Выбрать главу

– Mira, si dices que no sabías que tenías el móvil encendido, te creo.

– No lo sabía.

Ramone no tenía dudas. Diego y él tenían un pacto: mientras Diego fuera sincero, Ramone le había prometido no enfadarse con él. Sólo se enfadaría si mentía. Todo lo demás se podía arreglar. Y que él supiera su hijo siempre había mantenido su parte del trato.

– Si tú lo dices, te creo. Pero el colegio tiene unas normas. Deberías haber dejado que te confiscaran el móvil por ese día. Ése ha sido el problema.

– A mi amigo le quitaron el móvil y no se lo devolvieron en dos semanas.

– Tu madre y yo habríamos hablado con ellos para que te lo devolvieran. El caso es que no puedes luchar contra ellos. Son los jefes. Cuando crezcas te vas a encontrar con muchos jefes que no te gustarán, y aun así tendrás que obedecerles.

– No cuando esté jugando en la NFL.

– Te estoy hablando en serio, Diego. Mira, yo también tengo que ceder con jefes que no me gustan nada, y tengo cuarenta y dos años. No es porque seas un niño, es también cosa de adultos.

Diego tensó los labios. Estaba desconectando. Ramone ya le había soltado antes aquel sermón. Hasta a él le sonaba ya a rancio.

– Tú sólo inténtalo.

– Vale.

Ramone, notando que habían terminado, alzó la mano y Diego le chocó ligeramente los cinco.

– Hay otra cosa -dijo el chico.

– A ver.

– El otro día hubo una pelea después de las clases. ¿Sabes mi amigo Toby?

– ¿Del rugby?

– Sí.

Ramone recordaba a Toby del equipo. Era duro, pero no mal chico. Vivía con su padre, un taxista, en los bloques cerca del colegio. Su madre, según había oído, era una drogadicta que ya no tenía nada que ver con ellos.

– Pues ha tenido problemas -explicó Diego-. Un chico se estuvo metiendo con él por los pasillos y al final le retó a una pelea. Se encontraron junto al arroyo. Y Toby… ¡bam! -Diego se dio un golpe en la palma de la mano-. Le arreó un par de puñetazos. Un, dos, y el chaval se cayó al suelo.

– ¿Tú estabas? -preguntó Ramone, tal vez con demasiada emoción en la voz.

– Sí. Ese día volvía a casa con un par de amigos y me encontré con la movida. Bueno, iba a mirar…

– ¿Y?

– Pues que los padres del chico llamaron al colegio, y ahora van a abrir una «investigación», como dicen ellos. Es decir, van a averiguar quién estaba presente y qué vimos. Los padres quieren denunciar a Toby por agresión.

– Pero ¿no decías que fue el chico quien retó a Toby?

– Sí, pero ahora dice que era broma, que en realidad no quería pelear.

– ¿Y por qué se mete el colegio? Eso pasó en la calle, ¿no?

– Pero los dos volvían del colegio, todavía con los libros y eso, así que dicen que es asunto del colegio.

– Ya.

– Van a querer que diga que Toby pegó primero.

– Bueno, alguien tenía que pegar primero -replicó Ramone, hablando como hombre, no como padre-. ¿Fue una pelea justa?

– El otro era más grande que Toby. Es de los que van con el skate. Y fue él quien retó a Toby. Lo que pasa es que luego no dio la talla.

– Y sólo fue entre ellos dos, nadie más se metió a pegar al chico, ¿no?

– No, sólo ellos dos. -Pues no veo el problema.

– El problema es que me niego a ser un chivato.

Ramone no quería que lo fuera. Pero no habría estado bien decirlo, porque tenía que representar un papel, de manera que guardó silencio.

– ¿Vale? -preguntó Diego.

– Anda, arréglate para cenar -replicó Ramone, con un estratégico asentimiento de cabeza.

Mientras Diego se ponía una camiseta limpia, Ramone miró la habitación. Pósters de raperos cortados del Source y el Vibe, y una bonita foto de un Impala restaurado del 63, pegados a un panel de corcho; un póster del gimnasio de Mack Lewis en Baltimore, un collage de boxeadores locales con Tyson y Ali, con el lema «Un buen boxeador atraviesa el umbral del dolor para alcanzar la grandeza». En el suelo, copias de CDs realizadas en el ordenador, una torre de CDs, un estéreo portátil, varios Don Diva y una revista de armas, tejanos y camisetas, tanto sucios como limpios, jerséis Authentic de varios diseños, unas Timberland y dos pares de Nike. En la mesa, rara vez utilizada para estudiar, el libro sin leer de Colmillo Blanco, y Valor de ley, también sin leer. Ramone había pensado que a Diego le gustaría, pero no había conseguido engancharle; líquido para limpiar deportivas; fotos de chicas negras e hispanas que ellas mismas le habían regalado y en las que aparecían con tejanos ajustados y camisetas cortas; unos dados; un encendedor con una hoja de marihuana pintada, y su cuaderno, con el nombre de Diego escrito al estilo graffiti en la cubierta. De un clavo en la pared colgaba una gorra decorada con su apodo y los números 09, el año de su futura graduación en el instituto.

A pesar de los avances tecnológicos y los cambios culturales y estéticos, la habitación de Diego se parecía mucho a la de Ramone en 1977. De hecho, Diego se parecía a su padre en muchos aspectos.

– ¿Qué hay de cena?

– Tu madre está preparando salsa.

– ¿La suya o la de la abuela?

– Venga, chaval -dijo Ramone-. Ve a lavarte.

10

Holiday no estaba borracho, más bien cansado. Había sudado casi todo el alcohol con Rita en la cama. Había buena visibilidad en la autopista y luego en el cinturón interior de Beltway, desde Virginia hasta Maryland. Tenía la mente algo nublada, pero estaba bien.

Iba escuchando la cadena de rock clásico en la radio. No es que fuera muy aficionado a la música, pero conocía el rock de los setenta. Su hermano mayor, al que en otros tiempos idolatraba, ponía los discos en su casa cuando eran pequeños, y ése era el único período de la música al que Holiday todavía prestaba atención. Ahora sonaba un tema en vivo de Humble Pie, Steve Marriot gritaba «Awl royt!»con acento londinense antes de que el grupo atacara un fuerte fraseo de blues-rock.