– Caballeros -dijo-, ha sido muy instructivo.
– Era sadomasoquista -insistió Rebus mirando a Summers de hito en hito-. ¿Las ataba?
El Guapito lanzó un resoplido, negó con la cabeza una vez más y, en el momento en que su abogado le instaba a salir, dijo en voz baja a Rebus:
– Era para él.
«Era para él.»
Rebus fue al hospital y estuvo veinte minutos con Sammy. Veinte minutos para meditar y despejarse la cabeza. Veinte minutos para recuperarse al final de los cuales apretó la mano de su hija.
– Gracias por abrir los ojos -dijo.
En el piso pensó en prescindir del contestador automático hasta después de darse un baño, pues tenía hombros y espalda doloridos del viaje a Inverness, pero al final pulsó el botón: «Voy a reunirme con TT. Nos vemos después a las diez y media en el Oxford si puedo. Deséame suerte»; era la voz de Jack Morton.
No compareció hasta las once.
En el salón de atrás sonaba música folk y en el de la entrada se habría podido estar tranquilo de no haber sido por dos bocazas que debían de llevar allí desde la hora del cierre de oficinas. Iban trajeados con el periódico en el bolsillo y bebían gin-tonic.
Rebus preguntó a Morton qué tomaba.
– Zumo de naranja con gaseosa.
– Bien, ¿qué tal fue?
Rebus pidió la consumición de Morton; él había tomado dos Cocacolas en veinte minutos y ahora tenía un café delante.
– Parecen decididos.
– ¿Quién acudió a la reunión?
– Los de la tienda, Telford y un par de sus hombres.
– ¿Funcionó el transmisor?
– De primera.
– ¿Te registraron?
Morton negó con la cabeza.
– No se tomaron la molestia. Parecían preocupados por algo. ¿Te explico el plan? -Rebus asintió con la cabeza-. A media noche llegará un camión a la fábrica para que yo abra las puertas alegando que me ha llamado mi jefe dando el visto bueno.
– Pero él no te habrá llamado.
– Exacto. Será alguien haciéndose pasar por él y es lo que yo tengo que declarar a la policía.
– Te haremos cantar.
– Ya te digo, John, que el plan no está muy perfilado. Lo que sí creo es que han comprobado los datos de mi cobertura y han quedado contentos.
– ¿Quién irá en el camión?
– Diez hombres armados hasta los dientes. Mañana entregaré a Telford un plano general y le diré el número de vigilantes, el tipo de sistema de alarma…
– ¿Tú qué ganas?
– Cinco de los grandes. Él dice que no está nada mal puesto que cubre mis deudas y me queda un buen pico.
Cinco de los grandes; la misma cantidad retirada por Lintz del banco…
– ¿No sospechan nada?
– Han registrado el apartamento de arriba abajo.
– ¿Y no te han seguido hasta aquí?
Morton negó con la cabeza y Rebus pasó a contarle lo que había averiguado y lo que sospechaba. Morton le escuchó pensativo y Rebus le preguntó:
– ¿Qué plan tiene Claverhouse?
– Lo que hemos grabado sirve de prueba porque se oye la voz de Telford y a mí llamándole señor Telford al principio y después Tommy varias veces, por lo que no hay ninguna duda de que se trata de él. Pero… Claverhouse quiere capturar a toda la banda con las manos en la masa.
– «Hay que hacerlo bien.»
– Sí, es su latiguillo.
– ¿Cuándo será el golpe?
– El sábado, si no surgen imprevistos.
– ¿Qué te apuestas a que recibimos el soplo el viernes?
– Si tu teoría es correcta.
– Sí, claro.
Capítulo 33
La delación no llegó hasta el sábado a mediodía. Rebus estaba en lo cierto.
Claverhouse fue el primero en felicitarle, cosa que sorprendió a Rebus por lo atareado que estaba y porque no dejó traslucir nada cuando le pasaron la llamada. Las paredes de la sala de la Brigada Criminal se llenaron de planos de la factoría de drogas con los respectivos turnos de personal y marcadores de colores fijando la posición de los vigilantes de seguridad del turno de noche, que quedaría reforzado con fuerzas de la policía de Lothian y Borders: veinte agentes en el interior de la fábrica, con tiradores de élite situados en tejados y ventanas clave, y doce agentes fuera en vehículos camuflados. Era la operación cumbre en la carrera de Claverhouse y se esperaba mucho de él, que no cesaba de repetir «Hay que hacerlo bien», y añadía: «sin confiar en la suerte». Dos frases que había adoptado como si se tratara de un mantra.
Rebus escuchó la grabación de la voz que dio el chivatazo: «Estén esta noche en la fábrica Maclean's de Slateford. A las dos de la madrugada irán a atracarla diez hombres en un camión con herramientas. Si son listos pueden capturarlos a todos».
Era acento escocés pero parecía una llamada interurbana. Rebus sonrió, miró las bobinas girando y dijo en voz alta: «Hola, Cangrejo».
Era curioso que no mencionasen a Telford en absoluto. Sus hombres no se habían ido de la lengua. Era Tarawicz quien le delataba ignorando que la policía ya tenía pruebas grabadas del plan de Telford. Eso significaba que el ruso quería verle entre… No, no era eso. Fracasado el atraco y con diez de sus mejores hombres detenidos, Tarawicz no necesitaba que Telford estuviera entre rejas. Quería que siguiera en libertad y con la preocupación de la Yakuza pisándole los talones y en situación perentoria que le permitiera a él ocupar su puesto en cualquier momento y acapararlo todo. Sin necesidad de derramar sangre: sería una simple oferta de negocios.
– Hay que hacerlo…
– Bien -añadió Rebus-. Ya lo sabemos, Claverhouse, ¿vale?
Claverhouse perdió los estribos.
– ¡Recuerda que tú estás aquí porque yo lo tolero! ¡Que quede claro desde un principio! Una orden mía y estás fuera de este juego, ¿entendido?
Rebus se limitó a mirarle. Le corría el sudor por las sienes. Ormiston alzó la vista de la mesa y Siobhan Clarke, que estaba explicando algo a otro policía junto a un plano de la pared, se quedó callada.
– Prometo ser buen chico -dijo Rebus-, si tú prometes dejar ese disco rayado.
Claverhouse comenzó a apretar las mandíbulas pero al final esbozó una especie de sonrisa exculpatoria.
– Bien, continuemos.
No es que tuvieran mucho que hacer. Jack Morton estaba en el segundo turno y no entraba hasta las tres. Era a partir de esa hora cuando establecerían la vigilancia en la fábrica por si se producían cambios de última hora en el plan por parte de Telford. Lo cual significaba que muchos se iban a quedar sin ver el gran partido del Hibs contra el Hearts. Rebus había apostado por 3 a 2 a favor del equipo casero.
El comentario de Ormiston fue: «Ganas de perder dinero».
Rebus se sentó ante un ordenador y volvió a su trabajo. No tardó en acercarse Siobhan Clarke a curiosear.
– ¿Estás escribiendo la crónica para los periódicos sensacionalistas?
– Ojalá.
Procuró redactarlo en términos sencillos y cuando lo tuvo como él quería imprimió dos copias y salió a comprar dos carpetas de vivos colores…
Dejó una en la comisaría y se fue a casa porque estaba demasiado nervioso para ser útil en Fettes. En la escalera le estaban esperando tres y otros dos le salieron por detrás impidiéndole escapar. Rebus reconoció a Jake Tarawicz y a uno de los matones del desguace. A los otros no los conocía.
– Tire para arriba -dijo Tarawicz imperioso.
Rebus subió la escalera como un prisionero escoltado.
– Abra la puerta.
– De haber sabido que iban a venir habría comprado unas cervezas -dijo Rebus buscando las llaves en el bolsillo.
Pensó qué sería mejor, dejarles entrar o no, pero Tarawicz le sacó de dudas ya que a una seña suya le sujetaron por los brazos y unas manos rebuscaron en los bolsillos de la chaqueta y del pantalón para sacar las llaves. Él, sin inmutarse, no apartó la vista de Tarawicz.