ANIA. -La luna asoma. (A lo lejos resuena la canción melancólica de Epifotof. La luna surge en el horizonte.)
VARIA (desde el bosque de los tilos). - ¡Ania! ¿Dónde estás?
TROFIMOF. -Mire la luna. (Pausa.) La dicha se acerca. Oigo sus pasos. Sí; es la dicha, por fin.
VARIA (de entre los árboles). -¡Ania! ¿Dónde estás?
TROFIMOF (con enfado). ¡Al diablo, Varia! ¡Qué fastidio!
ANIA. -¿Qué hacer? Encaminémonos hacia el río.
TROFIMOF. -Tiene razón, vámonos de aquí. (Ambos se levantan del banco y, en dirección opuesta al lado de donde parten las voces, alé- janse muy lentamente.)
VARIA (desde la arboleda). -¡Ania! ¡Ania!…
Tercera parte
Saloncito separado por una arcada de otro salón grande. Óyese una orquesta de algunos violines y un contrabajo, desafinada: es la orquesta judía de la localidad. Hay baile en el salón grande. Vienen los bailarines en círculo. La voz de Simenof Pitschik grita, en francés: «Promenade á dame!» Pitschik dirige la danza. Desfilan, por parejas, Pitschik y Carlota, Tro- fimof y Lubova Andreievna, Ania y un empleado de Correos, Varia y el jefe de estación. Varia tiene los ojos llorosos. En último término pasan Duniascha y otras parejas insignificantes. Pitschik vocea: «Grand rond…!» «Balancez…!» «Les cavaliers, á genoux remercient leurs dames!» Firz, de frac, trae en una bandeja agua de Seltz y vasos. Pitschik y Trofimof penetran solos en el gabinete.
PITSCHIK. -Bailo con mucho trabajo. Estoy apoplético. A pesar de eso, tengo una salud de caballo. Mi difunto padre, hablando de nuestros predecesores, aseguraba que la familia Simenof Pitschik procedía del caballo que Calígula hizo sentar en el Senado. (Siéntase.) Pero aquí está lo malo. Me falta dinero. Un perro hambriento no piensa sino en su trozo de carne. (Pitschik, de repente, se duerme, lanza un ronquido y se despierta.) Y yo, hambriento a mi modo, no pienso sino en el dinero. ¿Qué hacer? Esto de no tener dinero es una gran desgracia.
TROFIMOF (observando su fisonomía). - Realmente, hay en el rostro de usted algo de caballar.
PITSCHIK. -Siquiera el caballo es un animal vendible, que se puede convertir en dinero.
(En una sala vecina, ruido de bolas de billar. Varia aparece bajo la arcada.)
TROFIMOF. -Señora Lopakhin… Señora Lopakhin…
VARIA (con muestras de agrado). -Señor tiñoso…
TROFIMOF. -Me enorgullezco de ello.
VARIA (después de una pausa). -Ahí están los músicos, que vienen a pedir su salario. ¿Pero cómo se les pagará?
TROFIMOF (a Pitschik). -Si en lugar de gastar su energía buscando fondos la emplease usted en cualquier otra cosa, hubiera ya, probablemente, solucionado, el Universo.
PITSCHIK. -Se expresa usted como Nietzs- che. Tiene usted, en verdad, mucho talento.
TROFIMOF. -¿Ha leído usted a Nietzsche? ¿Por dónde se ha enterado de Nietzsche?
PITSCHIK. -Daschinka me habla de él de vez en cuando… Créalo, tan apurado me hallo de dinero, que me siento capaz de fabricar billetes de Banco… Pasado mañana debo pagar trescientos diez rublos. He podido hallar ciento treinta. ¿Cómo procurarme el resto? (Explorando sus bolsillos, con angustia.) El dinero se evaporó. Lo perdí. ¡Vive Dios! ¿Dónde están mis ciento treinta rublos?… ¡Ah! (Triunfante.) Helos aquí en el forro. ¡Qué susto me llevé!
(Entran Lubova Andreievna y Carlota.)
LUBOVA (cantando, a media voz, la «lez- guimka» 7) -¿Qué ocurre con Leónidas? (A Du- niascha, que anda por allí) Ofrece té a los músicos.
TROFIMOF. -La subasta, según parece, no se efectuará.
LUBOVA. -En mal hora vinieron los músicos. Y la idea de bailar, en estas circunstancias, fue una idea absurda… Pero no importa… (Siéntase, y vuelve a cantar a media voz…) ¿Qué se ha hecho de Leónidas? Todo ha terminado. La finca será vendida. La subasta, ¿no se ha verificado todavía? ¿A qué ocultarme?
VARIA (tratando de consolarla). -El tío fue quien se quedó con la propiedad. Estoy segura de ello.
TROFIMOF (riendo). -¡Muy bien!
VARIA. -La abuela envió, probablemente, a nuestro tío los fondos necesarios para rescatar la tierra a nombre de Ania. Con la ayuda de Dios, todo se arreglará a nuestra satisfacción.
LUBOVA. -La abuela de Yaroslaf debió enviar quince mil rublos para comprar la propiedad a nombre suyo. Ella no tiene confianza en nosotros. Pero con esta suma no habrá ni para pagar las contribuciones. (Cúbrese el rostro con las manos.) Hoy va a decidirse mi suerte.
TROFIMOF (a Varia, cínicamente). - ¡ Señora Lopakhin!…
VARIA (fastidiada). -¡Estudiante perpetuo!
LUBOVA. -¿Por qué te enfadas? Él te da broma con Lopakhin. ¿No te halagaría llamarte la señora Lopakhin? Es un buen partido… Si tú no le quieres, nadie te manda que lo tomes.
VARIA. -Este asunto es serio. Lopakhin me gusta. Es una excelente persona. Yo le amo…
LUBOVA. -¡Cásate con él! ¿Qué esperas?
VARIA. -Yo no puedo, sin embargo, tomar la iniciativa; él no me dice, no me insinúa nada. Es un hombre que trabaja, que se enriquece. Sus negocios le absorben. No piensa en mí… ¡Dios mío! Si yo dispusiera siquiera de un centenar de rublos, lo abandonaría todo y me encerraría en un convento.
TROFIMOF. -¡Magnífico!
LUBOVA. -¿Por qué tarda tanto Leónidas? Estoy inquieta. ¿Han vendido mis bienes o no?
TROFIMOF. -Vendidos o no, resulta lo mismo. Mire bien, por una vez, las cosas cara a cara.
LUBOVA. -Usted juzga la cuestión desde un punto de vista que no puede ser el mío. Yo nací en esta casa. Mi padre y mi madre residieron aquí y mis antepasados lo propio. Yo adoro esta vivienda y ese jardín de los cerezos. Yo no concibo mi existencia sin ese jardín. Si hay que venderlo, que me vendan a mí con el jardín. (Toma entre sus manos la cabeza de Trofimof y le besa la frente.) Mi hijo Grischa corrió frecuentemente entre esos cerezos. Me parece que le estoy viendo. Grischa se ahogó en estas cercanías. (Llorando.) Tenga compasión de mí…
TROFIMOF. -Harto sabe usted, Lubova Andreievna, que yo comparto sus infortunios.
LUBOVA. -Sí, en efecto; pero convendría que los compartiese de otro modo. (Saca su pañuelo del bolsillo; un telegrama cae al suelo…) Yo quisiera concederle la mano de Ania; pero usted no se ocupa de nada, no hace nada. Camina de una Universidad a otra. Pierde el tiempo lamentablemente. Divaga sin rumbo fijo. Yo no sé qué pensar de usted. Es usted un tipo singular.