– De acuerdo, doctor -dijo él volviendo a besarla en la mejilla-. Anda, lárgate.
Forzó una sonrisa y un guiño, que le parecieron una claudicación, y se quedó en la puerta viéndola alejarse. Muchas veces había pensado en dejar a su esposa y largarse, en momentos en que las responsabilidades y la mierda del trabajo, las presiones y aquel deseo acuciante le hacían soñar con la huida.
Y volvía a sentir la tentación de tomar el portante y largarse a donde fuera, a otro lugar en donde hacer algo distinto. Pero eso también sería claudicar pues le quedarían cuentas pendientes y motivos para saldarlas. Sabía que en alguna dependencia de la comisaría estaba Telford, a solas probablemente con Charles Groal. ¿Qué estrategia adoptaría la banda? ¿En qué momento convendría confrontar a Telford con la grabación? ¿Qué fase del interrogatorio sería la mejor para decirle que el vigilante de seguridad era un infiltrado de la policía y que había muerto?
Abrigaba esperanzas de poder acabar con Telford y meterle entre rejas.
De todos modos, no podía dejar de preguntarse -y no era la primera vez- si valía la pena. Había policías que se lo tomaban como un juego, otros como una cruzada, y algunos para quienes no era más que una manera de ganarse el pan. Se planteó por qué había recurrido a Jack Morton y comprendió que era por su deseo de que participase un amigo suyo en la operación, alguien que fuese como un vínculo propio; también porque pensaba que Jack estaba aburrido y le gustaría el reto; y porque el montaje requería que lo hiciera un policía no conocido en Edimburgo. Motivos no faltaban. Claverhouse le había preguntado si Morton tenía familia o alguien a quien dar la noticia; Rebus le dijo que estaba divorciado y tenía cuatro hijos.
¿Era culpa de Claverhouse? Era muy fácil hacerse el listo a toro pasado, cuando él sabía que Claverhouse tenía fama precisamente por procurar atarlo todo bien antes de pasar a la acción. Pero en esta ocasión había fracasado… y cómo.
La calzada helada. Habrían tenido que haber cerrado el portón porque a un camión tan potente le había sido fácil romper la barrera de coches.
Disponer tiradores en el edificio: en el patio interior era una buena medida, pero no habían sabido neutralizar allí al camión ni reaccionar al verlo hacer marcha atrás.
Y lo único que se había conseguido con situar agentes armados detrás del camión de marras fue un fuego cruzado.
Claverhouse les debía haber ordenado parar el motor, o mejor aún, haber previsto hablar por el megáfono sólo después de que estuviese apagado.
Jack Morton habría debido permanecer agachado.
Y él habría debido gritar diciéndoselo.
Pero un grito habría llamado la atención de los pistoleros hacia él. Cobardía. ¿Era eso lo que sentía en el fondo? Igual que en aquel bar de Belfast, cuando no dijo nada por temor a que el «Máquina», furioso, le asestara un culatazo. Quizás era por eso; no, no quizás: era por eso por lo que Lintz le obsesionaba, porque si se ponía a pensarlo, de haber sido él quien hubiera estado en Villefranche… abrumado por la derrota, rotos ya los sueños de victoria… Si hubiera estado a las órdenes de alguien como un simple mercenario… predispuesto por el racismo y la muerte de sus camaradas… ¿quién podía decir lo que habría hecho?
– John, ¿cuánto tiempo llevas aquí?
Era Bobby Hogan tocándole la cara y quitándole la carpeta de las manos heladas.
– Estás como un carámbano. Anda, vamos adentro.
– Estoy bien -musitó Rebus.
Y así debía de ser, pues ¿cómo explicar, si no, aquel sudor en la espalda y en la frente? ¿Cómo se explicaba que únicamente había empezado a tiritar una vez dentro con Bobby?
Hogan le hizo tomar dos tazas de té caliente con azúcar. En la comisaría no salían de su sorpresa y todo eran comentarios, rumores, hipótesis. Rebus explicó a Hogan lo que había pasado.
– Si nadie confiesa tendrán que soltar a Telford.
– ¿Y la grabación?
– Si saben jugar sus cartas aguardarán para desvelarlo.
– ¿Quién está con él?
Rebus se encogió de hombros.
– Estaba Watson en persona con Bill Pryde, pero después he visto a Bill, así que se habrán tomado un descanso o habrán cambiado de interrogadores.
– Qué asunto de mierda -comentó Hogan meneando la cabeza.
– No puedo con el azúcar -dijo Rebus mirando el té.
– Si te has tomado la primera taza sin rechistar…
– ¿Ah, sí? -replicó él dando un sorbo y haciendo una mueca.
– ¿Pero qué coño hacías ahí afuera?
– Tomando el aire.
– Cogiendo una pulmonía mortal, más bien -comentó Hogan alisándose un mechón de cabello rebelde-. Me ha venido a visitar ese Harris.
– ¿Y qué has decidido?
Hogan se encogió de hombros.
– Ceder, supongo.
Rebus le miró.
– No tienes por qué.
Capítulo 36
Colquhoun no parecía feliz de encontrarse allí.
– Gracias por venir -le dijo Rebus.
– ¡Qué remedio!
Le acompañaba un abogado, un hombre de mediana edad. ¿De Telford? A Rebus le tenía sin cuidado.
– Debe de estar usted acostumbrado a plegarse a las circunstancias, doctor Colquhoun. ¿Sabe quién más está aquí? Tommy Telford y Brian Summers.
– ¿Quién?
Rebus meneó la cabeza de un lado a otro.
– Representa mal la comedia. Usted sabe quiénes son porque hablamos de ellos en presencia de Candice.
A Colquhoun se le encendieron las mejillas.
– De Candice sí que se acuerda, ¿no? Su verdadero nombre es Karina, ¿se lo había dicho? Y en alguna parte tienen a un hijo que le arrebataron. Quizá lo recupere algún día, quizá no.
– No comprendo lo que esto…
– Telford y Summers van a pasar una temporada entre rejas -le interrumpió Rebus-. Y yo, por mi parte, si quisiera, no tendría el menor inconveniente en mandarle a usted también. ¿Qué me dice, doctor Colquhoun? Cómplice de proxenetismo, etcétera.
Rebus comenzaba a relajarse con su intervención pensando en que lo hacía por Jack.
El abogado quiso decir algo, pero se le anticipó Colquhoun.
– Fue un error.
– ¿Un error? -repitió Rebus con sorna-. Supongo que es un modo de verlo -añadió inclinándose y apoyando los codos en la mesa-. Ha llegado el momento de hablar, doctor Colquhoun. Ya sabe lo que se dice a propósito de la confesión…
Brian Summers, alias «El Guapito», tenía un aspecto impecable.
Le acompañaba también un abogado, un hombre mayor con aspecto de enterrador y gesto de contrariedad porque les hacían esperar. Cuando por fin se sentaron a la mesa de la sala de interrogatorios y Hogan introdujo las cintas en la grabadora y el vídeo, el letrado inició una protesta que debía de tener preparada de antemano.
– Inspector, como representante de mi cliente me veo en la obligación de manifestar que este modo de actuar es inconcebible…
– ¿Un modo de actuar inconcebible, dice? -replicó Rebus-. Pues eso no es nada, como dice la canción.
– Escuche, es evidente que…
Rebus, sin hacerle caso, dejó la carpeta de golpe sobre la mesa y la empujó hacia El Guapito.
El Guapito lucía para la ocasión traje marengo con camisa roja abierta. Venía sin las Ray-Ban y las llaves del Porsche pues le habían detenido en su piso del barrio elegante. Uno de los agentes hizo el siguiente comentario: «El tío estaba tan pancho escuchando a Patsy Cline en el aparato de alta fidelidad más grande que he visto en mi vida».
Rebus comenzó a silbar Crazy, atrayendo la atención de El Guapito, que le dirigió una sonrisa irónica, aunque continuó cruzado de brazos.
– Yo en tu caso lo leería -dijo Rebus.
– A punto -dijo Hogan, que acababa de conectar la grabadora.