– Enhorabuena por los hermanos Salinas -la felicitó Ramone a su vez. La reciente condena, tras un interminable caso de asesinato, de dos hermanos miembros de la banda MS-13 había llamado la atención de la prensa debido a los crecientes problemas con las pandillas hispanas tanto en D.C. como en los alrededores.
– La verdad es que estuvo muy bien. Estoy muy orgullosa de Mary Yu, que supo llegar hasta el final.
Ramone señaló con el mentón una fotografía sobre la mesa de la fiscal.
– ¿Cómo está la familia?
– Imagino que bien. A ver si este año me tomo unos días de vacaciones y lo averiguo.
Una secretaria llamó a la puerta abierta e informó a Ramone de que tenía una llamada de su mujer. Seguramente le habría llamado al móvil, pero el edificio tenía muy mala cobertura. Y para insistir tanto, debía de ser alguna emergencia. Alana o Diego, pensó inmediatamente, mientras se levantaba.
– Perdona, Margaret.
Atendió la llamada en un despacho vacío. Oyó la voz alterada pero controlada de su mujer. De vuelta en el pasillo, encontró a Rhonda Willis charlando con un par de detectives. Ramone le informó de la llamada y de adónde iba.
– ¿Quieres compañía?-preguntó Rhonda.
– ¿No tenías que testificar?
– Por lo visto no estoy en el menú de hoy. ¿Y lo de la comparecencia?
– Ya volveré luego -dijo Ramone-. Vamos, que te lo cuento todo por el camino.
Marita Bryant, desde su casa en Manor Park, vio llegar los coches patrulla y de la secreta al domicilio de la familia Johnson. Un detective calvo y grandón entró en la casa. Luego llegó Terrance Johnson con su Cadillac, lo aparcó de cualquier manera y corrió a la puerta principal. Poco después apareció una ambulancia. Sacaron en una camilla a Helena Johnson, la mujer de Terrance y madre de sus hijos: Asa, de catorce años, y Deanna, de once. Terrance salió con ella, visiblemente alterado, andando a trompicones por el jardín. Se detuvo un momento a hablar con el vecino, un jubilado de nombre Colin Tohey, y luego se lo llevó el detective, que le ayudó a entrar en su coche.
Marita Bryant se acercó al jardín de los Johnson, donde estaba Colin Tohey, todavía impresionado. Tohey le contó que habían encontrado el cadáver de Asa Johnson en el jardín comunitario de Blair Road. Helena se desmayó al enterarse y tuvieron que llamar a una ambulancia. Bryant, que tenía una hija de la misma edad que Asa y conocía a la pandilla del chico, llamó de inmediato a Regina Ramone. Sabía que Diego era amigo de Asa y pensó que a Regina le gustaría saber lo sucedido. Además sentía curiosidad, y seguramente Gus tendría más información. Pero Regina todavía no sabía nada, y pensaba que Gus tampoco estaría al tanto, porque si no la habría llamado. Colgó el teléfono dejando a Marita Bryant con la palabra en la boca, e intentó de inmediato localizar a Gus.
– ¿Tu hijo era muy amigo de ese chico? -preguntó Rhonda, en el asiento delantero del Impala de cuatro cilindros, el modelo más básico de Chevrolet. Se dirigían hacia North Capítol Street.
– Diego tiene muchos amigos -contestó Ramone-. Asa no era de los más íntimos, pero lo conocía muy bien. El año pasado estaban en el mismo equipo de rugby.
– ¿Tú crees que se lo tomará muy mal?
– No lo sé. Cuando murió mi padre, el chico lo pasó fatal porque me vio sufrir mucho. Pero esto es algo muy diferente. Esto no es natural.
– ¿Quién se lo va a decir?
– Regina irá al colegio a por él para darle la noticia. Yo le llamaré más tarde. Y ya lo veré esta noche.
– ¿Habláis mucho de Dios en tu casa?
– No demasiado, no.
– Pues en esta ocasión deberíais.
La vida de Rhonda había sido difícil, teniendo que criar a cuatro hijos ella sola, y el asunto Dios le había sido de gran ayuda. Era su roca y su muleta, y le gustaba hablar de ello. A Ramone no.
– ¿Tú qué sospechas? -preguntó Rhonda, rompiendo el silencio.
– Nada.
– Conocías al chico, conoces a la familia.
– Sus padres son honrados. Y lo tenían muy vigilado.
– ¿Alguna cosa más?
– Su padre es un tío bastante inflexible. Era muy exigente con su hijo. En los deportes, en el colegio… en todo.
– ¿Tanto como para que el chico se descarriara?
– No lo sé.
– Porque eso puede ser tan dañino como no hacerles ningún caso.
– Ya.
– ¿Alguna vez te dio la impresión o la sensación de que el chaval estaba metido en algún lío raro?
– No. Aunque eso no quiere decir nada, claro. Pero, no, no tengo razones para pensarlo.
Rhonda le miró.
– ¿A ti te caía bien?
– Era un buen chico.
– Lo que digo es qué impresión te daba. Ya sabes, a veces sólo con mirar a un chico nos hacemos una idea de cómo es.
Ramone pensó en las veces que había visto a Asa jugar al fútbol, sus placajes sin fuerza, las veces que se apartaba incluso del jugador que llevara la pelota. Recordó cuando Asa entraba en su casa sin dirigirles la palabra ni a Regina ni a él, sin saludar siquiera a menos que no le quedara más remedio. Sabía exactamente lo que Rhonda quería saber. A veces mirando a un chico te lo imaginas ya de adulto y te haces una idea de cómo será: un tipo duro, un tipo fuerte, un tipo que triunfará en lo que haga… A veces mirando a un chico piensas que estarías orgulloso si fuera tu hijo. Asa Johnson no era uno de ellos.
– Le faltaba empuje. Es lo único que se me ocurre.
Pero había algo más. A Ramone le había parecido a veces captar una especie de debilidad en la mirada de Asa. Una mirada de víctima.
– Al menos has sido sincero.
– Eso no significa nada -replicó Ramone, algo avergonzado.
– Es más de lo que Garloo verá. Porque sabes que nada más ver al chico pensará lo que pensará de manera automática. Y ni siquiera estoy diciendo que Bill sea así. Es sólo que… bueno, que no tiene demasiadas luces. Le gusta tomar atajos mentales.
– Yo sólo necesito echar un vistazo por allí.
– Si es que llegamos.
– Los coches de verdad se los asignan a la policía regular.
– Y a nosotros nos dan las tartanas.
Ramone aceleró, pero no consiguió más que ahogar el motor.
Para cuando llegaron Ramone y Rhonda, el escenario del crimen se había despejado de mirones para llenarse de oficiales. También había acudido un periodista. Encontraron a Wilkins y a Loomis junto a un anodino Chevy. Cerca de allí un oficial blanco de uniforme se apoyaba contra un coche patrulla. Wilkins tenía un cuaderno en una mano y un cigarrillo en la otra.
– El Ramone -saludó Wilkins-. Rhonda.