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ANIA. -Y Firz, ¿le han llevado al hospital?

YASCHA. -Di las órdenes necesarias a este efecto. Supongo que las habrán cumplido.

ANIA (a Epifotof, que atraviesa la habitación). -Simeón Panteleivitch, tened la bondad de informaros de si han llevado a Firz al hospital.

YASCHA (ofendido). -Yo se lo mandé esta mañana a Vegov. No hace falta insistir.

EPIFOTOF. -El viejo Firz, a mi juicio, no tiene compostura. Hay que expedirlo a sus antepasados. (Diciendo esto, coloca una maleta sobre una sombrerera de cartón y la aplasta.) Eso es; ya me lo maliciaba. (Parte.)

YASCHA (riendo). -El «Veintidós desgracias». (Dentro suena la voz de Varia.) ¿Han llevado a Firz al hospital?

ANIA. -Sí.

VARIA. -¿Por qué se olvidó la carta para el doctor?

ANIA. -Enviaremos la carta; no te preocupes.

(Vase.)

VARIA (siempre desde el interior). -¿Dónde anda Yascha? Dile que su madre vino a despedirse de él.

YASCHA (con un gesto de desdén). -¡Qué fastidio!

(Entra Duniascha, y, con Yascha, arregla los equipajes. Siguen Lubova Andreievna, Gaief y Carlota.)

GAIEF. -Es hora de partir.

YASCHA. -¿Quién huele a arenque?

LUBOVA. -Dentro de diez minutos habrá que tomar asiento en los carruajes. (Contempla los muros de la habitación.) Adiós, vieja y querida morada. Pasará el invierno; la primavera tornará, y tú serás demolida desde los cimientos hasta el tejado. ¡Cuántas cosas vieron estas paredes! (Besa a su hija con pasión.) ¡Tesoro mío! Estás contenta; tus ojos brillan como dos diamantes. Estás muy contenta, ¿verdad?

ANIA. -Sí, mamá. Esto es el comienzo de una nueva vida.

GAIEF. -Sí, por cierto; será mejor. Hasta el momento de la venta del jardín de los cerezos, todos hemos sufrido mucho. Ahora, cuando todo acabó, nos hemos calmado y nos sentimos casi alegres. Voy a ser, en adelante, un empleado de casa de banca. Tú, Lubova Andreievna, tienes mejor semblante.

LUBOVA. -Mis nervios no me molestan tanto. (Gaief le entrega su manta y su sombrero.) Duermo mejor. Yascha, que se lleven el equipaje. (A Ania.) Así, pues, niña, pronto nos volveremos a ver… Yo, parto para París; allí viviré con los fondos que la abuela de Yaroslaf nos envió para la compra de nuestra finca. ¡Viva la abuela! Sin embargo, este dinero no me durará mucho tiempo.

ANIA. -Mamá, confío en que pronto estarás de regreso, ¿verdad? Yo, entretanto, haré mis exámenes en el colegio; después, trabajaré, te ayudaré. Juntas leeremos bonitos libros, muchos libros, ¿verdad, mamá? (La besa.) Ante nosotros ábrese un mundo nuevo… (Pensativa.) Sí, mamá; vuelve a París; regresa lo más pronto posible.

LUBOVA. -Regresaré muy en breve; pronto nos volveremos a ver.

(Entran Lopakhin y Pitschik.)

PITSCHIK (sofocado). -Déjame tiempo para respirar. Estoy cansado… Un vaso de agua…

GAIEF. -¿Vienes acaso a pedir dinero?… Me voy para no ser testigo de la escena. (Parte.)

PITSCHIK (a Lubova Andreievna). -Hace tiempo que no la he visto a usted. (A Lopakhin.) ¡Ah! ¿Estás tú aquí? Me alegro de verte; eres el hombre más listo de la tierra. Toma; recibe estos cuatrocientos rublos. Te quedo a deber ochocientos cuarenta.

LOPAKHIN (con asombro). -¡Esto es un sueño! ¿Dónde has encontrado ese dinero?

PITSCHIK. -Yo me ahogo… Ha sido una circunstancia totalmente imprevista. Los ingleses han hallado en mis tierras una arcilla blanca… (A Lubova Andreievna.) Para usted los cuatrocientos rublos. El resto vendrá después.

LOPAKHIN. -¿Qué ingleses?

PITSCHIK. -Yo te arrendé por veinticuatro años el terreno arcilloso.

LUBOVA. -Es hora de partir… Y mañana tomaré el tren para el extranjero.

PITSCHIK (emocionado). -Estas cosas… (Se va y vuelve…) Daschinka me encarga que la salude a usted muy cariñosamente. (Parte.)

LOPAKHIN. -¿Qué la preocupa a usted?

LUBOVA. -Dos cosas me preocupan: Firz, que está enfermo; luego, Varia. Es una muchacha laboriosa, madrugadora, fiel. Su aspecto no me gusta. Está pálida. Enflaquece de día en día… (Pausa.) Está como un pez que le han sacado del agua. (A Lopakhin.) Yo contaba casarla con usted. (Ania y Carlota, obedeciendo a un signo de Lubova Andreievna, salen de la habitación.) Sé que ella le quiere; y usted la quiere también… No comprendo lo que ocurre.

LOPAKHIN. -Yo la quiero también; es exacto. No comprendo tampoco lo que ocurre…, en verdad… Esto es ridículo. Si tuviéramos tiempo, yo estoy dispuesto a zanjar el asunto en seguida.

LUBOVA. -Voy a llamarla… ¡Varia!

LOPAKHIN. -A propósito, tenemos aquí el champaña para celebrar el suceso… (Mira la bandeja y las copas.) ¡Todas están ya vacías! (Yascha circula a diestro y siniestro. Lubova, con Yascha, sale. Lopakhin saca su reloj.) ¡Ah! (Detrás de la puerta, risa ahogada; Varia entra contemplando las maletas.) ¿Y usted qué va a hacer, Varia Michelovna?

VARIA. -¿Yo? Iré a casa de los Rasdinlin, como ama de llaves.

LOPAKHIN. -Yo salgo inmediatamente para Kharkof. He arrendado la propiedad a Epifotof.

VARIA. -Está bien.

(Óyese una voz por la ventana abierta: «¡Yer- molai Alexievitch!». Lopakhin, como si esperara a ser llamado, vase rápidamente. Varia siéntase en el suelo, apoya la cabeza y llora. La puerta se entreabre. Lubova Andreievna aparece.)

LUBOVA. -Tenemos que irnos. (Varia levanta la cabeza, se enjuga los ojos.) Sí; vámo- nos. ¡Ania! ¿Estás lista?

(Llegan Ania, Gaief y Carlota. Gaief lleva un viejo gabán de invierno y un tapabocas. Epifo- tof acaba de arreglar los bultos de equipaje. Entran Trofimof y luego Lopakhin.)

LUBOVA. -¿Empezaron a cargar las maletas?

LOPAKHIN. -Creo que sí. (A Epifotof.) Procura que todo esté en orden.

EPIFOTOF. -Yo me encargo de ello, tranquilícese.

LOPAKHIN. -¿Te ahogas?

EPIFOTOF. -Acabo de beber agua y me he tragado no sé qué.

YASCHA (con desprecio). -¡Qué imbécil!

TROFIMOF. -Andando, ¡al coche!

VARIA. -Pietcha, aquí están, por fin, sus chanclos. Se hallaban detrás de una maleta. ¡Qué viejos y qué sucios son!

TROFIMOF (calzando sus chanclos). - Gracias, Varia.

(Gaief hace esfuerzos por no llorar.)

ANIA. -Adiós, vieja morada; adiós la vida de ayer.