– Una cosa más.
Y, enseñando los dientes, le dio una patada al chico en las costillas. Luego otra. Charles rodó de lado, echando bilis por la boca abierta. James apartó la mirada.
Gaskins tiró del brazo de Brock y se interpuso entre el chico y él. Se quedaron mirando el uno al otro hasta que se apagó el fuego que tenía Brock en la mirada.
– Las cosas podían haber sido más fáciles -dijo Brock, moviendo la cabeza-. Estaba dispuesto a repartir, sólo quería la mitad. Pero tenías que mentirme y joderla. Y ahora fijo que estarás pensando: «Tenemos que cargarnos a este hijo de puta. Vamos a ir a por él, o vamos a encontrar a alguien que pueda con él y se va a enterar el cabrón.» -Brock se enderezó la camisa-. Pues ¿sabes qué? Que ni lo sueñes. No eres bastante hombre para venir a joderme. Y no tienes a nadie que te proteja. Si conoces a alguien con cojones para eso, estará muerto o en el talego. Si tuvieras a alguien en tu vida a quien le importaras una mierda, no estarías en esta esquina. Así que ¿qué es lo que tienes? Tu puto culo y nada más.
Charles no dijo nada, su amigo tampoco.
– ¿Cómo me llamo?
– Romeo -contestó Charles, con los ojos cerrados de dolor.
– Volveremos por aquí.
Brock y Gaskins volvieron al Impala SS. Ninguno de los mirones había levantado un dedo por ayudar a los chicos, y ahora desviaban la vista. Brock sabía que ninguno hablaría con la policía. Pero no estaba satisfecho. Era demasiado fácil, no valía la pena el esfuerzo para un hombre de su reputación. No había sido un reto, y el dinero era calderilla.
– ¿Cuánto hemos sacado? -preguntó Gaskins.
– Cuarenta pavos.
– No veo que valga la pena.
– No te preocupes, que ya sacaremos más.
– A mí me parece que lo que hacemos es maltratar niños y mierdas de ésas. ¿Adónde vamos con todo esto, primo? ¿De qué va esto?
– Dinero y respeto.
Se metieron en el coche.
– Vamos a Northwest -declaró Brock-. Tengo un par de citas más.
– Yo no. Yo me tengo que levantar antes de que amanezca. A menos que me necesites.
– Te dejo en tu casa. De esto me puedo encargar yo solo.
Brock llamó por el móvil y puso en marcha el Impala.
Poco después de que Brock y Gaskins salieran del barrio, un coche patrulla bajaba despacio por Gallaudet. El conductor, un agente blanco de uniforme, miró a los residentes delante de sus casas y al chico de la esquina, que estaba ayudando a otro muchacho a ponerse en pie. El policía pisó el acelerador y siguió su camino.
6
– ¿Cómo está? -preguntó el detective Bo Green, de nuevo en la sala de interrogatorios.
– Está bueno -contestó William Tyree, dejando la lata del refresco en la mesa.
– ¿Bastante frío?
– Está bien.
En la oscuridad de la sala de vídeo, Anthony Antonelli gruñó asqueado.
– El hijoputa se cree que está en un restaurante.
– Bo sólo pretende que se sienta cómodo.
Green se movió en su silla.
– ¿Estás bien, William?
– Más o menos.
– ¿Todavía te dura el colocón?
– Me pasé el día entero colocado. -Tyree movió la cabeza, asqueado consigo mismo.
– ¿Cuándo te metiste la primera vez ayer?
– Antes de subir al autobús.
– ¿Y adónde fuiste en autobús?
– A casa de Jackie.
– ¿Cuánto crack fumaste, te acuerdas?
– No lo sé. Pero me subió la tira. Ya estaba cabreado antes, pero con el crack me puse… hecho una fiera.
– ¿Y por qué estabas cabreado, William?
– Por todo, joder. Me echaron del curro hace un año. Llevaba una furgoneta de un servicio de lavandería, ¿sabes? Una de esas compañías que llevan los uniformes y los manteles a los restaurantes y eso. Y desde que perdí el curro, no he podido encontrar otro. Está la cosa jodida.
– Ya lo sé.
– Pero jodida. Y encima, luego pierdo a mi mujer y a mis hijos. Vaya, que yo soy un tío honrado, detective. No me he buscado líos en mi vida.
– Ya conozco a tu familia. Son buena gente.
– Nunca me había metido drogas, hasta que empezó la mala racha. Bueno, igual algún canuto, pero nada más.
– Eso no es nada.
– Y ahora va mi mujer y se lía con un delincuente de mierda. El capullo durmiendo en mi cama, diciéndoles a mis hijos lo que tienen que decir y hacer… diciéndoles que se callen la boca y que le muestren respeto. ¡A él!
– Te jodía.
– ¡Coño! ¿A ti no te jodería?
– Pues sí -admitió Green-. Así que ayer fumaste crack y fuiste a ver a tu ex mujer.
– Todavía era mi mujer. No tenemos el divorcio ni nada.
– Ah, perdona. Es que me han informado mal.
– Todavía estábamos casados. Y yo estaba… furioso, detective. Ya digo que me ardía la cabeza cuando salí de la casa.
– ¿Te llevaste algo al salir?
Tyre asintió con la cabeza.
– Un cuchillo. Ese que he dicho antes.
– El que metiste en la bolsa del Safeway.
– Eso. Lo cogí del mostrador antes de pirarme.
– Y lo llevabas en el Metrobus.
– Lo llevaba por dentro de la camisa.
– Y luego fuiste andando por Cedar Street con el cuchillo en la camisa y subiste a casa de tu mujer. -Tyree asintió de nuevo y Green prosiguió-: Llamaste a la puerta, ¿no? ¿O tenías llave?
– Llamé. Ella preguntó quién era y le dije que era yo. Y entonces me soltó que estaba ocupada y no me podía atender, y que me marchara. Y yo le dije que sólo quería hablar con ella un momento. Así que me abrió y entré.
– ¿Le dijiste algo más cuando entraste?
– No -dijo Antonelli en la sala de vídeo-. Qué va, me la cargué y ya está.
– ¿Qué hiciste entonces, William? -preguntó Green.
– Pues ella estaba recogiendo la compra y eso. Yo la seguí hasta la mesa del comedor, donde estaban las cosas.
– ¿Y qué hiciste una vez allí?
Ramone se inclinó en su silla.
– No me acuerdo -contestó Tyree.
Rhonda Willis entró en la sala de vídeo.