– Le tiene verdadera adoración -dijo la agente que la vigilaba.
Era la misma del incidente en los lavabos y se llamaba Ellen Sharpe. Como ella también estaba sentada no quedaba mucho sitio en aquel cuarto, que llenaban prácticamente dos sillas y una mesa sobre la cual había dos grabadoras de vídeo y una pletina doble. En lo alto de una pared destacaba la cámara del vídeo. Rebus hizo una seña a la agente para que cediese el asiento a Colquhoun.
– ¿Le ha dicho cómo se llama? -preguntó al profesor.
– Candice, dice -respondió Colquhoun.
– ¿Cree que es mentira?
– No es muy propio de su etnia inspector. -Candice musitó unas palabras-. A usted le llama su protector.
– ¿Protector, de qué?
Colquhoun y Candice dialogaban en un idioma áspero y gutural.
– Dice que la protegió contra sí misma y que ahora tiene que continuar.
– ¿Continuar protegiéndola?
– Dice que ahora es suya.
Rebus miró al profesor, que observaba los brazos de la joven. Se había quitado la chaqueta de esquí y su blusa de cordoncillo de manga corta transparentaba sus pechos. Tenía los brazos cruzados, pero los arañazos y cortes eran llamativos.
– Pregúntele si se los ha infligido ella.
A Colquhoun le costó traducírselo.
– Tengo más costumbre de traducir literatura y películas que…
– ¿Qué le ha contestado?
– Que se los ha hecho ella misma.
Rebus la miró como pidiendo confirmación y ella asintió despacio con la cabeza un tanto avergonzada.
– ¿Quién la ha puesto a hacer la carrera?
– ¿Se refiere usted…?
– ¿Quién la explota? ¿Quién es su jefe?
Se estableció otro breve diálogo.
– Dice que no entiende.
– ¿Niega que trabaja de prostituta?
– Dice que no entiende.
Rebus se volvió hacia la agente Sharpe.
– ¿Qué opina usted?
– Yo la vi parar un par de coches e inclinarse hacia la ventanilla para hablar con los conductores. Aunque, como los dos siguieron su camino, supongo que no les gustó la mercancía.
– Si no habla inglés, ¿cómo iba a «hablar» con ellos?
– Bueno, hay maneras.
Rebus miró a Candice y comenzó a decirle despacio:
– Polvo sencillo, quince; una mamada, veinte. Sin condón, cinco más. -Hizo una pausa-. Por culo, ¿cuánto, Candice?
La joven enrojeció y Rebus sonrió.
– No es un inglés muy universitario, doctor Colquhoun, pero algunas palabras sí que le han enseñado. Las justas para su trabajo. Pregúntele otra vez cómo acabó así.
Colquhoun se enjugó antes la cara y Candice respondió agachando la cabeza.
– Dice que salió de Sarajevo como refugiada en viaje a Amsterdam y que después vino a Inglaterra. Su primer recuerdo es una población con muchos puentes.
– ¿Puentes?
– Allí estuvo cierto tiempo -dijo Colquhoun conmovido por la historia; tendió un pañuelo a la joven para que se enjugara las lágrimas y ella le sonrió agradecida y volvió a mirar a Rebus.
– Hamburguesa… patatas fritas… ¿sí?
– ¿Tienes hambre? -dijo Rebus frotándose el estómago. La joven sonrió asintiendo con la cabeza y él se volvió hacia Sharpe-. Mire a ver qué encuentra en la cantina, haga el favor.
La agente le miró de soslayo contrariada.
– ¿Quiere usted alguna cosa, doctor Colquhoun?
El hombre negó con la cabeza. Rebus encargó un café para él y nada más salir Sharpe se agachó junto a la mesa y miró a la joven a la cara.
– Pregúntele cómo llegó a Edimburgo.
Colquhoun hizo la pregunta y la joven comenzó a explicarle una larga historia de la que él fue anotando datos en una hoja.
– Dice que en la ciudad de los puentes casi no vio nada porque la tenían en una casa desde la cual solían llevarla a las citas… Usted perdonará, inspector, pero, aunque soy lingüista, no domino el lenguaje coloquial.
– Lo hace usted muy bien.
– Bueno, lo que sí entiendo es que la utilizaban de prostituta. Un día la hicieron subir a un automóvil y ella pensó que la llevaban a otro hotel o alguna oficina.
– ¿Oficina?
– Por lo que me cuenta, yo diría que parte de su… trabajo lo hacía en oficinas, además de apartamentos y domicilios particulares, aunque sobre todo, en habitaciones de hotel.
– ¿Y dónde la tenían encerrada?
– En una casa, dentro de un dormitorio -dijo Colquhoun pellizcándose el puente de la nariz-. Un buen día la subieron a un coche y la trajeron a Edimburgo.
– ¿Cuánto duró el viaje?
– No sabe muy bien porque durmió durante casi todo el trayecto.
– Dígale que no tema nada. -Rebus hizo una pausa-. Pregúntele para quién trabaja ahora.
El miedo volvió a ensombrecer el rostro de Candice mientras tartamudeaba algo meneando la cabeza. Su voz era aún más gutural y Colquhoun parecía tener dificultades con la traducción.
– No puede decir nada -resumió.
– Dígale que no corre peligro -Colquhoun lo tradujo-. Repítaselo -añadió Rebus mirándola cara a cara mientras el profesor lo decía.
La observaba con expresión serena para inspirarle confianza. Ella le tendió la mano y Rebus se la apretó.
– Pregúntele otra vez para quién trabaja.
– No se lo puede decir, inspector. La matarían. Ha oído cosas.
Rebus decidió probar con el nombre que él pensaba, el dueño de la mitad del negocio de prostitución en Edimburgo.
– Cafferty -dijo, pendiente de una reacción que no se produjo-. Big Ger. Big Ger Cafferty.
Su rostro permanecía inexpresivo. Rebus volvió a apretarle la mano. Había otro nombre…, uno más reciente.
– Telford -dijo-. Tommy Telford.
Candice retiró la mano y rompió a llorar histérica justo en el momento en que entraba la agente Sharpe.
Rebus acompañó al doctor Colquhoun fuera de la comisaría.
– Gracias de nuevo, doctor. ¿Le importa que le llame si lo creo necesario?
– Si es necesario, hágalo -replicó Colquhoun poco predispuesto.
– No abundan los especialistas en lenguas eslavas -alegó Rebus. Tenía en la mano la tarjeta de visita del profesor con su número de teléfono particular apuntado detrás-. Bien, gracias otra vez -añadió tendiendo la mano libre y estrechándola mientras se le ocurría una pregunta-. ¿Estaba usted en la universidad por los años en que Joseph Lintz era profesor de alemán?
A Colquhoun le sorprendió la pregunta.
– Sí -contestó finalmente.
– ¿Lo conoció?
– Nuestros departamentos estaban más bien apartados. Lo veía en algún acto social y en conferencias.
– ¿Cuál es su opinión sobre él?
Colquhoun parpadeó sin mirarle a la cara.
– Dicen que fue nazi.
– Sí, pero ¿y entonces?
– Ya le digo, no nos veíamos mucho. ¿Está usted investigando el caso?
– Era simple curiosidad. Perdone que le haya entretenido.
De vuelta en la comisaría, Rebus encontró a Ellen Sharpe de vigilancia ante la puerta del cuarto de interrogatorios.
– Bueno, ¿qué hacemos con ella? -preguntó.
– Que se quede aquí.
– ¿Detenida, quiere decir?
– Digamos que en detención preventiva.
– ¿Pero sabe ella qué es eso?
– ¿A quién se va a quejar? En toda la ciudad no hay más que una persona que la entienda y acaba de marcharse.
– ¿Y si viene su chulo a buscarla?
– ¿Usted cree?
La mujer reflexionó un instante.
– No, no creo.
– Claro, porque lo único que hará será esperar, convencido de que acabaremos por soltarla. Y hasta ese momento, como no habla inglés, ¿qué puede cantar? Es una ilegal, no cabe duda, y si lo confiesa, lo más probable es que la expulsemos del país. Telford es listo… No me había dado cuenta, pero es evidente. Utiliza prostitutas extranjeras sin papeles. Una delicia.