VARIA (las llaves colgantes del cinto). - Duniascha, date prisa. Mamá desea tomar café.
DUNIASCHA. -Al instante; voy a prepararlo. (Vase.)
VARIA. -En fin, Anita mía, de nuevo te veo en casa. (Acariciándola.) Mi querida Ania está de regreso. ¡Bravo!
ANIA. -Bastante he sufrido, créelo.
VARIA. -Lo creo.
ANIA. -Me puse en viaje en la primera semana de Cuaresma. El frío era intenso. Carlota charlaba sin cesar, me trastornaba el seso. ¿Por qué me la diste como compañera?
VARIA. -A tu edad, a los diecisiete años, no podías viajar sola.
ANIA. -Llegamos a París. Hacía frío. La nieve tapizaba los techos y las calles. Yo hablo el francés bastante mal. Mamá vivía en el quinto piso. Al entrar en su alojamiento, vi algunos franceses y señoras, y un cura anciano, con un libro. El desorden allí era grande. El humo de los cigarrillos invadía la atmósfera. Allí no se sentía uno a sus anchas. Súbitamente, mamá me inspiró compasión. Cogí su cabeza entre mis manos, la estreché, la cubrí de besos. No me era posible soltarla. Mamá me acariciaba, llorando copiosamente.
VARIA (a través de las lágrimas). -No hables… No hables…, mi querida Ania.
ANIA. -Han vendido la villa que tenía cerca de Menton. Nada le queda, absolutamente nada. ¡Qué ruina! ¡Qué desastre! Estamos sin un co- pek. Lo que nos restaba, apenas nos bastó para el viaje. Mamá no comprende. ¡Con decir que en el restaurante de la estación pidió los platos más caros y dio al mozo una propina regia!… Carlota, por su parte, y Yascha también, comieron lo que más caro costaba. Hubiérase dicho que no sabíamos qué hacer con nuestro dinero. ¡Terrible! ¡Gastar así cuando en la bolsa no hay más que aire! ¿Por qué hacer venir a Yascha, el ayuda de cámara de mamá, con nosotros? ¿De qué podrá servirnos?
VARIA. -Buen perillán está…
ANIA. -¿Y la contribución? ¿Se ha pagado?
VARIA. -Ciertamente que no.
ANIA. - ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotros?
ARIA. -En el mes de agosto próximo, la propiedad será vendida por mandamiento judicial.
ANIA. -¡Dios mío!… (Lopakhin, entreabriendo la puerta, escucha.)
ANIA (a Varia en voz baja). -¿Y Lopakhin, te ha propuesto la boda? (Varia hace un signo de cabeza negativo.)
ANIA. -Él te quiere, sin embargo. ¿Por qué no os explicáis? ¿Qué esperáis, pues?
VARIA. -Me parece que esto no va a seguir adelante. El hombre está ocupadísimo. No piensa, no tiene tiempo de pensar en mí. No me presta la menor atención. ¡Que Dios le bendiga! Me causa pena el verle. Todo el mundo se ocupa de nuestro matrimonio, todos nos felicitan, y, en realidad, no hay nada de serio ni de real. No es más que una ilusión… (Cambiando de tono.) Ania, tu broche tiene la forma de una abeja.
ANIA (tristemente). -Es mamá quien me lo confió… En París, sabes, subí a un globo cautivo.
VARIA. -Me parece mentira que estés de vuelta. (Abrazándola.) Mi buena, mi querida Ania, ha llegado por fin.
DUNIASCHA (con la cafetera y un juego de café). -El café para Lubova Andreievna.
VARIA. -Todo el día lo consagro a las faenas domésticas; y mientras trabajo, sueño. Yo me digo: es necesario que te cases con una persona rica, y de esta suerte, vivirás tranquila;
luego, irás en peregrinación a algún santuario, a Kief…, a Moscú…; recorrerás todos los lugares santos…
ANIA. -Las alondras cantan en el jardín. ¿Qué hora es ya?
VARIA. Me parece que las tres. Debieras acostarte, querida mía.
ANIA. -Tienes razón. (Entran en la cámara de Ania.) Es deliciosa… (Llega Yascha con una manta de viaje y un saco de mano; atraviesa la habitación, no sin preguntar discretamente.) ¿Se puede pasar?
DUNIASCHA. -No lo había reconocido. ¡Cómo ha cambiado en el extranjero!
YASCHA. -¡Hola! Y usted, ¿quién es?
DUNIASCHA. -Cuando se fueron los señores de viaje, yo era así de alta. (Señalando con la mano una estatura baja.) Yo soy Duniascha, la hija de Teodoro Konoyedof. ¿No se acuerda, señor Yascha?
YASCHA. -¡Hum! Un pepino. (Echa un vistazo en derredor y le aplica un beso en la mejilla a Duniascha. Esta lanza un grito ahogado y deja caer un platillo. Yascha huye.)
VARIA (Desde la puerta). -¿Qué diablos ocurre?
DUNIASCHA. -He roto un platillo.
VARIA. -Eso es de buen agüero.
ANIA (asomando por su habitación). - Convendría hacer saber a mamá que Pietcha se encuentra aquí.
VARIA. -Sí; pero yo he dado orden de no despertarle.
ANIA (en la puerta de su estancia; pensativa). -Seis años hace que murió papá. Un mes más tarde, mi hermanito Grischa se ahogó en el río. Era un lindo muchacho de siete años. Mamá no pudo soportar este dolor, y partió para tierras extrañas. Aquí dejó, tras de sí, sus pesares. (Temblando.) ¡Cómo la comprendo!… ¡Si ella supiera!… (Ensimismada.) Pietcha Trofimof era el profesor de Grischa. Su nombre puede despertar en mamá recuerdos penosos.
FIRZ (muy correcto, encamínase hacia el servicio de café). -La señora tomará aquí su desayuno. (Se pone los guantes blancos.) ¿El café, está listo? (A Duniascha.) ¿Y la leche?
DUNIASCHA. -¡Ah! ¡Dios mío! (Sale corriendo.)
FIRZ (contemplando la cafetera). -¿Y tú?… Henos aquí, de regreso de París… Antaño, el señor estuvo también en París… en coche… No se viajaba de otro modo. (Ríe.) En coche.
VARIA. -¿De qué ríes, Firz?
FIRZ. -¿Qué quieres? (Con júbilo.) La señora, por fin, ha regresado. Ahora, yo podré morir tranquilamente. (Se enjuga las lágrimas.)
(Entran Lubova Andreievna, Gaief, Lopakhin y Pitschik, este último en «padiovska» de paño fino, pantalones bombachos y botas altas, nuevas. Gaief, al entrar, hace movimientos con sus manos y su cuerpo, como si jugara al billar.)
LUBOVA ANDREIEVNA. -¿Cómo era esto? Voy a recordar. La bola encarnada, a un lado…
GAIEF. -Y yo, por tabla… ¿Te acuerdas, hermana mía? Tiempo pasó desde que dormíamos en esta habitación. Yo cuento ahora cincuenta y un años. Más de medio siglo. ¡Es raro, verdad!
LOPAKHIN. - El tiempo vuela…
GAIEF. -¿Qué?
LOPAKHIN. -He dicho que el tiempo vuela.
GAIEF. -Aquí huele a pachulí.
ANIA (sale de su habitación) -He decidido irme a dormir. Buenas noches, mamá. (La besa.)
LUBOVA. -Ángel querido, ¿estás contenta de hallarte de nuevo en casa? A mí se me figura un sueño.