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Las doce y cuarto. Sonó el teléfono. Era Jack Morton.

– ¿Estás en casa sano y salvo? -preguntó Rebus.

– Vivito y coleando.

– ¿Has hablado con Claverhouse?

– Que espere. Vuelvo a llamarte como dije.

– Bueno, ¿qué te han propuesto?

– Realmente no ha sido más que un interrogatorio por parte de un tipo de pelo moreno rizado y teñido que llevaba vaqueros ajustados.

– El Guapito.

– Se maquilla.

– Eso parece. En resumen, ¿qué?

– He superado la segunda barrera, pero nadie ha mencionado todavía nada de lo que tengo que hacer. Hoy ha sido una especie de sesión introductoria. Querían saber mi vida y me han dicho que pueden solucionar mis preocupaciones monetarias si les ayudo a resolver un «problemita», según palabras de El Guapito.

– ¿Has preguntado cuál era el problema?

– No me lo ha dicho. Para mí que consultará con Telford para después sostener otra entrevista en la que me expongan el plan.

– ¿Irás con un micro?

– Sí.

– ¿Y si te registran?

– Claverhouse ha conseguido uno minúsculo de los que caben en un gemelo.

– ¿Y el personaje que encarnas gasta gemelos?

– Claro. Seguramente llevaré el transmisor camuflado en un bolígrafo de ejecutivo.

– Muy acertado.

– Pero estoy sin un céntimo.

– ¿Cómo era el ambiente?

– Tenso.

– ¿Viste a Tarawicz o a Shoda?

– No. Sólo a El Guapito y a la horrenda pareja.

– La parejita Tararí y Tarará, que dice Claverhouse.

– Es que es de cultura más clásica -comentó Morton haciendo una pausa-. ¿Has hablado con él?

– Al ver que tú no llamabas.

– Me conmueves. ¿Crees que dará la talla?

– ¿Claverhouse? -preguntó Rebus pensativo-. Estaría más tranquilo si yo dirigiese la operación. Pero no creo que sacara muchos votos.

– Yo no he dicho que fuera a votar en contra.

– Jack, eres todo un amigo.

– Los de Telford estarán comprobando mis datos, pero no hay ninguna fisura y creo que me aprobarán.

– ¿Qué han preguntado de tu súbita llegada a Maclean's?

– Les he dicho que me han trasladado de otra fábrica. Si lo comprueban, verán que estaba en plantilla -Morton hizo otra pausa-. Oye, quiero que me digas…

– ¿Qué?

– El Guapito me ha dado un anticipo de cien libras. ¿Qué hago con ellas?

– Eso queda entre tú y tu conciencia, Jack. Hasta pronto.

– Buenas noches, John.

Por primera vez desde hacía tiempo Rebus fue a acostarse en la cama y durmió profundamente y sin soñar.

Capítulo 31

Cuando Rebus llegó por la mañana al hospital vio a los médicos en bata blanca alrededor de la cama de Sammy tomándole el pulso y enfocándole lucecitas en los ojos. Estaban preparando otro encefalograma y una enfermera desenredaba los delgados cables de color de los electrodos. Rhona tenía aspecto de haber pasado la noche en vela y nada más verle se puso en pie de un salto y corrió hacia él.

– ¡John, se ha despertado!

Él se acercó a la cama.

– ¿Cuándo?

– Esta noche.

– ¿Por qué no me llamaste?

– Lo intenté cuatro veces y comunicabas. Llamé a Patience y no contestaba.

– ¿Cómo fue? -preguntó mirando a Sammy y viéndola como siempre.

– Abrió los ojos… No de pronto, sino moviendo primero el globo ocular con los párpados cerrados. Pero de pronto los abrió.

Rebus advirtió que su presencia era una molestia para el personal médico. La mitad de su ser quería gritar «¡Somos los padres, joder!», pero la otra mitad anhelaba que hiciesen todo lo posible para que su hija recobrara el conocimiento. Cogió a Rhona por el hombro y salieron al pasillo.

– ¿Te… te miró? ¿Te dijo algo?

– Sólo miró al techo, al tubo fluorescente. Luego, creí que iba a parpadear pero volvió a cerrar los ojos y no los ha vuelto a abrir -dijo Rhona rompiendo a llorar-. Fue como… perderla otra vez.

Rebus la abrazó y ella se apretó contra él.

– Lo ha hecho una vez -le dijo él al oído- y ya verás como vuelve a hacerlo.

– Eso ha dicho uno de los médicos. Dice que es «muy esperanzador». ¡Oh, John tenía ganas de decírtelo! ¡Quería decírselo a todo el mundo!

Y él cargado de trabajo: Claverhouse, Jack Morton. Además, Sammy estaba como estaba por su culpa. Sammy y Candice eran como dos piedras lanzadas a un charco, pero ahora la amplitud de las ondas era tal que casi había olvidado el centro, el punto inicial. Igual que cuando se casó y el trabajo le absorbía como un fin en sí mismo. Y, además, aquel reproche de Rhona: «Te has aprovechado de todas tus relaciones».

Volver a nacer.

– Lo siento, Rhona -dijo.

– ¿Puedes decírselo a Ned? -replicó ella, echándose a llorar de nuevo.

– Anda -dijo él-, vamos a desayunar. ¿Llevas aquí toda la noche?

– No podía marcharme.

– Lo comprendo.

La besó en el cuello.

– El del coche…

– ¿Qué?

– Ya me da igual -dijo ella mirándole-. No me importa quiénes hayan sido ni que los cojan. Lo único que quiero es que Sammy despierte.

Rebus asintió con la cabeza, le dijo que la invitaba a desayunar y siguió hablando sin pensar realmente lo que contaba, pero sin dejar de darle vueltas a lo que ella acababa de decir: «No me importa quiénes hayan sido ni que los cojan…».

Por mucho que lo repitiese para sus adentros no lograba que le pareciese una claudicación.

En St. Leonard dio la noticia a Ned Farlowe y éste pidió que le permitiera ir al hospital pero Rebus se negó y le dejó llorando en la celda. En la mesa le esperaba el expediente de El Cangrejo.

William Andrew Colton, alias «El Cangrejo». Un chulo ya en su primera juventud; cumplía los cuarenta el 5 de noviembre, festividad de Guy Fawkes. Rebus no había tropezado mucho con él durante sus andanzas por Edimburgo, donde al parecer el Cangrejo había vivido un par de años en la década de los ochenta y después otros dos en la de los noventa, época en que Rebus fue testigo de cargo en un juicio por asociación criminal del que salió absuelto. En 1983 se vio implicado en una pelea en un pub, cuyo saldo fue un hombre en coma y la novia de éste con sesenta puntos en la cara; de sobra para tejer un par de manoplas.

El Cangrejo había desempeñado diversos trabajos: gorila, guardaespaldas y peón. Hacienda le había denunciado en 1986, y en 1988 se encontraba en la costa oeste, donde debió de conocer a Tommy Telford, quien al apreciar su capacidad muscular le colocó de portero en su club de Paisley. Más derramamiento de sangre y nuevas acusaciones que quedaron en nada. El Cangrejo siempre había tenido suerte, esa clase de suerte que impide en todas partes la labor de la policía: testigos amedrentados que no comparecen, se retractan o se niegan a aportar pruebas. El Cangrejo casi nunca llegaba al juicio. Había purgado tres condenas con un total de veintisiete meses en toda una carrera que ahora entraba en su cuarta década. Rebus repasó la documentación, cogió el teléfono y llamó al departamento de policía de Paisley. Habían trasladado a Motherwell a quien él quería consultar. Llamó allí y por fin le pusieron con el sargento Ronnie Hannigan y le explicó lo que quería.

– La verdad es que leyendo entre líneas da la impresión de que el Cangrejo tiene más en su haber de lo que figura en la ficha.

– Tiene razón -dijo Hannigan con un carraspeo-, hubo acusaciones que nunca se le pudieron probar. ¿Dice usted que anda ahora por el sur de Escocia?