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PITSCHIK (estrechándole en sus brazos y besándole). -Lubova Andreievna llora. Dejémosla sola. Vámonos.

Lopakhin. -¿Qué es eso? Músicos, tocad fuerte. Que se os oiga. Yo quiero que todo se efectúe con arreglo a mis instrucciones… (Con arrogancia.) Aquí está nuevo propietario del jardín de los cerezos. (Yendo un lado para otro, henchido de satisfacción, tropieza con un velador y derriba un candelabro.) ¡No es nada! Lo pagaré. Yo puedo pagar cuantos desperfectos se originen por mi causa. (Vase con Pitschik.)

(En el salón no queda sino Lubova Andreievna, sentada y llorando. La orquesta toca a la sordina. Ania entra y se arrodilla ante su madre.)

ANIA. -Mamá, no llores…, yo te quiero. Yo te bendigo… El jardín de los cerezos ya no es nuestro. Para nosotros, este jardín no existe ya. ¡No importa! No llores más. Miremos al porvenir. Ven conmigo. Cultivaremos un nuevo jardín de los cerezos, que será mucho más hermoso que el otro. Una nueva felicidad descenderá sobre tu alma. Vámonos, mi querida mamá, vámonos.

Cuarta parte

La llamada «habitación de los niños», pero sin cortinas, sin cuadros en las paredes. Algunos muebles apilados en un ángulo. Junto a la puerta de salida, grandes maletas. Las puertas y ventanas están abiertas. Del interior llegan las voces de Varia y de Ania. En medio de la estancia, Lopakhin, de pie, en actitud expectante. Yascha entra una bandeja con copas de champaña. Epifotof, en la antecámara, ocúpase en clavar un cajón. Un grupo de mujiks llega para decir adiós a sus antiguos amos. Óyese la voz de Gaief que dice: «Gracias, amigos míos». Yascha hace los honores a los que vienen a despedirse. El ruido cesa; gradualmente, Lubo- va Andreievna y Gaief aparecen. Lubova está pálida, pero no llora. Su voz tiembla.

GAIEF. -¿Y le has dado todo lo que tenías en el portamonedas?

LUBOVA. -No podía hacer menos. (Parten.)

LOPAKHIN (gritando desde la puerta). - Oigan, yo les invito. Vengan a beber una copa de champaña, en señal de adiós. (Pausa.) ¿No quieren aceptar mi invitación?… Si lo hubiera sabido, no lo habría comprado. Está bien; yo no lo beberé tampoco. (Yascha coloca con precaución la bandeja sobre una silla.) Yascha, en tal caso, bébetelo tú.

YASCHA. -¡Buen viaje! ¡Mi enhorabuena a los que se quedan aquí! (Apura una copa.) Yo le aseguro que este champaña no es natural. Sin embargo, lo pagué a ocho rublos la botella.

LOPAKHIN. -Hace un frío de todos los diablos en este aposento.

YASCHA. -Hoy no se han encendido las estufas. Lo mismo da, puesto que nos vamos. (Ríe.)

LOPAKHIN. -¿Por qué te ríes?

YASCHA. -Porque estoy muy contento.

LOPAKHIN. -Para lo avanzado de la estación, el tiempo es excelente. ¿Quién diría que este cielo es el del mes de octubre? (Mira su reloj; dirigiéndose hacia la puerta, grita:) ¡Ea, señores, acordaos de que no nos restan sino cuarenta y cinco minutos hasta la salida del tren!

TROFIMOF (abrigado en su gabán). - Paréceme, en efecto, que es tiempo de partir… ¿Y mis chanclos? Mis chanclos han desaparecido, Ania. ¿Qué se ha hecho de mis chanclos de goma?

LOPAKHIN. -Voy a pasar el invierno en Kharkof. Tomaré el mismo tren que ustedes. No sé qué hacer de mis manos. Me cuelgan de los brazos como si pertenecieran a otro individuo.

TROFIMOF. -Nosotros partiremos, y tú podrás empezar de nuevo a trabajar.

LOPAKHIN. -¡Ea, bebe!

TROFIMOF. -No quiero.

LOPAKHIN. -Así, pues, ¿no partes para Moscú?

TROFIMOF. -Los acompañaré hasta la ciudad, y mañana saldré para Moscú. (Trofimof sigue buscando sus chanclos.) Probablemente, no nos volveremos a ver más. Permite que te dé un consejo antes de separarnos. No gesticules. Abandona esa detestable costumbre. Oye lo que te voy a decir: construir una datcha, imaginar que de un datchnik puede salir un pequeño propietario, es tan inútil como gesticular. Pero sea como quiera, tú me eres simpático. (Se abrazan.)

LOPAKHIN. -Y tú a mí también me eres simpático. Ya lo sabes. Yo haré cuanto pueda por ti. Me tienes a tu disposición. No soy tan malo como algunos suponen. (Lopakhin saca su portamonedas y hace ademán de entregarle dinero.)

TROFIMOF. -¿A qué viene esto? Yo no necesito dinero.

LOPAKHIN. -Pero tu bolsillo está vacío.

TROFIMOF. -De ningún modo. Dinero no me falta. Me pagan bien mis traducciones. (Con énfasis.) No, yo no carezco de medios de subsistencia… ¿Dónde están mis chanclos?

VARIA (desde el interior, a gritos). -¡Aquí está esa antigualla! (Le lanza, en medio de la habitación, un par de chanclos viejos.)

TROFIMOF. -¡Pero si esos chanclos no son los míos!

LOPAKHIN. -En la primavera planté mil deciatinas de peonías y gané en ello cuarenta mil rublos. ¡Qué hermoso era ver los campos en flor! Sobre ese beneficio, yo te ofrezco un préstamo. ¿A qué tantos remilgos? Yo no soy más que un mujik, un simple mujik. Mi proposición es sincera.

TROFIMOF. -Tu padre era un mujik. El mío es un pequeño farmacéutico…

LOPAKHIN (extrae la cartera de un bolsillo). -¿Aceptas?

TROFIMOF. -Déjame, déjame en paz. Aunque me ofrecieras veinte mil rublos, no tomaría nada. Yo soy un hombre libre. Las deudas son servidumbre. Y todo eso que vosotros, ricos o pobres, apreciáis a tal extremo, sobre mí no ejerce el menor poder. Yo puedo prescindir de ti. Yo puedo pasar delante de ti sin advertir tu presencia. Yo soy fuerte, orgulloso. La Humanidad es un camino en marcha que lleva a la felicidad suprema, la cual es posible en este mundo. Yo me hallo en las primeras filas.

LOPAKHIN. -¿Y tú crees poder llegar?

TROFIMOF. -Llegaré. (Pausa.) Y si no llego, por lo menos habré mostrado el camino a los que me seguirán.

(A lo lejos óyese un ruido seco. Es un hachazo que cortó un árbol.)

LOPAKHIN. -Mi buen amigo; hay que irse.

ANIA (en el umbral de la puerta). -Mamá os suplica que no se tale el jardín de los cerezos mientras ella se encuentre en la casa.

TROFIMOF. -En verdad, ese individuo carece de tacto. (Vase.)

LOPAKHIN. -Entendido… Ellos son, verdaderamente… (Sigue a Trofimof.)