor mencionado por el padre Augustin en su nota marginal. Decididamente, el padre Augustin había estado buscando este archivo extraviado. Y decididamente, no hacía mucho que se había extraviado.
El otro archivo que faltaba era antiguo, pues databa al menos de cuarenta años atrás. Por desgracia, no conseguí adivinar siquiera su contenido, debido al ligero cambio de lugar de los archivos contiguos (¿destinado tal vez a ocultar la llamativa ausencia del tomo?). Incluso después de consultar algunos de esos archivos, no logré deducir qué aldeas faltaban. Por tanto, ya que no podía hacer nada más, fui en busca del hermano Louis, a quien hallé con el oído pegado a la puerta de la sala de audiencias del obispo. Al verme, me miró enojado.
Era evidente que yo había interrumpido una parte importante de la discusión.
– ¿Habéis terminado, padre? -me preguntó el hermano Louis, prosiguiendo sin aguardar mi respuesta-: Entonces cerraré con llave. No es necesario que os acompañe a la puerta.
– Faltan dos archivos, hermano -dije, antes de que me obligara a cruzar el umbral-. ¿Los habéis tomado vos? ¿O fue el obispo?
– ¡Por supuesto que no! -Aunque Louis hablaba quedo, su voz denotaba temor e ira-. ¡Jamás tocamos esos libros! Es probable que se los llevara el padre Pierre-Julien.
– ¿ El padre Pierre-Julien?
– Ha estado aquí esta mañana. Lo he visto salir con un archivo bajo el brazo.
– ¿Ah, sí? -Un dato muy interesante-. ¿Uno o dos archivos?
– Preguntádselo al padre Pierre-Julien. Yo no soy quién para inmiscuirme en sus asuntos.
– Desde luego. Lo comprendo. -Entonces pregunté al hermano Louis, con tono conciliador, sobre Raymond Donatus, quien hacía un par de días había visitado el palacio. ¿Se había llevado algún archivo?
Louis frunció el ceño.
– Raymond Donatus no vino por aquí -respondió-. No lo he visto desde hace… varias semanas. Meses.
– ¿Estáis seguro?
– Sí, padre. -De nuevo, intuí que Louis se debatía entre el temor y la furia-. No hemos visto a nadie del Santo Oficio excepto al hermano Lucius. El hermano Lucius siempre me entrega los archivos a mí.
– Pero ¿no entra en la biblioteca?
– No, padre.
– ¿La última vez que estuvo aquí Raymond Donatus se llevó algunos archivos?
– Es posible. No lo recuerdo. Hace mucho tiempo.
– ¿ Pero habríais reparado en ello?
– ¡Tengo que ocuparme de muchas de cosas, padre! ¡Siempre estoy muy atareado!
– Por supuesto.
– Ahora mismo, por ejemplo, debería estar en la sala de audiencias, con el obispo Anselm. Me ha pedido que regrese en cuanto terminarais en la biblioteca. ¿Habéis terminado, padre?
Al comprender que Louis no me serviría de más ayuda, respondí afirmativamente y me marché. A continuación me dirigí al Santo Oficio, confiando en encontrar a Pierre-Julien.
Para mi sorpresa, al salir me topé con él frente al palacio. Estaba sudoroso y acalorado y tenía las mejillas arreboladas. Portaba dos archivos inquisitoriales bajo el brazo.
– ¡Vos! -exclamó, y se detuvo de repente-. ¿Qué hacéis aquí?
Yo podría haberle formulado la misma pregunta. Lo cierto era que deseaba hacerle esa pregunta. Pero como había aprendido a ser cauteloso con Pierre-Julien, respondí con tono humilde y afable.
– He venido a consultar la biblioteca del obispo -contesté.
– ¿ Por qué motivo?
– Porque antes de desaparecer, Raymond me comunicó que faltaba un archivo. Y he comprobado que faltan dos. -fijando la vista en los archivos que Pierre-Julien portaba bajo un brazo, no pude por menos de preguntarle-: ¿Son ésos los archivos que faltan?
Pierre-Julien miró los volúmenes con expresión ausente, como si no los hubiera visto jamás. Cuando volvió a alzar la vista, parecía desconcertado y tardó unos instantes en responder.
– Así es -contestó por fin-. He venido a devolverlos.
– ¿Os habéis llevado uno esta mañana?
– Sí. Yo… me he llevado uno esta mañana. -De improviso Pierre-Julien empezó a hablar atropelladamente-. Como ya os he dicho, autoricé a Raymond a que se llevara un archivo a casa. Como no encontraron el archivo allí, he venido esta mañana para consultar la copia del obispo. Al hacerlo, se me ha ocurrido que quizás el senescal, al registrar la casa de Raymond, había confundido nuestros archivos inquisitoriales con los de Raymond. De modo que he ido a verle y le he pedido que me mostrara los archivos que él había hallado. ¡Imaginad la alegría que me he llevado al comprobar que había acertado!
– De manera que…
– Raymond tenía en su poder no sólo el archivo que yo le había entregado, sino las dos copias de otro volumen de testimonios que deduzco que le había pedido el padre Augustin. -Esbozando una sonrisa un tanto forzada, Pierre-Julien me mostró los tomos encuadernados en cuero que sostenía-. ¡El misterio está aclarado! -declaró.
Yo no estaba de acuerdo con él. Mientras ponía en orden mis pensamientos, se me ocurrieron varios interrogantes.
– Raymond me dijo que faltaban esos archivos -señalé-. Los que le había pedido el padre Augustin.
– Supongo que debió de encontrarlos.
– ¿Entonces por qué no me los entregó a mí?
– Sin duda… sin duda le sobrevino la muerte antes de poder hacerlo.
Era una explicación razonable. Mientras yo meditaba en ella, Pierre-Julien prosiguió:
– Acabo de restituir nuestras copias al scriptorium. Ahora devolveré estos volúmenes al obispo y asunto resuelto.
– ¿Decís que estos archivos obraban en poder del senescal? -pregunté intrigado por el nuevo interrogante que se me acababa de ocurrir-. ¿Por qué se llevó los archivos de Raymond? ¿Con qué objeto?
– ¡Pues para comprobar si contenían algunas pruebas! -replicó Pierre-Julien con tono irritado-. Sois un tanto lento de reflejos, hermano.
– Pero no debió de examinarlos. De haberlo hecho, habría observado que algunos no pertenecían a Raymond.
– ¡Precisamente! El senescal es un hombre muy atareado. No había examinado los documentos. De haberlo hecho, por supuesto que nos lo habría advertido.
– ¿Y todavía tiene en su poder los otros archivos? ¿Los archivos notariales de Raymond?
– Supongo que sí.