Se volvió al ver la luz de los faros de un coche -el camuflado para la vigilancia- con Claverhouse que bajaba el cristal de la ventanilla.
– Los hemos perdido en Causewayside. Supongo que es un auto robado. Habrán seguido a pie.
– Hay que llevarle a urgencias -dijo Rebus abriendo la portezuela trasera.
Clarke encontró una caja de pañuelos de papel y sacó un puñado para dárselos.
– Creo que no basta con unos cuantos -dijo Rebus.
– Son para ti -contestó Siobhan.
Capítulo 2
Tardaron tres minutos en llegar al Royal Infirmary. En el Departamento de Accidentes y Urgencias estaban adoptando las medidas necesarias para los ingresos por lesiones de fuegos artificiales. Rebus fue a los servicios, se quitó la chaqueta y lavó la camisa lo mejor que pudo. Tenía un manchurrón de sangre reseca en el pecho; se puso de espaldas al espejo para mirarse, había más por detrás. Llevaba un montón de toallas de papel mojadas y en el coche guardaba una muda, pero estaba en Flint Street. En ese momento se abrió la puerta y entró Claverhouse.
– Esto es lo único que he encontrado -dijo tendiéndole una camiseta negra de manga corta con la llamativa imagen de un zombi de mirada satánica que esgrimía una guadaña-. Es de uno de los médicos jóvenes y le he prometido devolvérsela.
Rebus se secó con otro montón de toallas de papel y le preguntó si aún tenía sangre.
– Te queda algo en la frente -respondió Claverhouse limpiándosela.
– ¿Cómo está?-preguntó Rebus.
– Dicen que no correrá peligro si no se produce infección cerebral.
– ¿Tú qué crees que ha sido?
– Un aviso de Big Ger para Telford.
– ¿Es un hombre de Telford?
– Se niega a declarar.
– ¿Y cómo explica lo que le ha pasado?
– Dice que se cayó por una escalera y se golpeó la cabeza.
– ¿Y lo del coche?
– Que no lo recuerda -Claverhouse hizo una pausa-. Oye, John…
– ¿Qué?
– Una enfermera me ha encargado que te diga algo.
Rebus se lo imaginó por el tono de voz.
– ¿El test del sida?
– Lo han estado comentando.
Rebus recapacitó: sangre en los ojos, en los oídos y en el cuello, pero volvió a mirarse y vio que no tenía arañazos ni cortes.
– Ya veremos -dijo.
– Tal vez deberíamos suspender la vigilancia -dijo Claverhouse- y dejarles que se maten unos a otros.
– ¿Con una flota de ambulancias preparada para recoger los muertos?
Claverhouse lanzó un bufido.
– ¿Es propio de Big Ger esta clase de advertencia?
– Ya lo creo -contestó Rebus cogiendo la chaqueta.
– ¿Y lo de la puñalada en el club nocturno no?
– No.
Claverhouse se echó a reír forzadamente restregándose los ojos.
– Bueno, nos quedamos sin patatas fritas, ¿no? Ahora lo que me tomaría sería un trago.
Rebus metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la petaca de Bell's.
Claverhouse rompió el precinto sin mostrar sorpresa, echó un trago, lo empujó con otro y le devolvió la botella.
– La receta del médico.
Rebus enroscó el tapón.
– ¿Tú no tomas?
– He dejado de beber -dijo Rebus pasando un dedo por la etiqueta.
– ¿Desde cuándo?
– Desde el verano.
– ¿Y por qué llevas una botella?
Rebus la contempló.
– Porque no es una botella.
Claverhouse no acababa de entenderlo.
– ¿Pues qué, si no?
– Una bomba -contestó Rebus guardándosela en el bolsillo-. Una bomba para suicidas.
Volvieron a Accidentes y Urgencias. Siobhan Clarke les aguardaba delante de una puerta cerrada.
– Han tenido que darle un calmante -dijo-. Se levantó y quería irse -añadió señalando en el suelo unos rastros de sangre con pisadas.
– ¿Sabemos cómo se llama?
– No lo ha dicho ni lleva encima nada que permita identificarle. Sólo unas doscientas libras; por lo tanto, descartado el atraco. ¿Tú qué arma crees que han empleado? ¿Un martillo?
Rebus se encogió de hombros.
– Un martillo fractura el hueso y el colgajo era muy limpio. Yo creo que fue un tajo con un cuchillo de carnicero.
– Algo así o un machete -añadió Claverhouse.
Clarke lo miró.
– Huelo a whisky.
Claverhouse se llevó un dedo a los labios.
– ¿Alguna cosa más? -preguntó Rebus.
Clarke se encogió de hombros.
– Un simple comentario.
– ¿Qué?
– Esa camiseta me encanta.
Claverhouse echó unas monedas en la máquina y sacó tres cafés. Había llamado a su despacho para decir que suspendían la vigilancia, pero les ordenaron permanecer en el hospital para ver si el herido declaraba algo y podían identificarlo. Claverhouse tendió el café a Rebus.
– Con leche y sin azúcar.
Rebus lo cogió con la mano libre; en la otra tenía una bolsa de plástico con la camisa. La llevaría a la tintorería, era una camisa buena.
– ¿Sabes qué, John? -dijo Claverhouse-. No hace falta que te quedes.
Claro. Su casa no estaba lejos cruzando por los Meadows. Su gran piso vacío. En la vivienda contigua unos estudiantes no dejaban de poner música; una música desconocida para él.
– Tú que conoces la banda de Telford -dijo-, ¿no sabes quién es ése?
Claverhouse se encogió de hombros.
– Advertí en él un cierto parecido con Danny Simpson.
– Pero no estás seguro.
– Si es Danny, lo único que le sacaremos será el nombre. Telford sabe escoger bien a sus hombres.
Clarke se acercó a ellos y cogió el café que le tendía Claverhouse.
– Es Danny Simpson -aseguró-. He vuelto a echarle un vistazo una vez limpio de sangre -dio un sorbo de café y frunció el ceño-. ¿Y el azúcar?
– Tú tienes dulzura de sobra -replicó Claverhouse.
– ¿Por qué elegirían a Simpson? -preguntó Rebus.
– Tal vez le sorprendieron -aventuró Claverhouse.
– Además, dado que no es nadie importante en el escalafón -añadió Clarke- puede considerarse un aviso.
Rebus la miró. Cabello negro corto, cara inteligente con ojos brillantes. Sabía que trabajaba bien con los sospechosos, tranquilizándolos y escuchándolos con atención. Y en la calle era también buena y rápida de pies y reflejos.
– Ya te digo, John -dijo Claverhouse apurando el café-, puedes irte cuando quieras…
Rebus miró el pasillo de arriba abajo.
– ¿Estorbo o qué?
– No es eso. Pero estás en servicio de enlace. Punto. Ya sé cuál es tu manera de trabajar y que te entregas a los casos, demasiado incluso. Ejemplo de ello: Candice. Quiero decir…
– ¿Lo que quieres decir es que no me entrometa?
A Rebus se le encendieron las mejillas: «Ejemplo: Candice».
– Simplemente quiero decir que es nuestro caso. No el tuyo.
– No entiendo -dijo Rebus entornando los ojos.
Clarke intervino.
– John, lo que quiere decir…
– ¡Bah! Vale, Siobhan. Déjale que se explique.
Claverhouse suspiró, espachurró el vaso vacío y miró en torno buscando una papelera.
– John, la investigación sobre Telford implica no perder de vista a Big Ger Cafferty y a su banda.
– ¿Y bien?
Claverhouse lo miró.
– OK, ¿quieres que te lo deletree? Ayer fuiste a Barlinnie; las noticias vuelan. Viste a Cafferty y estuvisteis charlando.
– Él me pidió que fuese -mintió Rebus.
Claverhouse alzó las manos.
– El hecho es que, como acabas de decir, te pidió que fueses y fuiste -añadió encogiéndose de hombros.
– ¿Pretendes decir que me tiene metido en el bolsillo? -replicó Rebus alzando la voz.
– Chicos, chicos -terció Clarke.
Se abrieron las hojas de la puerta del fondo del pasillo para dar paso a un joven de traje oscuro, que iba camino de la máquina de bebidas balanceando una cartera y tarareando una melodía, pero al llegar junto a ellos dejó de canturrear, puso la cartera en el suelo para buscar calderilla en los bolsillos y los miró sonriente.